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—¿Quién es? —pregunto, pero no obtengo respuesta. Movida por la curiosidad decido abrir. Justo frente a mí, en el suelo, hay una bandeja con una cena completa del restaurante del tren. Una ensalada, carne con guarnición y una tarrina de crema catalana. Como un ratón que se huele una trampa, reviso el pasillo antes de coger la comida. Cuando estoy segura de que no hay nadie, cojo la bandeja y me encierro de nuevo en mi compartimento. Sí, Tristán Lago es un engreído y hace todo esto seguramente para demostrar que puede hacerlo, pero yo llevo sin comer demasiadas horas y soy un ser humano. Necesito azúcares y no me da ni pizca de vergüenza reconocerlo.

Cuando voy a hincarle el diente a un trozo de tomate vuelven a tocar a la puerta. Abro y encuentro en el suelo otra bandeja de comida: hay otra ensalada, pescado y fruta. Me agacho para cogerla y entonces veo a alguien por el rabillo del ojo: es él por supuesto, no podría ser otra persona. Está apoyado en la pared, con los brazos cruzados y observándome, seguramente con curiosidad. ¿Así que se trata de eso? ¿Esta es su bandeja y si decido meterla en mi compartimento, significa que puede entrar también él? Esto tengo que pensármelo.

• Meto su bandeja (ve a "27").

• De momento dejo su bandeja en el suelo (ve a "28").

Tocando el cielo

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