Читать книгу Cómo vencer los temores y fortalecer la salud emocional - Enrique Chaij - Страница 11
El origen del temor
ОглавлениеRemontémonos a los comienzos de la humanidad. Allí nos encontraremos con la primera pareja matrimonial, creada a la imagen y semejanza de su Creador. Ambos eran seres perfectos, y ningún mal los afligía. No tenían la menor noción del miedo. Todo les resultaba agradable y apacible. Tanto de día como de noche, Adán y Eva se sentían igualmente seguros y felices.
El huerto del Edén era el sitio ideal para gozar de total bienestar. No se podía pretender un lugar mejor para vivir en plenitud. Pero un día –funesto día aquel–, contra todo lo esperado, marido y mujer desobedecieron las indicaciones de su Padre y Creador. Entonces la imperfección entró en aquellos corazones y en aquel hogar primero. Un extraño sentimiento de temor y culpabilidad se apoderó de Adán y su esposa. Y ambos se escondieron de vergüenza, porque no pudieron soportar la voz acusadora de su conciencia, ni la mirada profunda de Dios.
El relato veraz de las Escrituras afirma que “entonces oyeron a Dios, el Señor, que se paseaba por el jardín a la brisa del atardecer. Y el hombre y su esposa se escondieron de su presencia entre los árboles del jardín. Pero Dios, el Señor, llamó al hombre y le dijo: ¿Dónde estás? Y Adán respondió: Te oí andar por el jardín, y tuve miedo” (Génesis 3:8-10). Por primera vez en toda la historia humana se pronunció la palabra “miedo”. Y desde entonces esta sombría palabra se ha convertido en uno de los términos más comunes y punzantes del lenguaje universal. El miedo o el temor pinta un corazón intranquilo, una conciencia atribulada, una vida insegura...
La actitud de Adán y Eva, de haberse escondido por causa de su temor, fue parecida a la actitud del soldado que vivió escondido durante 18 años, según lo narramos al comienzo del capítulo. Pero Dios se acercó al escondite de Adán, y le preguntó con dolor: “¿Dónde estás?” Es decir, “¿Por qué te has escondido de mí? ¿Pensabas que no te encontraría? ¿Qué ganas con esconderte, cuando tú sabes que mis ojos jamás se apartan de ti?” Entonces comenzaron los pretendidos justificativos: Adán culpó a su esposa, y ella culpó a la serpiente por su desobediencia. Pero tales excusas no sirvieron para borrar el temor de sus corazones.
A tantos siglos de aquel primer temor, todavía hoy la conducta errada aleja del Creador y crea turbulencia en el corazón. Produce culpabilidad, autorreproche y temor a las consecuencias. Y junto con tales sentimientos, aparecen las excusas para cargar la culpa sobre otros. O tal vez, el alma huye y se esconde, como pasó con Adán y Eva, y con Caín después de matar a su hermano Abel. ¡Cuán huidizo es el espíritu humano para encubrir sus temores y sus culpas!