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3 de febrero El viaje de la mujer

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“El Señor dice: ‘Mis ojos están puestos en ti. Yo te daré instrucciones, te daré consejos, te enseñaré el camino que debes seguir’ ” (Sal. 32:8).

La vida de una mujer es como un viaje; nuestra llegada a cada una de sus estaciones nos invita a un tiempo de transición y ajuste. La infan­cia, la adolescencia, la juventud, la edad adulta y la vejez femeninas son estaciones donde obligatoriamente hemos de detenernos y que nos traen cambios muy notorios, tanto en lo físico como en lo emocional.

La niña anuncia su llegada a la adolescencia con cambios físicos y emocio­nales muy evidentes, tanto para ella como para quienes la observan, y debe hacer ajustes que, a veces, no son sencillos.

La juventud es una estación a la que muchas llegan con grandes expec­tativas; comienzan a ver una posibilidad de encontrar pareja y formar familia. Es una etapa de grandes decisiones; es tiempo de responsabilizarnos y hacer­nos cargo de nosotras mismas. Cualquier error o acierto tendrá repercusiones en las siguientes estaciones. Para muchas mujeres, la juventud es la etapa de ser esposas y madres. La vida les da un vuelco que, a veces, viven con ansie­dad y desasosiego; no solo hay que hacerse cargo de una misma, sino también de otros. Las que toman el camino de la soltería necesitan valor para enfren­tar a una sociedad que concibe a la mujer “incompleta” sin un hombre al lado. Es posible que algunas vivan esto con tensión y soledad.

La edad adulta y la vejez son señaladas en diversas culturas como etapas de improductividad: cesa la función reproductora y el duelo por esta pérdida pue­de traer consigo estados depresivos y falta de propósito en la vida.

Amiga, sea cual fuere la estación a la que has arribado, quiero decirte que es la mejor, si aprendes a disfrutarla y, sobre todo, si tomas en cuenta que via­jas con el mejor compañero: Jesús. Revisa tu equipaje, guarda los tesoros acu­mulados y desecha toda basura emocional, pues es un lastre que te impedirá avanzar.

Ser niña, adolescente, joven, adulta y anciana tiene sus encantos, ¡descú­brelos con Dios! No llores por las pérdidas, ríe por las ganancias y vive el gozo de ser una hija de Dios. Vive hoy con optimismo; aprecia el regalo de la vida y alaba al dador de este maravilloso ser que eres “tú”.

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