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31 de enero Mi ritual de belleza

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“El corazón alegre embellece el rostro, pero el dolor del corazón abate el espíritu” (Prov. 15:13, RVR 95).

Hace poco recibí en casa a un promotor de productos de belle­za. Es innegable que la mayoría de las mujeres tenemos una espe­cial inclinación por cremas, perfumes, aceites y cuanto ungüento se nos presente con la promesa de conservar la belleza de la piel.

Parece ser que esta tendencia está implícita en la naturaleza femenina por creación; incluso en el registro sagrado encontramos algunas referencias al respecto. Cuando Ester fue llevada al palacio, antes de presentarse ante el rey Asuero, fue sometida a un largo “ritual de belleza”: “El tiempo de los ata­víos de las jóvenes era de doce meses: seis meses se ungían con aceite de mirra y otros seis meses con perfumes aromáticos y ungüento para mujeres” (Est. 2:12, RVR 95).

Creo que el cuidado de nuestro cuerpo es una responsabilidad que las mujeres cristianas debemos asumir, sin vanidad ni presunción, solo por el hecho de ser “templos del Espíritu Santo”. Sin embargo, las cremas y los perfumes son solo una parte del kit de belleza de la mujer; la belleza del rostro no solo de­pende de los productos cosméticos. El rostro es también una expresión del cuidado de nuestra alma. Un rostro hermoso no es el que tiene menos arrugas, sino el que expresa paz, gratitud y contentamiento.

Tener un ritual de belleza para el alma debe ser una prioridad cotidiana. Cuando lo hacemos, nuestra alma se refresca, nuestros rasgos temperamen­tales son suavizados por el aceite del Espíritu Santo, y las emociones y los sentimientos son sometidos a la voluntad de Dios. Ahora, antes de iniciar tus actividades:

 Únete a la alabanza de la naturaleza. Regocíjate en el amanecer. Respira hondo y agradece por la vida.

 Medita en las promesas de Dios; te darán fuerzas para enfrentar las di­ficultades diarias y no caer en el desánimo.

 Imita a las aves, que no solo cantan al amanecer, sino que también con nuevos bríos salen en busca del sustento diario. Haz lo mismo; esfuér­zate. Las cosas no caen del cielo; hay que conseguirlas con trabajo.

 Al caer la tarde, medita en las bendiciones recibidas y agradece a Dios por ellas. La gratitud genera contentamiento; quien está agradecido y gozo­so tiene un sueño dulce y reparador.

Amiga, disfrutarás la vida cuando sientas el poder de Dios actuando en la tuya. Serás una mujer embellecida por el poder de Dios.

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