Читать книгу Delincuencia económica - Covadonga Mallada Fernández - Страница 4
Prólogo.
ОглавлениеSe vive siempre en vista de las circunstancias, pero cuando éstas se tornan caóticas o catastróficas, arrastran al hombre de acá para allá sin permitirle el menor dominio sobre ellas. Solo queda entonces el recurso de cobrar conciencia de la tragedia y elevarse, mediante el pensamiento, por encima del universo que nos aplasta. Esa fue la fórmula espléndida de Pascal y puede ser, creo yo, el punto de arranque de esta obra que hoy me honro en prologar, cuyos autores son esforzados y brillantes especialistas en delincuencia económica, profesores e investigadores todos ellos, con quienes tengo la dicha diaria de compartir mis horas universitarias, especialmente con sus directores, Covadonga Mallada y Daniel Fernández.
El poder de la inteligencia es colosal. Lo afirmaba sin ambages Leopardi cuando recordaba que «el pensamiento me hace daño: él me matará». Sin necesidad de llegar a ese elocuente extremo de dramatismo, en este caso muchos pensamientos de distintos docentes universitarios se entrelazan para conformar así los nudos de una alfombra sobre la que poder aposentar y descansar los fatigados pies de la lucha contra la delincuencia económica. Nunca resulta fácil amalgamar y concertar las voluntades de tantos autores (algunos de ellos Jueces y Fiscales en ejercicio) con algo que decir sobre este preocupante fenómeno que crece exponencialmente, pero la esperanza –como pasión y también como virtud– va mucho más lejos que el mero optimismo y lo que en un momento no era sino la minúscula semilla de una idea o de un propósito común, es ya de nuevo una realidad tangible que el amable lector tiene a la vista.
La Dra. Mallada Fernández, defendió su tesis doctoral, titulada «Fiscalidad y blanqueo de capitales», en la Universidad de Oviedo bajo la sabia e inestimable dirección de la profesora Fernández Junquera, obteniendo el premio extraordinario de doctorado. Es, además, investigadora postdoctoral de la Universidad Humboldt de Berlín, siendo acreedora de la beca Max Plank Prince of Asturias Award Mobility Programme y Master en Asesoría Fiscal y Tributación por el CEF y la Universidad Pontificia de Salamanca, con mención especial al mejor expediente académico. El profesor Fernández Bermejo, doctor por la Universidad de Alcalá de Henares, al igual que la codirectora de esta monografía, obtuvo el premio extraordinario de doctorado y el premio de la Sociedad de Condueños de Alcalá. Accésit del Premio Nacional Victoria Kent 2013, es funcionario de Instituciones Penitenciarias en excedencia y cuenta con numerosas publicaciones en las más prestigiosas revistas del área del Derecho Penal y Penitenciario.
El fenómeno de la delincuencia económica –y, como dirían los escolásticos, sus naturales causas eficientes, es decir, la corrupción política o el tráfico de personas, armas o estupefacientes– constituye una realidad omnipresente que, sin embargo, se resiste a cualquier intento de erradicación, al ser consustancial al propio ser humano. Ejemplos elocuentemente lacerantes de malversación de fondos o uso de información confidencial en bolsa, soborno, cohecho, prevaricación y un largo etcétera, no son, por desgracia, precisamente ajenos a nuestra realidad patria actual.
Quizás tampoco falte algún ingenuo lector que pudiera creer en el benéfico efecto de las últimas reformas normativas respecto de la prevención y erradicación del blanqueo de capitales, pero el abajo firmante no es ya el novicio que fue años ha, y sabe muy bien que las normas atrapan, cual tela de araña, al pequeño insecto que se enreda en ellas, dejando escapar vivos a los ejemplares de la entomología más potentes y vigorosos. La economía delictiva constituye un sector pujante y en plena expansión al calor de la globalización, que aprovecha además cualquier resquicio para entreverar lo legal con lo ilegal en un tejido inconsútil muy resistente al desgaste. Ese casi natural hermanamiento entre lo lícito y lo ilícito y las múltiples metodologías encaminadas a dar apariencia justa a la riqueza de origen delictivo, constituye uno de los mayores desafíos contemporáneos. Paralelamente, observamos a las jóvenes promesas de la política que nos deben un mundo nuevo, por sus rápidas y generosas proclamas, pero que nunca saldan la deuda, mueren jóvenes y eluden la cuenta o, si viven, se pierden discretamente entre la multitud. La zozobra que ha invadido los espíritus responsables de nuestro tiempo no está localizada ni reconoce barreras; es total, universal, alcanza todos los estratos de la vida y anega cumplidamente la cabal totalidad de la persona. ¿De qué sirve hacer heroicos votos de enmienda si ha de observarlos el mismo viejo y contumaz infractor de la ley? Centros financieros «offshore», secreto bancario, compañías de negocios internacionales (IBC), holdings, sociedades fiduciarias, trusts, accionistas y administradores nominales, «shell companies» con cuentas corresponsales asociadas, paraísos fiscales, tarjetas prepago y un largo etcétera, configuran el negro semblante de una realidad inasequible al control, constitutiva del llamado Producto Criminal Bruto (por contraposición al PIB) que se sitúa en un porcentaje superior, nada menos, al 5% de la economía mundial.
La realidad y el ideal han constituido tradicionalmente los puntos irreconciliables del gran debate filosófico, materializados en una contienda absolutamente irresoluble. A la eterna pregunta acerca de lo que verdaderamente existe, respondían los defensores del realismo señalando hacia las cosas (res), y les conferían independencia respecto del sujeto y de la mente pensante. Hay, señalaba Aristóteles y luego la escolástica, una realidad sustancial y el pensamiento se atiene a ella, extrayendo de la misma sus conocimientos verdaderos. Los idealistas, y en primer término Descartes, contestaron en la forma que todos conocemos, derribando la firmeza de las cosas para reconocérsela únicamente a la conciencia, al yo que piensa. Al término del despliegue idealista, Husserl afirmó como único saber absoluto aquel que describe la conciencia en sus diversos modos y procesos, atenido solamente a cuanto en ella se manifiesta como «fenómeno». Para un realista lo único verdadero es la cosa, el problema, el ente, el ser; mientras que para el idealista lo es la conciencia, el fluir o, si se quiere, el devenir. Quizás, esto que acabo de apuntar debería ir escoltado de desarrollos imposibles aquí, pero baste todo ello para abjurar del predominio del objeto sobre la conciencia, pero también de la mera e ingenua aspiración intelectual o volitiva desasida de toda realidad, por deprimente que ésta sea.
Propugnar una mediación entre realismo e idealismo, entre naturaleza y espíritu, entre pensamiento y cosa, se me antoja absolutamente necesario para lograr la armonía en esta materia de la lucha contra la delincuencia económica, porque conocer bien el estado de la cuestión y la metodología práctica que emplean las redes del blanqueo organizado para lavar su dinero, resulta condición necesaria –es más, diría yo imprescindible–, pero al mismo tiempo insuficiente si no se articulan las políticas cooperativas internacionales para plantarle cara al fenómeno y desafiar su colosal fuerza, capaz de corromper instituciones y gobiernos enteros, debilitando de paso el tejido social y las instituciones más relevantes y significativas.
El diagnóstico de la situación requiere, además, considerar la forma en la que las democracias occidentales encaran el fenómeno, transidas en muchas ocasiones de una doble o incluso triple moral, por cuanto que se dice luchar contra esta lacra, a la vez que se niega toda posibilidad de dinamitar las bases mismas que la hacen posible. Es mucho el dinero que está en juego y ello explica en tantas ocasiones la falta de voluntad de los países o la ineficacia de los tratados de cooperación judicial entre los distintos Estados. Cálculos prudentes señalaban ya para el año 2004 que de los 14, 4 billones de dólares en depósitos bancarios existentes en todo el mundo (cifra que no incluía, por supuesto, los restantes activos financieros o las propiedades inmobiliarias, oro, vehículos, yates, etc.) casi tres se localizaban en centros financieros «offshore», es decir, en paraísos fiscales, lo que resultaría por si solo suficiente para financiar la reducción de la pobreza mundial a la mitad. Por otra parte, el crecimiento exponencial de filiales de grandes y famosas corporaciones multinacionales que tienen su sede en estos paraísos, tal y como han demostrado McIntyre y Nguyen, determina un ahorro impositivo de más que dudosa legalidad en la soberanía fiscal donde está radicada la compañía por los ingresos derivados de las operaciones realizadas con el resto del mundo desde dichos paraísos fiscales. Y lo mismo ocurre con los grandes grupos empresariales (como Enron, epítome o paradigma de malas prácticas corporativas, fraude contable y abuso de accionistas) que recurren frecuentemente a la utilización de entidades o instrumentos para fines específicos (Special Purpose Entities o Special Purpose Vehicle), con el propósito último de trasladar los pasivos y las operaciones de riesgo a todas estas mercantiles instrumentales, ubicadas en territorios «offshore».
Es más, en ocasiones y sin necesidad siquiera del secreto bancario, el blanqueo de capitales ilícitos, fruta sazonada de la delincuencia económica, puede materializarse a través de otros mecanismos alternativos tales como el secreto societario (anonimato sobre la propiedad de las acciones, acciones al portador y administradores nominales por cuenta de terceros, moneda común, por ejemplo, en algunos lugares como Panamá, a pesar de que este país centroamericano cumpla con las recomendaciones del FATF); transferencias fraccionadas; compraventa de premios de lotería, inmuebles u obras de arte; transferencias electrónicas; cartas de crédito stand-by; operaciones en mercados de valores; sociedades pantalla; fundaciones o entidades sin ánimo de lucro; falsos procesos judiciales (donde el blanqueador dispone de varias empresas, alguna de ellas en el territorio donde se encuentran los fondos a blanquear, que es generalmente un paraíso fiscal, y otras en el país a donde deben llegar los fondos, bastando a tal efecto la interposición de una demanda de cantidad que, dada la proverbial lentitud de la justicia, suele traducirse en un acuerdo de mediación amistoso o arbitral para revestir de una apariencia de legalidad los fondos que se deseaba lavar); cuentas corresponsales (shell bank) a través de las cuales se accede al sistema internacional de transferencia de fondos, proporcionando el mecanismo electrónico para que dichas cantidades puedan desplazarse de una jurisdicción a otra, en ocasiones incluso a través de cuentas anidadas; casinos virtuales en internet con servidores localizados en países distintos a aquél que concede la licencia para la página web; sistemas informales de envío de dinero (fundamentalmente, hawala, hundi, feich’ien, phoe kuan o mercado negro del cambio del peso); adquisición de matrices y filiales con transferencias recíprocas; fraudes carrusel; por no hablar de las comisiones rogatorias «eviternas», generalmente cursadas por vía diplomática, que consiguen la dilación de la respuesta durante varios años, y con prohibiciones expresas y taxativas de utilización de esa información para casos distintos del estrictamente requerido.
Es más, ese universo virtual representado por internet ofrece soluciones completas o «packs offshore» donde la titularidad de los bienes o el dinero se transfiere a una IBC domiciliada en un paraíso fiscal en la que las acciones que materializan esos fondos de origen irregular, resultan ser propiedad de una fundación de interés privado panameña, siendo un «trust offshore» domiciliado en Belice, las Islas Vírgenes Británicas o Gibraltar el beneficiario exclusivo de dicha fundación, con opacidad absoluta del verdadero propietario de los fondos, quien, si desea disponer de los mismos de una sola vez, podrá simular un préstamo de la IBC, mientras que si prefiere otras metodologías de rescate más discretas, recurrirá a una tarjeta de crédito corporativa que le permita sacar dinero de cajeros automáticos y pagar cualquier compra sin dejar rastro alguno.
El sentimiento que instila todo lo anterior conduce al menos a la desesperanza, cuando no a la frustración. ¿Hemos de creer después de todo esto que futuras reformas normativas contribuirán a arreglar la cuestión? Como señalara el gran filósofo y ensayista norteamericano, R. W. Emerson, nuestra fe es inconstante y llega por momentos, pero nuestro vicio es habitual. Se me antoja que, en este, como en tantos otros temas conflictivos, los hombres y las instituciones que no se resisten a semejante estado de cosas se yerguen aceptando la realidad, tomándola como es, triste, dolorosa, apasionante, para apropiársela en su raíz más profunda y desde ahí volver a intentar edificar una morada nueva de dignidad. Esto es lo que se llama «el naufragio como punto de partida».
Romano Guardini aludió al final de la modernidad por referencia al agotamiento de las ideas que han venido conformando a la humanidad en estos tres últimos siglos. A saber, la implacable racionalización del mundo y de la sociedad a través de la ciencia; la creencia en un progreso histórico indefinido; la democracia liberal, como solución de todos los problemas sociales; y la revolución como el medio radical para liberar a los individuos y a los pueblos. Sin embargo, la verdadera conciencia de esa crisis de la modernidad ha sobrevenido por la evidencia histórica de que ninguna de tales expectativas se ha visto satisfecha. Es más, hemos asistido impávidos y asombrados a un espectáculo en el que el racionalismo extremo ha comportado el mayor grado de explosión de irracionalidad y violencia conocida hasta la fecha, sin duda porque no hay progreso posible sin historia, sin educación, sin comunidades de investigación, sin contexto social y sin unas dimensiones éticas y políticas adecuadas. Pero la puerta de la esperanza continúa abierta de par en par. Discrepo con Fouché en eso de que todos los hombres tienen un precio. Creo que son muchos los que piensan que no hay suficiente dinero en el mundo como para pagar el precio de la propia conciencia. Este tipo de hombres serán los que imaginen una forma diferente de hacer política y trenzar acuerdos internacionales caracterizados por la honradez y el compromiso. Ojalá no se demoren.
Madrid, 29 de septiembre de 2017
J. Andrés Sánchez Pedroche
Catedrático de Derecho Financiero y Tributario