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26 de enero ¿Cómo pretendes volar si no tienes alas?

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“Los que confían en el Señor tendrán siempre nuevas fuerzas y podrán volar como las águilas; podrán correr sin cansarse y caminar sin fatigarse” (Isa. 40:31).

Las alas de las aves están constituidas de una manera maravillo­sa; poseen un sistema esquelético y muscular tan ligero, que hace po­sible el vuelo. Sin embargo, hay algunas aves que, aun teniendo alas, no pueden volar, porque estas son reducidas en tamaño o muy pesadas.

A veces, nos referimos a personas diciendo que han volado muy alto, cuan­do han alcanzado sus ideales, sus sueños y sus proyectos. Tal vez lo decimos ha­ciendo alusión al vuelo de las aves, que pueden volar largas distancias y a gran altura. Esta atinada figura de pensamiento bien puede ser aplicada a nosotras. No tenemos alas, pero podemos volar cuando hacemos po­sible lo imposible, cuando dejamos las quimeras para trabajar en nuestra vida para alcanzar los propósitos de Dios para sus hijas.

Los expertos en estudios de la naturaleza humana aseguran que una perso­na alcanza las alturas cuando llega a la autorrealización personal, que se define como un estado de plenitud y bienestar que no se consigue por lo que nos ofrece el entorno; más bien, es un proceso interno de autovaloración.

Cuando despertamos a la realidad de lo que somos y nos empoderamos a través de los dones que Dios nos ha dado, podemos volar muy alto, aun sin tener alas. Las alturas se alcanzan cuando dejamos de cargar nuestros complejos, nuestras culpas, nuestras desilusiones y nuestros desencantos, y nos atrevemos a salir del rincón oscuro y paralizante de la conmiseración personal, los infortunios y los desaciertos.

Amiga, ser mujer no es necesariamente lo que te han enseñado ni lo que has vivido hasta ahora. Despierta a la realidad de lo que eres; sencillamente eres parte de la expresión del amor de Dios. Recuerda que los obstáculos son una fuente de aprendizaje, y que a través de ellos puedes lograr fortaleza, valor y esperanza, en ti, en Dios y en los demás.

Desarrolla una mirada “bifocal”: mira al cielo para que seas consciente de la presencia de Dios en tu vida, y baja los ojos a tu realidad presente para que descubras las posibilidades y los recursos que tienes disponibles. “Fije­mos nuestra mirada en Jesús, pues de él procede nuestra fe y él es quien la perfecciona” (Heb. 12:2).

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