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27 de enero ¿Conversaciones chatarra?

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“Por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado” (Mat. 12:37, RVR 95).

Es muy común oír que las mujeres hablamos más que los hombres; sin embargo, para no dejarme llevar por lo que se dice, me puse a inves­tigar al respecto, y lo que descubrí me resultó sumamente interesante.

Según una investigación de la Universidad de Maryland, en los Estados Unidos, “las mujeres hablan más que los hombres. Esto se debe a una pro­teína que produce nuestro cerebro. Debido a esto, las mujeres pronuncian unas veinte mil palabras al día, mientras que los varones no más de siete mil”.

A modo de broma, se me ocurre pensar: si hablamos más por causa de una proteína, ¿por qué algunas de nuestras conversaciones son chatarra? Como los chismes, las quejas, la crítica injustificada, los chistes vulgares, las menti­ras, los rumores, las conversaciones ociosas y vanas que se hacen intermina­bles y no traen ningún provecho ni al que las dice ni al que las oye…

Las mujeres nos hemos hecho acreedoras del calificativo “dicharache­ras”, porque hablamos y hablamos y seguimos hablando. Alguien dijo que las mujeres, cuando hablan, usan una autopista de ocho carriles para expre­sar y procesar sus emociones, mientras que los varones solo tienen un pequeño camino rural. Si esto es así, tenemos una gran responsabilidad con respecto a la forma en que hablamos. Es evidente que todo lo que decimos muestra lo que somos, y lo que somos afectará a lo que hacemos. En la Biblia leemos: “La lengua es un fuego. Es un mundo de maldad puesto en nuestro cuerpo, que contamina a toda la persona” (Sant. 3:6).

Las conversaciones “chatarra” erosionan la reputación de la persona de la que se habla, pero también la de quien las tiene. Los rumores que corren de boca en boca destruyen vidas. Las palabras dichas con sarcasmo atrope­llan la dignidad personal. Y ni qué decir de las palabras vulgares que no solo violentan el idioma en sí, sino que también ofenden a Dios y nos denigran en nuestra condición de seres creados a su imagen.

Este día no cuentes tus palabras; preocúpate por cuidar el efecto que cau­san y pídele a Dios que las santifique. Toma en cuenta que:

 Lo que dices puede ser bueno para ti, pero malo para otros.

 Hacer chistes a costa de la dignidad de otros es inmoral.

 La queja constante corroe tu capacidad de ser feliz.

 La palabra dicha como conviene es un bálsamo para las almas.

 Darás cuenta ante Dios por tus palabras.

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