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30 de enero El verdadero poder

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“Cuando el Espíritu Santo venga sobre ustedes, recibirán poder y saldrán a dar testimonio de mí” (Hech. 1:8).

Las circunstancias imperantes en nuestra sociedad han sacado a la mujer de sus roles tradicionales para ponerlas en el campo de acción de la vida. Cada vez con más frecuencia, escuchamos hablar del poder de la mujer, basándose en la idea de que en algún momento carecíamos de él. Es cierto; si damos una mirada rápida al mundo, nos damos cuenta de que el li­derazgo femenino está tomando fuerza. La presencia de la mujer es cada día más frecuente en la política, los negocios, la ciencia y el arte. Y no es de sor­prendernos, pues sabemos que las mujeres, tanto como los hombres, somos poseedores de enormes capacidades. Pero… hablemos de nosotras, las que co­múnmente somos llamadas “amas de casa”, aquellas que la mayor parte del tiempo estamos arreglando camas, cocinando, limpiando, cuidando las plan­tas, dando de comer a las mascotas y terminamos el día revisando tareas mientras doblamos ropa recién lavada. Quizá ninguna de nosotras ocupe un si­llón en una oficina gerencial, ni mucho menos en un parlamento. Sin em­bargo, las “labores del hogar” que muchas menosprecian exigen asumir una posición de líder. Requieren preparación, desarrollo de habilidades, sabidu­ría y un poder ajeno a nosotras que proviene del Creador y es otorgado por gracia a quien lo solicita.

Amiga, frente a tan grande y solemne demanda como es el cuidado de tu familia, y ante el cansancio, el desgano y el sentido de inutilidad que acosan, es tiempo de hacer un alto, levantar la mirada al Cielo y pedir con humildad poder e inteligencia. Dios, que te ve con tierna solicitud, extenderá su mano y te cubrirá con su manto de gracia. Te revestirá de fuerza, la misma fuerza que necesitaste para dar a luz a tus hijos. La mano de una mujer llena del poder de Dios no tiembla a la hora de aplicar disciplina redentora a sus hijos; se levanta para bendecir y no para maldecir. Rescata a su familia y a ella misma de las influencias torcidas de un mundo posmoderno que se jacta de no ne­cesitar a Dios.

Hoy, antes de iniciar tus “quehaceres domésticos”, siéntate a los pies de Jesús, inclínate reverente ante su presencia, “saborea” tu compañerismo con él, sin prisa, sin dudas, sin desconfianza, con humildad y docilidad. Que tu oración sea: “Señor, vengo a ti. Guíame en el camino. Sé mi sustentador y mi guardador. Levántame cuando mi pie tropiece. Amén”.

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