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II. “INDUSTRIA-SOCIEDAD 5.0”: ¿CRISIS U OPORTUNIDAD PARA EL RENACER DE LA SOCIEDAD DEL (E)TRABAJO DECENTE? 1. ECONOMÍA DE MAXIMIZACIÓN DEL CONOCIMIENTO DE LOS DATOS Y DE LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL: ¿HACIA UNA SOCIEDAD SIN EMPLEO Y SIN TRABAJO DECENTE?

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La “sociedad del trabajo” (acuñada por el sociólogo alemán Claus OFFE, 1992) es el referente conceptual e institucional que ha representado la centralidad socioeconómica del trabajo (por cuenta ajena y subordinado) en la economía del capitalismo productivo e industrial. En su virtud, las normas (laborales y de seguridad social), las instituciones (contrato de trabajo, mercado de trabajo, seguridad social, Estado social de Derecho) y el sistema económico (producción de masa –fordismo, taylorismo–), se ordenan sobre la idea no solo del “pleno empleo” (capacidad del sistema para proporcionar empleo a la mayoría de la población) sino sobre el “empleo pleno”, esto es, la capacidad del trabajo-empleo para ser el título principal que dé acceso a los derechos de ciudadanía social, definiendo las identidades y las trayectorias biográficas y socioeconómicas de las personas a lo largo de su vida. Sin embargo, sin necesidad ahora de ahondar en esta cuestión, desde mediados de la década de los años 90 se difundió la idea de la “crisis de la sociedad del trabajo”, a fin de expresar la pérdida de valor central del trabajo como categoría representativa de la evolución económica, social y cultural, llegando a su máxima expresión con la afirmación de J. RIFKIN de que entrábamos en la era del “fin del trabajo-empleo subordinado”: ni en el futuro habría empleo suficiente para todas las personas ni esté tendría, al menos de forma mayoritaria, los rasgos del trabajo-empleo industrial que conocimos18.

Los años de bonanza que se sucedieron en el mundo occidental desde finales de siglo XXI hasta la Gran Recesión de 2008 marginaron esos debates. Con la irrupción disruptiva del discurso sobre la “nueva era digital” en una “sociedad del conocimiento” digital y postindustrial, el discurso del “fin del trabajo-empleo asalariado” cobró una renovada actualidad. Tanto que ahora incluso se pronostica el fin de la propia economía capitalista sobre la que se sustentaba la sociedad del trabajo-empleo. Irrumpía, así, la economía colaborativa y la cooperación para el bien común (RIFKIN, J. 2014, TIROLE, 2017).

Según esta “profecía” (tan errada como la precedente del fin del trabajo), cuando, en lo que llama la “sociedad del coste marginal 0” (el modelo de competencia capitalista, que tiende a convertir todo aspecto de la vida humana en mercancía a vender en mercados, obliga a las empresas a introducir unas tecnologías tan sofisticadas que incrementan la productividad hasta un nivel óptimo en el que el coste marginal de producción se aproxima a cero) los bienes y servicios serán “casi gratuitos, los beneficios se evaporan, el intercambio de propiedad en los mercados cesa y el sistema capitalista muere”. El Internet de las cosas sería lo posibilitaría “una nueva organización económica” y abocará a la plasmación de un mundo en el que producción y consumo se unirán (“prosumo o procomún colaborativo”). Vaticinaba, así, en 2014, que pasados unos pocos años, las personas prosumidoras (consumidoras que participan en la producción de los bienes que consumen y que pueden compartir con otras personas), conectadas a las inmensas redes internacionales, producirán “energía verde y servicios y productos físicos, y aprenderán en aulas virtuales”.

Aprender en aulas virtuales, así como el creciente trabajo telemática, es un pronóstico cumplido, lo de producir energía verde y bienes y servicios gratuitos, como la luz, ya es otro cantar, aunque no es nuestro objeto de estudio aquí esta crítica. Sí es importante dejar constancia de que la evolución de esa “economía colaborativa” ha sido, sin embargo, todo lo contrario, la economía de las plataformas digitales representa la maximización del principio de competencia de mercado y la optimización de los beneficios, a través de un aumento extraordinario de la demanda de mercado a precios reducidos, pero trasladando parte de los riesgos y costes a las personas trabajadoras. Además “el virulento cambio tecnológico…anuncia una transformación disruptiva en los modos y formas de entender en un futuro próximo la idea de trabajo” (MERCADER UGUINA, J., 2017, p. 33).

El resultado estaría siendo la generación de desfases profundos respecto de las reglas clásicas reguladoras del trabajo-empleo dominante hasta ahora. Y ello tanto en lo que concierne al volumen de empleo disponible (ajuste a la baja y reemplazo por robots y la automatización) cuanto en sus condiciones de trabajo (adaptación de las personas a las posibilidades de maximización del rendimiento de las máquinas –automatización–en vez de estas a aquéllas). La sociedad del rendimiento digital reduce, pues, el número de las personas que trabajan para el mercado, pero intensifica su disponibilidad (en cualquier lugar, en cualquier momento y en lo que se requiera: anytime, anywhere) y transparencia (a través de acomodar y prever su conducta: gestión analítica)

De la economía digital a la sociedad del e-work decente: condiciones sociolaborales para una Industria 4.0 justa e inclusiva

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