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28 de enero “Si subes la escalera como vieja, llegarás a la cima como joven”

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“Las ancianas asimismo sean reverentes en su porte […], maestras del bien. Que enseñen a las mujeres jóvenes”

(Tito 2:3, 4, RVR 95).

La reflexión de hoy está inspirada en el proverbio que dice: “Si su­bes la escalera como vieja, llegarás a la cima como joven”. La juventud y la vejez son etapas en el ciclo de la vida imposibles de evitar. Asumir esta realidad nos librará de falsas expectativas. La única diferencia entre ellas es que la vejez se sustenta en los años vividos y la juventud, en los años por vivir.

A menudo pensamos en la vejez como poco deseable, pero si las mujeres jóvenes se apropian del tesoro que las ancianas han acumulado en años, as­cenderán la cuesta de la vida con paso seguro y certero.

Alguien ha creado la ilusión de que las jóvenes y las ancianas van por ca­minos distintos y es difícil que transiten juntas por la vida. La verdad es que hay un solo camino para la mujer, solo que las mujeres ancianas lo transitaron primero, y las jóvenes vienen atrás. Las ancianas conocen todas las “estacio­nes de la vida”, lo que las hacer perfectas guías de aquellas que están por conocerlo. La joven prudente nunca desestimará el conocimiento vivencial de una mujer que ha sido niña, adolescente, joven y adulta, y que ha llegado finalmente a la cima. Permitirá que su inexperiencia sea fortalecida por la experiencia acumulada de una mujer que no solo tiene años, sino también lecciones que enseñar.

Por otro lado, la mujer sabia que acumula años no pondrá obstáculos en el transitar de las jóvenes; las guiará con delicadeza y ternura. Será sensible y no juzgará con rudeza, arguyendo que “en mis tiempos” las cosas se hacían de otra manera.

Jóvenes y ancianas pueden ser compañeras en el viaje de la vida. El cami­no es el mismo; solo cambia la manera de transitarlo. El final de la ruta es el reino de los cielos. Amiga, si al estar leyendo esta reflexión te encuentras al final de la ruta, mira hacia atrás y extiende tu mano para alcanzar a la joven que ha tropezado y esta caída; levántala, sostenla y anímala a seguir. Si te en­cuentras iniciando la senda, acepta la mano fuerte que se te extiende; apóyate en ella. No te fíes de tu juventud; la experiencia de una madre y de una abuela serán siempre un soporte cuando el camino se torne difícil de transitar.

Pinceladas del amor divino

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