Читать книгу La segunda independencia - Federico Prieto Celi - Страница 11

INTRODUCCIÓN

Оглавление

Debería usted ser fusilado; pero a usted se le debe la victoria de hoy General José de la Mar al mayor José Andrés Rázuri (Batalla de Junín) ¡División, armas a discreción, de frente, paso de vencedores! General José María Córdova (Batalla de Ayacucho)

Las dos frases que encabezan esta introducción motivan muchas reflexiones. La primera, evidente, el dilema cotidiano entre la obediencia debida y la rebeldía justificada, entre el cumplimiento de la ley y la informalidad, sumergida o abierta, de sobrevivencia o de cinismo. Evoca la frase bíblica de que la letra mata y el espíritu vivifica. Sentido común y libertad de espíritu. Nos hace ver cómo las leyes en tiempo de paz son distintas de las que rigen en la guerra, por la misma naturaleza de las cosas.

La Mar juzga y absuelve a Rázuri en una frase, al final de una batalla victoriosa. No hay encono, venganza, envidia, revancha, sino comprensión y magnanimidad, y hasta un implícito reconocimiento de su equivocada apreciación de las posibilidades de victoria al dar la orden. Una lección para nuestros políticos, un modo de comportarse, también, para cuando un gobernante baja al llano, una actitud lejana a la judicialización indebida de la política. Reafirma la validez de Tácito cuando decía que muchas leyes hacen mala una República. No en vano el libertador Simón Bolívar escribió que el mariscal La Mar era el mejor militar que había conocido en el Perú.

La segunda frase, falsa o verdadera, no se sabe bien, encabeza el mensaje de trabajo laborioso, la necesidad de acudir al reclamo ciudadano para hacer grande a la patria, el arrojo ante el peligro personal, pensando en los demás. Refleja la autoestima en un país donde a veces pareciera que ser valiente es mala educación, o donde los peruanos estaríamos de ordinario, como decía un amigo, con una copa de menos.

No hay en Córdova nostalgia de la orilla opuesta, como observaba Raúl Ferrero Rebagliati –trayendo al Perú una expresión ortegiana–, de ciertos cristianos en relación con los marxistas, por supuesto, décadas antes de la caída del Muro de Berlín. No son dos frases enmarcadas solamente en el fragor de la batalla; son dos enseñanzas válidas doscientos años después de la independencia.

Hechos estos comentarios, queremos agradecer al doctor Martín Santiváñez la amabilidad de escribir la presentación de este libro, que antecede a mis palabras liminares. La regeneración de la que habla Martín Santiváñez eleva el plano político hacia el nivel moral. Se refiere a la urgencia de la República a gozar de gobiernos ejemplares. Denuncia la tendencia relativista de moda con respecto a la verdad y el bien, como trascendentales filosóficos que se proyectan a la vida pública.

El autor no tiene miedo de recordar las virtudes, humanas y cristianas, y los caminos, derechos y claros, que requiere la sociedad peruana. La persona hace la historia, no las cosas. La persona, con virtudes o vicios, con trabajo o flojera. Por eso, Santiváñez insiste en que la libertad esencial tiene que compaginarse con el respeto y la responsabilidad. La libertad, al reconocer el carácter trascendente de la persona humana, halla en ella misma, y en su naturaleza, el primer y más importante freno para comportarse debidamente en sociedad.

En la primera y segunda parte de este libro hemos pretendido poner al alcance del lector, al recordar algunos pasajes de la emancipación y del primer Centenario de la República, un elemento de preparación cultural –aunque sacrifique matices– que quiere participar desde ahora, con conocimiento de causa, en lo que se diga entonces: 2021 y 2024. La memoria del pasado es necesaria para entender el presente y vislumbrar el futuro. Tanto más cuando se trata de una tarea colectiva, como la que corresponde al celebrar los doscientos años de libertad. También queremos despertar interés en la lectura de los interesantísimos tratados que historiadores de prestigio han escrito sobre la materia.

Se encuentra a cada paso la indecisión, la improvisación o el encono entre peruanos protagonistas de nuestra historia republicana, especialmente a la hora, precisamente, de dar a luz una patria independiente, dejando atrás un reino digno gobernado por el rey de España. Son cosas propias de los comienzos de todo pueblo que se organiza en República, para caminar a un nuevo paso.

Admire más bien –con optimismo– el lector los propósitos cumplidos, las realidades cuajadas que se siguen del trabajo de «nuestros abuelos distantes», como gusta decir el historiador de la Independencia, José Agustín de la Puente Candamo. Porque la patria merece ser querida, el patriotismo es una virtud que requiere ser cultivada, y el deseo de ser un buen patriota es un ideal que a nadie le debe ser ajeno.

Al presentar en la primera parte de este libro una breve visión de la independencia y del nacimiento de la República, pienso que una es la curiosidad infantil sobre las batallas Junín y Ayacucho y otra la meditación ordenada de los hitos fundamentales de una separación dolorosa y cruenta del reino de España. No es el historiador erudito quien escribe, sino el periodista que tiene la presión psicológica de resumir.

Presento apenas un repaso que puede ser útil al lector que quiere echar una mirada hacia atrás y ver cómo estábamos cuando dejamos de ser uno de los reinos más apreciados del monarca español, para lanzarnos a la entonces audaz y responsable aventura de gobernarnos a nosotros mismos. Obviamente, la presencia o ausencia de personas y hechos es ya una manera de opinar.

El breve ensayo del padre Guillermo Oviedo Gambetta, tan interesante como original, recoge una pequeña historia que no sale en los libros del colegio porque ha sido historiada y difundida en el siglo XXI por Augusto Ferrero Costa: la idea que una vez cruzó por la mente de algunos protagonistas de la época de traer a Bonaparte como rey del Perú, escapándose de su prisión en la isla de Santa Elena.

Recuerda la segunda parte del libro, a modo de examen de conciencia nacional, el primer Centenario de la emancipación. Sabemos que tuvo el aire festivo propio de una conmemoración importante. Y asoma, igualmente, la sombra de un gobierno que se iba haciendo, día a día, menos democrático y más autocrático debido al afán del presidente Augusto B. Leguía, y de sus seguidores y ayayeros, de perpetuarlo en el poder.

El debate sobre la conducta de Leguía, como pasará después con la del presidente Alberto Fujimori, apasiona a los peruanos e impide un entendimiento de valores y limitaciones de ambos gobernantes. Una lección que debería llevarnos a escribir un artículo constitucional que diga que está prohibida la reelección presidencial, y que quien ya ha sido presidente no puede volver a serlo.

Charles Philbrook rompe esquemas. Entiende y tolera muy bien el autor por qué hay más detractores que partidarios de su ensayo. Quienes no están de acuerdo es obvio que no comparten el punto de vista de que la crisis del 29 se debió a una errada decisión de gobierno, y no de mercado, que es lo que se enseña hoy en las universidades.

No presenta este libro un pensamiento único, sino diversos pareceres: este texto va a producir debate al contrariar el pensamiento común sobre la existencia del Banco Central de Reserva, que ha sido presidido a lo largo del tiempo por destacadas personalidades peruanas, de reconocido prestigio.

Primero, cuando era Banco de Reserva, fueron presidentes Eulogio Romero Salcedo (1922-1925), Agustín de la Torre González (1925-1927), Eulogio Romero Salcedo (1928-1929) y Enrique Ferreyros (1930-1939). Cuando se llamó Banco Central de Reserva lo presidieron Manuel Augusto Olaechea (1931-1934), Manuel Prado Ugarteche (1934-1939), Fernando Gazzani García del Real (1939-1945), Francisco Tudela y Varela (1945-1948), Pedro Beltrán (1948-1950), Clemente de Althaus Dartnell (1950-1952), Daniel Olaechea (1952), Andrés F. Dasso (1952-1958), Enrique Bellido (1959-1964), Alfredo C. Ferreyros Gafron (1964-1966), Fernando Schwalb López-Aldana (1966-1968), José Morales Urresti (1968), Carlos Vidal (1968) y Alfredo Rodríguez (1968-1969).

Durante el gobierno revolucionario de las Fuerzas Armadas lo fueron Emilio G. Barreto Bermeo (1969-1975), Carlos Santisteban de Noriega (1975-1977), Germán de la Melena Guzmán (1977-1978) y Manuel Moreyra Loredo (1978-1980). Con el regreso de la democracia, Richard Webb Duarte (1980-1985), Leonel Figueroa Ramírez (1985-1987), Pedro Coronado Labó (1987-1990), Jorge Chávez Álvarez (1990-1992), Germán Suárez Chávez (1992-2001), Richard Webb Duarte (2001-2003), Javier Silva Ruete (2003-2004) y Óscar Dancourt Masías (2005-2006). Desde entonces hasta ahora, Julio Velarde Flores, quien ha sido reconocido como el mejor presidente de los bancos de reserva del mundo.

La tercera parte: Identidad y cultura: Naturaleza del Estado peruano, se ocupa de la inspiración creyente de la Carta Magna de la República, permanente en la Constitución histórica, pocas veces resaltada. Es tema que algunos han querido hacer de coyuntura para destruir lo construido por casi doscientos años. Mi fidelidad a la identidad, tradición y desarrollo constitucional republicano ha inspirado esa parte, fruto de otro lado de un coloquio con periodistas.

Siguen en esta tercera parte dos estudios demográficos de Arturo Salazar Larraín: uno sobre el Perú y otro sobre el mundo. Estudios académicos y, a la vez, por su interés y actualidad, periodísticos. Un buen final para una meditación histórica y política de nuestra patria.

A modo de epílogo he querido apuntar, sin contagiar a nadie de mis opiniones personalísimas, varias posibles propuestas de reformas constitucionales, que se explican por sí mismas.

Lima, julio de 2017

La segunda independencia

Подняться наверх