Читать книгу De la economía digital a la sociedad del e-work decente: condiciones sociolaborales para una Industria 4.0 justa e inclusiva - Cristóbal Molina Navarrete - Страница 13

I. LOS ORÍGENES DE UN MUNDO DIGITAL CONECTADO

Оглавление

“Cabe preguntarse si el preservativo ha tenido un peso mayor que el aeroplano en la historia de la humanidad”.

Con estas palabras Edgerton (2007) inicia su libro “Innovación y tradición: historia de la tecnología moderna”, una pregunta que es tan provocativa como certera a la hora de abordar la problemática del hecho tecnológico.

Su formulación supone un reto a la hora de valorar la omnipresencia de la tecnología en tanto que elemento consustancial, sino constitutivo, del hecho humano. En nuestros días, si pensamos en las tecnologías digitales, observaremos cómo durante años nos hemos referido a ellas como “nuevas tecnologías”, intentando marcar un distanciamiento frente a otras supuestamente más primitivas; pero, sin embargo, no necesariamente menos relevantes desde el punto de vista de su impacto social. En muchos casos el pleno éxito de una tecnología se constata a través de su invisibilización, a través de esa pérdida de conciencia de que “aquello”, de que “esto”, que en ocasiones nos envuelve, nos atraviesa, nos constituye, no ha existido siempre.

Así ocurre también con Internet y su correlato triunfante, la Web, que expandió y popularizó el poder de la conectividad en nuestro mundo. Ni Internet ni la Web han existido siempre. Parece una obviedad, pero no deja de ser significativo recalcarlo cuando por “enésima” vez anunciamos la completa y total disrupción del mundo que conocemos por causa de las tecnologías digitales. Es probable que desde una perspectiva histórica, al cabo de los años, las últimas dos décadas formen parte de un mismo “anuncio”, de la inevitable mutación de nuestros modos de vida a partir de la irrupción de tecnologías tan materiales en su sustento físico que les da soporte, como inmateriales en su infinito potencial generativo de creación de posibilidades, servicios, de mundos incluso.

Pocas creaciones humanas han conseguido en apenas 20 años convertirse en un elemento tan característico de nuestra cultura; llegando a alcanzar un grado de invisibilidad propio de invenciones que nos han acompañado durante un tiempo relativamente largo. Los orígenes de Internet, hace 50 años, y de la Web, 30 años atrás, son desconocidos para la gran mayoría, olvidando que hace tan sólo medio siglo todo este desarrollo era un sueño poco más que imposible. La Web e Internet han dejado de ser un “invento” para convertirse en un contexto, en espacio ubicuo donde ocurren cosas, donde transcurre nuestra vida, a través de todo tipo de pantallas, de un portátil, de un móvil o de un televisor, entre una variedad de dispositivos cada vez más amplia. Aunque creamos que no estamos conectados, aunque nos empeñemos en no participar en las redes, la redes interactúan con nosotros: nuestro yo virtual y la presencia digital de empresas e instituciones siguen activos aun cuando cancelamos nuestra conexión. Que la Web no ha existido siempre no es una mera obviedad, sino, en nuestro caso, un forzado ejercicio de extrañamiento, una declaración de intenciones para salir de este espacio que lo abarca todo con el objeto de observarlo, desde fuera, pero también desde dentro.

En la última década, tras la famosa burbuja financiera de las empresas puntocom, la Web no ha dejado de crecer a la par que lo han hecho sus posibilidades de uso y el número de usuarios, atraídos por una rica oferta de servicios de todo tipo y por una reducción generalizada de los costes de conexión y de los equipos informáticos.

La conectividad ha saltado del ordenador personal a una amplia gama de dispositivos (teléfonos, libros electrónicos, reproductores de música y vídeo, videoconsolas, etc.) que no pueden permitirse quedar fuera de la red si quieren seguir siendo comercialmente atractivos. El poblamiento de Internet ha ocasionado que una gran mayoría de actividades sociales, económicas, políticas, educativas, de toda índole, que únicamente se desarrollaban en el mundo físico, encuentren un fiel reflejo en ella o hayan desarrollado manifestaciones genuinamente virtuales. Sin este espectacular desarrollo a lo largo de los últimos 30 años, no podríamos explicar la sociedad en la que actualmente vivimos: las formas de interacción social, el trabajo, la transformación de los sectores económicos, el reajuste de poder entre distintos países del mundo o las nuevas brechas sociales en el contexto de la sociedad del conocimiento. No entenderíamos importantes amenazas para nuestra sociedad, tales como el terrorismo, la vulnerabilidad de nuestros datos o nuevas formas de acoso y chantaje; pero tampoco contaríamos con poderosas armas de transformación social, de protesta, de movilización y solidaridad.

Para Edgerton (2007), si bien hasta el inicio de la Segunda Guerra Mundial las tecnologías consideradas más importantes eran la electricidad, el automóvil y la aviación; es a partir del fin de la guerra cuando las tecnologías que actúan como bandera son la energía nuclear, la informática, los cohetes espaciales e Internet. Recientemente se publicaba en El País unas declaraciones de Leonard Kleinrock afirmando: “Yo envié el primer mensaje por Internet y apenas le di importancia”, en conmemoración del 50 aniversario (29 de octubre de 1969) de aquel momento que aparentemente pasó desapercibido para su propio protagonista. En el artículo se relata:

“No teníamos ni una cámara para grabarlo”, recuerda Leonard Kleinrock del día en que mandó el primer paquete de datos por Internet. “Estaba en una sala anodina la Universidad de California en Los Angeles (UCLA), ya de noche, y pretendía entrar a otro ordenador 600 kilómetros al norte, en el Stanford Research Institute. Tenía que escribir ‘Log in’”. Para confirmar que iba bien, hablaban por teléfono. “He escrito la ‘L’, ¿ha llegado?” Aquel mensaje se colgó a la tercera letra: solo llegó “Lo”.

A pesar de la inmensa significación de ese acto a la luz de lo ocurrido en este último medio siglo, la única constancia que se dejó fue una anotación en bolígrafo en un diario de trabajo: “22.30h. Hablado con Stanford. De servidor a servidor”.

Kleinrock resalta que aquel momento pasó desapercibido ya que en el trabajo que realizaban no suponía más que la resolución de un problema complejo en el marco de un programa más ambicioso. En este sentido cabe recalcar como Internet surge como un lugar de encuentro para investigadores, un espacio limitado a fines científicos, siendo completamente imprevisto en aquellos momentos el potencial transformador a escala global en los ámbitos sociales y económicos. Indica Kleinrock: “Estaba claro que iba a estar en cada casa, pero no supe ver, ni yo ni nadie, la poderosa parte de comunidad [las redes sociales] y su impacto en cada uno de los aspectos de la sociedad. No fue hasta que el correo electrónico inundó la red en 1972 que me di cuenta del poder que tendría internet al permitir la interacción entre gente”.

Sin lugar a dudas la historia de la interconexión global es un tema central de la tecnociencia. Desde que en 1945 Vannevar Bush publicara el artículo “As we may think”, imaginando un artefacto para la anotación de textos microfilmados mediante la creación de una especie de “hiperenlaces”, el sueño de una red global para el conocimiento con un enfoque claramente científico ha estado presente hasta la invención de la Web en los años 90.

Recuerda Edgerton (2007) que la evaluación de las tecnologías debe distinguir entre la propia innovación y el uso que se le da. En muchos casos determinadas tecnologías son el resultado de inversiones ingentes que no se justifican a la luz de los propósitos para los cuales se realizaron pero que, sin embargo, a través de su uso, con el tiempo, generan importantes retornos convirtiéndose en tecnologías de uso general. Así, si bien ARPANET, en el origen de Internet, no acabó desarrollándose como un proyecto orientado a fines militares estrictamente, es más que posible que sin los abundantes recursos disponibles para estos fines no se hubiera podido llevar a cabo. Este es un fenómeno que, aunque inicialmente inesperado, se ha producido en otros momentos recientes de la digitalización de nuestro mundo, como veremos más adelante tras la explosión de la burbuja puntocom.

Que existían ya tecnologías alternativas a la de Internet para la comunicación global, es cierto; por ejemplo, el telégrafo, el teléfono, la radio o la televisión por cable. Sin embargo estas eran poco eficientes para el intercambio de grandes cantidades de información. Con todo, la gran popularización de Internet va de la mano de, por un lado, de la invención de la Web, y, por otro, del desarrollo de la informática.

A finales de los 80 del siglo XX, Tim Berners-Lee diseña la World Wide Web trabajando como técnico informático en el CERN de Ginebra. La Web funciona con poco más que una serie de protocolos, unas reglas en común: HTTP, HTML y los URIs (o URLs). Esta sencillez hacía que entonces y aún en la actualidad su funcionamiento fuera algo difícil de entender. Muchas personas siguen preguntándose dónde está la Web, en qué sistemas se encuentra alojada. Berners-Lee lo explicaba en su libro Weaving the Web (1999: 34): “Lo que costaba entender a la gente acerca del diseño era que no había nada más allá de los URIs, HTTP y HTML. No había un ordenador central ‘controlando’ el Web, ni un Web único en el que funcionasen esos protocolos, ni siquiera una organización en ninguna parte que ‘manejase’ el Web. El Web no era una ‘cosa’ física que existiese en determinado ‘lugar’. Era un ‘espacio’ en el que la información podía existir”.

En este libro Berners-Lee arrojaba muchas de las claves importantes para pensar tanto la Web como las implicaciones de la transformación digital. Una de las más interesantes era la perspectiva relacional del conocimiento la cual ya anticipó Bush en 1945 (Berners-Lee, 1999: 1): “La visión del Web que tuve fue la de cualquier cosa potencialmente conectada a cualquier cosa. Es una visión que nos proporciona una nueva libertad y nos permite crecer más rápidamente de lo que nunca pudimos crecer cuando estábamos encadenados por los sistemas de clasificación jerárquica a los que nos aferramos. Deja la totalidad de modos de trabajar anteriores como sólo una herramienta entre muchas. Deja los miedos que teníamos al futuro convertidos en uno entre muchos. Y acerca más los funcionamientos de la sociedad a los funcionamientos de nuestra mente”.

Se considera que la primera página web públicamente accesible se publicó en 1991, en un momento en que la red empezaba a crecer de forma cada vez más acelerada, aún circunscrita a ámbitos científicos y académicos. Sin embargo, las posibilidades de este medio y la extensión de los dispositivos informáticos en la sociedad, particularmente en el mundo empresarial, hizo que pronto este territorio fuera colonizado por intereses comerciales. El empleo de Internet, de forma ampliamente mayoritaria gracias al uso de la Web, por parte de las empresas supuso un acicate para su expansión y crecimiento, impulsada por la entrada en los mercados de inversión de empresas que comercializaban, bien con las infraestructuras de comunicación, bien con productos y servicios que comenzaban a distribuirse a través de este medio.

Con todo, toda esta conectividad no habría sido posible sin un desarrollo ingente de la informática y de los diversos dispositivos para acceso a información, almacenamiento y procesamiento. Otra de las vías esenciales en esta historia, que recorreremos en otra ocasión.

Llegamos así a los albores del siglo XXI.

De la economía digital a la sociedad del e-work decente: condiciones sociolaborales para una Industria 4.0 justa e inclusiva

Подняться наверх