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En el mismo compartimento de clase turista hay un pequeño lavamanos y decido asearme y peinarme un poco allí mismo. No tengo ganas de recorrer el tren buscando un baño completo, estoy cansada, así que me quito la camiseta, el sujetador y los tejanos, los guardo en la bolsa de la ropa sucia para el viaje que llevo en la maleta, y saco un vestido claro de algodón ligero que me hará las veces de camisón. Agacho la cabeza y calmo algo de mi sed en el chorrito de agua, después me mojo la cara, los brazos, los pechos… Saco gel y una pequeña esponja de viaje y me froto la piel con ella. Esto es lo que mi abuela materna llamaba lavarse como los gatos, y quizás sea la primera vez que lo hago en mi vida. Realmente no es tan malo como pensaba. El olor del gel, el frescor del agua cierro los ojos y lo primero que veo son los ojos de Tristán Lago, azules, profundos pienso en lo bien que le va el apellido. ¿Será el suyo de verdad? Mientras estoy refrescándome, casi desnuda de no ser por mis braguitas, alguien toca a la puerta del compartimento. ¿Será el revisor? Busco rápidamente mi toalla en la maleta y me cubro, me acerco a la puerta y apoyo el oído en ella.

—¿Quién es?

—Seguridad del tren, ¿puede abrir por favor?

—¿Puede esperar un momento?

—Abra la puerta o la abriremos nosotros.

Tanta rudeza me asusta. Pero por otra parte, si es la seguridad del tren, podría ser comprensible. Agarro aún más fuerte mi toalla y abro la puerta. ¿Seguridad del tren? Le reconozco, es uno de los seguratas de Tristán Lago. ¿Qué hace aquí?

—Señorita, la estaba buscando.

—¿Necesitan comprobar mi billete?

—Me han pedido que le entregue esto. Tenga.

Con una sonrisa me entrega un sobre blanco alargado, tamaño carta. La solapa no está pegada, solo metida dentro del mismo sobre, así que lo abro con facilidad. Dentro hay una foto de Tristán Lago en una clara pose seductora y firmada. «Con cariño, Tristán.» Observo cómo se refleja la luz en su superficie: ni siquiera está firmada a mano, ¡la firma forma parte de la imagen! Fotografías como esta son las que se regalan a las fans en las puertas de las firmas de discos. Hay millones iguales. ¿Eso ha creído que soy? ¿Una más de su masa de fans enloquecidas?

—Espere un momento, por favor —le pido al segurata.

Voy hasta mi maleta, busco uno de mis últimos juguetes, mi Polaroid Z2300 y un rotulador permanente de color negro. A la poca luz del atardecer me hago yo misma una fotografía intentando imitar su mueca de divo, espero a que se revele y escribo en letras mayúsculas: «¿Cariño? Eso es porque no me conoce. Álex.»

La meto dentro del sobre, junto a la fotografía que me ha enviado, lo cierro con saliva y se lo devuelvo al segurata.

—¿Puede entregárselo a su jefe?

—Descuide. Buenas noches.

—Buenas noches a usted también.

Satisfecha conmigo misma termino de secarme y busco algo de ropa interior que ponerme. Tristán Lago es sin duda alguien muy pagado de sí mismo, desagradable, creído, seguramente altivo Me pongo el vestido de algodón claro, me suelto el pelo, y justo cuando me estoy quitando las zapatillas vuelven a llamar a la puerta. No puedo evitar una sonrisa y abro enseguida. ¿Me habrá enviado una respuesta? Me quedo de piedra: el mismo Tristán está de pie en el pasillo, iluminado por el sol dorado del atardecer que le hace parecer un ángel, o más bien un demonio, y con mi fotografía en la mano. Supongo que se da cuenta del estado catatónico en el que estoy porque me dice:

—Una chica que me envía una fotografía suya, llevando solo una toalla y con este mensaje no he podido resistirme a conocerte. ¿Me dejas que te invite a cenar?

¡Oh, Dios! Y ahora, ¿qué hago?

• Está bien (ve a "10").

• Yo no ceno con engreídos (ve a "11").

Tocando el cielo

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