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Huir sin provecho

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En uno de sus memorables poemas, Víctor Hugo describe la angustia que sintió Caín después de asesinar a su inocente hermano Abel. Inmediatamente después de cometer el crimen, huyó a un sitio muy lejano y se acostó a dormir al pie de una montaña. Pero cuando levantó su vista al cielo vio un ojo fijo que lo observaba.

Entonces Caín huyó de aquel lugar, y se fue a un sitio más lejano todavía. Pero aun allí, sobre el horizonte vio al mismo gran ojo que lo miraba. Luego, construyó una tienda con pieles y se acostó debajo de ella; pero las pieles no pudieron ocultarlo de aquel ojo que lo perseguía día y noche. Finalmente, Caín se escondió en una cueva rocosa. Pero ni aun allí las piedras pudieron encubrirlo de ese ojo que le atravesaba el alma.

El poema de Víctor Hugo describe así la angustia de la conciencia acusadora del primer homicida. Por extensión, también señala el terror de quien huye de sus culpas y procura disimular sus caídas. Pero el que huye de sí mismo, corre inútilmente. Porque adondequiera que vaya, siempre llevará consigo su alma angustiada y perseguida.

Para entender mejor esta ausencia de paz interior, no necesitamos ir muy lejos. Bastará que nos observemos por un momento a nosotros mismos. Y allí, en el fondo mismo de nuestra conciencia, podremos descubrir el motivo de muchos de nuestros miedos. Por otro lado, quien intenta disimular sus incorrecciones, sin reconocerlas ni combatirlas, solamente conseguirá avivar sus temores. Así se sintieron Adán y Eva cuando se escondieron de Dios. Y mucho peor se sintió Caín después de matar a su hermano.

El encubrimiento de nuestros males nunca termina bien. En cambio, el valor para reconocerlos nos lleva a Dios quien, con su amor y su perdón, inunda de paz nuestro corazón.

Cómo vencer los temores y fortalecer la salud emocional

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