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Me cargo rápidamente el equipo a los hombros, cojo la tarjeta-llave del compartimento y el iPhone y con paso ligero pero decidido atravieso el tren hasta Gran Clase. No recuerdo bien cuál es su puerta, pero la presencia de uno de los seguratas frente a ella me da una pista. Me acerco y le sonrío, él se aparta y me deja pasar. Como pensaba, está al tanto de todo. Cuando entro en el compartimento de Tristán me parece que no hay nadie, pero entonces oigo el ruido del agua en la ducha. Es cierto, los compartimentos de Gran Clase tiene ducha privada… de pronto aparece un demoniejo sobre mi hombro izquierdo que me susurra que abra la puerta del baño.

—No se dará cuenta —me dice— y aprovechando que tienes aquí tu cámara podrás hacer unas fotografías que valdrán mucho más que su peso en oro.

Acto seguido aparece un angelote sobre mi hombro derecho arrugando el entrecejo.

—¡Ni se te ocurra hacer eso!, no puedes violar así su intimidad.

—¿Intimidad? El segurata de la puerta le ha dejado pasar, tiene permiso para entrar en su intimidad —argumenta el demoniejo.

Me pone nerviosa solo pensar que una simple puerta separa a Tristán Lago, desnudo y mojado, de mí. Enredo compulsivamente mis dedos en los rizos de mi nuca y mi imaginación vuela. En mi cabeza me deshago de las cámaras, de mis zapatillas, de mi ropa, de la goma que recoge mi pelo, abro la pequeña puerta, descorro la cortina y entonces entonces mi imaginación se pega un batacazo porque oigo cerrarse el grifo de la ducha. Me sonrojo al tiempo que el demoniejo se enfada y desaparece en una nube de polvo de azufre y el angelote sonríe elevándose hasta el cielo. No soy capaz de moverme cuando la puerta del baño se abre y aparece Tristán, en tejanos y con la camiseta que llevaba en la mano.

Siento que la cara se me enciende como una bombilla por lo que he estado pensando, y cuanto más quiero que se apague más se enciende ¡qué vergüenza!

—Vaya, hola… me has pillado…

—Lo siento…

—No, no te preocupes. Yo… me he manchado la camiseta, estaba intentando lavarla un poco, antes de que se secara el colutorio…

Miro la camiseta un momento, tiene una mancha enorme de color verde. Asiento con la cabeza y esbozo una tímida sonrisa. ¿Se me estará notando que en realidad lo que estoy mirando con más interés es su torso desnudo? Desborda horas de gimnasio: voluminosos abdominales, brazos estilizados y fuertes, y esos huecos tan sexy enmarcando su vientre plano que gritan muérdeme.

—Voy a ponerme algo encima, para que podamos empezar.

—Oh…

Supongo que no puedo reprimir mi decepción

—No seas mala, Álex. No hablamos nada de desnudos, al menos no de momento.

Madre mía, madre mía, madre mía ¿al menos no de momento? Solo de pensarlo me empieza a sobrar la ropa a mí.

Tristán se acerca a las literas y busca algo en la de arriba, donde hay ropa doblada. No pienso dejar escapar esta oportunidad y mientras rebusca le saco disimuladamente una fotografía con el iPhone. Él encuentra una sudadera de color negro y rápidamente se la pone. Por un momento me siento como la espía Mata Hari en el Orient Express, salvando las distancias.

Coge su guitarra, que descansaba sobre la litera de abajo y se sienta en ella. Yo cojo la Canon e intento hacer medición de la luz. Es tan pobre que seguramente todo me saldrá subexpuesto, movido o con mucha suerte con un grano enorme. Vamos, fotografías no aptas para mi jefa, pero quizás consiga algo artístico. ¿Lo sabría Tristán cuando me hizo la proposición? Seguramente, no es la primera vez que le hacen fotografías. Por un momento me siento engañada, pero se me pasa enseguida, cuando él empieza a tocar la guitarra y una extraña melodía llena el compartimento.

—Necesito ayuda con esto.

Me dice. Yo me siento en el suelo y apoyo la espalda en la litera, para eso estoy ahí, es mi parte del trato.

—¿Y en qué puedo ayudarte yo?

—Tengo la intuición, y casi nunca me falla, de que si te dejas llevar por tu sensibilidad podrás guiarme.

—¿Yo?

—Claro. Vamos, no finjas que no lo sabes. Eres especial… desprendes luz.

Guau, no sé qué decir. Sin duda sabe cómo dejar a una mujer sin palabras, aunque sea difícil en mi caso.

—¿Cómo uno de esos muñecos que se iluminan cuando los abrazas?

No puedo evitarlo, sus ojos fijos en los míos empezaban a inquietarme, a moverme cosas por dentro. Tenía que romper la magia, por mi propio bien.

—¡No! —ríe—, tú no necesitas que te abracen. Aunque si lo hago ¿me iluminarás más todavía?

Ahora sí, me ha cerrado la boca quizás para lo que queda de noche. Como no sé qué responder cojo la polaroid y le hago una foto. El flash le ciega momentáneamente y con una risa nerviosa le pido perdón. Es irónico, la luz de mi cámara le deja fuera de combate, pero la que dice que proviene de mi interior le inspira. Creo que empiezo a entender por qué me ha invitado a pasar esta noche «creativa» con él. Es una estrella y seguramente tiene sus manías, sus supersticiones, y algo ha debido ver en mí que encaja en alguna de ellas. Está bien, decido aprovecharme todo lo que pueda de la situación.

Sin previo aviso la melodía cambia, ahora es más grave, más pausada. También lo hace el rostro de Tristán que parece más concentrado, preocupado únicamente en sentir cada nota. Cierro los ojos y me dejo llevar. En la oscuridad de mis párpados bailan formas anaranjadas que pronto se oscurecen y definen.

—Es curioso lo que has dicho sobre la luz —le confieso—. Mi abuela, la madre de mi padre, solía llamarme little firefly. Era inglesa.

Tristán toca un punteado ligero, que alegra por un momento la melodía.

—Recuerdo sus manos, sus dedos ligeros. Sus caricias. Ella sí estaba llena de luz. Hubiera cumplido "84" años el mes que viene.

Abro los ojos y Tristán tiene los suyos clavados en mí. Su respiración es agitada, quizás por el creciente ritmo de la melodía. Siento que me atraviesa, que me lee por dentro, que busca algo en mi interior, que espera algo de mí, ¿pero qué?

Su respiración me contagia y siento que empiezo a hiperventilar. Si sigue mirándome con esa exigencia creo que voy a desmayarme…

• Por favor deja de mirarme así (ve a "23").

• Ojala no deje de mirarme así (ve a "22").

Tocando el cielo

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