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Tenía mucho miedo

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Un hombre de mediana edad padecía de un terrible temor a la muerte. E hizo este comentario: “En mi turbación mental, llegué a celar a mi esposa sin motivo alguno. Y resulta que ahora ella me está celando a mí”. ¿Tenía ella alguna razón para celarlo? Desgraciadamente sí, porque el hombre le estaba siendo infiel a su esposa desde hacía diez años.

Y ese prolongado estado de infidelidad le había producido al hombre una conciencia culpable y acusadora. Inconscientemente, comprendía que así no podía ser feliz ni menos estar preparado para enfrentar la muerte. De ahí su temor desmedido y patológico ante la idea de la muerte. Pero cuando al tiempo abandonó su conducta de esposo infiel, desapareció su temor. A partir de entonces, ya con su conciencia tranquila, se sintió preparado para vivir y para morir en paz con Dios.

La experiencia de este hombre revela varios hechos destacables: 1) Que todo temor tiene una raíz o causa determinada; 2) Que ese temor –no importa cuál sea– persistirá mientras no se combata la causa; 3) Que el comportamiento inmoral o infiel puede provocar diversos temores secretos en el corazón; 4) Que con la intervención divina es posible blanquear y vencer el temor.

El buen proceder

La Sagrada Escritura aconseja centenares de veces que no tengamos miedos ni temores. Y este consejo puede llevarse a cabo cuando conservamos una conducta limpia y justa. Tomemos por caso la exhortación divina, que dice: “No temas, que yo estoy contigo. No desmayes, que yo soy tu Dios que te fortalezco. Siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia” (Isaías 41:10). El pedido es claro y directo: no temer ni desmayar. Y la razón para ello, es que Dios nos fortalece y nos ayuda.

Pero esta tonificante promesa de la compañía y la asistencia divina, demanda de nuestra parte una conducta ordenada. El mismo Dios que nos exhorta no temer, nos dice con igual claridad: “Haz lo bueno… Apártate del mal y haz el bien, y vivirás para siempre”. “Aborreced el mal, seguid el bien… No seas vencido por el mal, sino vence el mal con el bien” (Salmo 37:3,27; Romanos 12:9,21).

¿No te parece alentadora esta verdad? Nuestro Padre celestial nos da el buen consejo de no temer, luego nos fortalece con su ayuda y poder, y finalmente implanta en nuestro ser la vida exenta de mal y de temor. Esta fue la gran bendición que recibió el mencionado hombre que tanto le temía a la muerte.

En suma, cuando permitimos que Dios actúe en nuestra intimidad y le confiamos la dirección de nuestra vida, los temores no encuentran terreno propicio para nacer y crecer. Conserva esta verdad en tu corazón, y gozarás de paz, aunque el mundo viva “bajo el signo del temor”.

Cómo vencer los temores y fortalecer la salud emocional

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