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ОглавлениеDecido estirarme un cuarto de hora para hacer lo que una compañera de trabajo llama «pequeña siesta cosmética», es decir, cerrar los ojos el tiempo justo para eliminar la cara de cansancio. Programo la alarma y cierro los ojos. Oyendo el traqueteo del tren sobre la vía me duermo en menos de lo que canta un gallo. Y entonces sueño o acaso imagino, que estoy en un frío bosque de árboles desnudos. El cielo es totalmente blanco y las hojas, de un rojo encendido, lo alfombran todo aún más allá de la vista. Yo estoy maravillada con tanta belleza y saco fotografías de todo. Reina la calma, ni una ráfaga de viento, ni una nube. Solo una melodía sobre el aire, un punteo de guitarra. Busco su procedencia y a través del visor de la cámara encuentro a Tristán. Le espío. Está sentado en el suelo, descalzo, con los ojos cerrados y abrazado a una guitarra de cristal. A través de ella puedo ver su corazón brillando en el interior de su pecho, desprendiendo un calor y una luz que son las que hacen vibrar las cuerdas. A su alrededor cientos de luciérnagas levantan el vuelo. Me quedo extasiada mirándolo. Siento que podría estar así toda la vida. Pero cuando mejor me siento la melodía se detiene, Tristán abre los ojos y me grita: «¡Despierta!»
Su voz se convierte en la alarma del iPhone y siendo consciente de que me he dormido ruedo hacia el lado y bajo de la litera.
Cojo mis cámaras, la Canon y la Polaroid, me las cuelgo del cuello y salgo de mi compartimento. Al abrir la puerta del bar en mi camino hacia Gran Clase encuentro a Tristán sentado en la barra. Está fumando un cigarrillo finísimo de papel marrón que huele a caramelo. Me mira y levanta las cejas como si no me esperara.
—Lo siento, me he dormido —me disculpo.
—Ya lo veo —ríe mirándome de arriba abajo. Tomo nota mental: la «siesta cosmética» es un mito.
—Creo que este bar es mi sitio favorito en el tren. A estas horas debería estar cerrado, pero le he pedido al camarero que me deje la llave.
—Ya veo.
—¿Quieres tomar algo? El tren nocturno invita.
Asiento con la cabeza y ocupo el taburete contiguo al suyo. Estoy a punto de pisar una funda rígida de guitarra que hay en el suelo, ligeramente apoyada en la barra.
—Lo siento.
—Oye, no me dejes sin instrumento.
Por un momento creo que eso ha ido con segundas y me pongo como un tomate. ¡Céntrate, Álex, por Dios!, me digo a mí misma, que no se te note que te pone nerviosa…
Tristán ha dado la vuelta a la barra y está frente a la máquina de café. ¿También sabe hacer cafés? Este hombre es una caja de sorpresas.
Me fijo en la funda de la guitarra, parece vieja pero está bien cuidada. No puedo evitar recordar la guitarra de mi sueño, al fondo de la cual había un corazón palpitante, apasionado, luminoso. Si dañara esa guitarra seguramente ni todo mi dinero de un año compensaría la pérdida.
El olor del café frente a mí me saca de mis pensamientos.
—Bien cargado, que lo necesitas.
Se lo agradezco y hago ademán de quitarme las cámaras de encima pero me detengo, ¿no era en su compartimento donde quería hacer la sesión de fotos?
—¿Vamos a quedarnos en el bar?
—Bueno —se encoge de hombros, sigue en el otro lado de la barra, ahora se hace un café para él—, como prefieras. ¿Dónde te gustaría que pasáramos la noche?
• Aquí está bien (ve a "25").
• Me gustaría ir a su compartimento (ve a "14").