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ОглавлениеEl tren llega puntual a la estación de Paris-Austerlitz y una sensación de no querer abandonarlo me recorre entera. Estoy sentada, observando la puerta de mi compartimento, esperando a que se detenga del todo para bajarme… pero en realidad estoy deseando correr a Gran Clase, abrir el compartimento de Tristán y pasarme la vida apoyada en su hombro, puede que escuchándolo tocar la guitarra, para siempre.
El tren frena y oigo a los pasajeros de mi vagón salir al pasillo. Yo debería hacer lo mismo, así que vuelvo a la tierra, cojo la maleta, me cuelgo el bolso y la cámara, y también salgo. La estación me recuerda a la de Francia, de donde salí horas antes en Barcelona, con sus suelos de mármol pulido y arcadas impresionantes. Un edificio antiguo, con relojes de grandes agujas negras hago una fotografía con mi iPhone y la comparto en Instagram: «Por fin en la ciudad de la luz».
Reviso de paso mi correo y las llamadas perdidas: nada en el correo y en las llamadas tengo unas siete de mi jefa. Se ha pasado la noche al teléfono. ¿Por qué es tan pesada, qué querrá? Pienso en llamarla una vez llegue al hotel, que queda bastante lejos.
Antes de salir de la estación pido un mapa donde figuren los transportes públicos y pregunto por la parada del autobús que va a Pigalle. Según vi en la web al hacer la reserva del hotel tengo que coger el número sesenta y siete, que tarda una media hora. Es mucho tiempo para perderlo sentada en un autobús, pero es directo y pienso que además me hará las veces de bus turístico por la ciudad. Así que cruzo la calle en la dirección que me indican en información, y bajo por la rue Buffon hasta encontrar la rue Geoffroy Saint-Hilaire donde está la parada de Buffon-La Mosquée. Me siento y me dispongo a relajarme mientras espero, cuando me suena el móvil. Cómo no, es mi jefa.
—Buenos días, jefa.
—¡Alexandra, te he llamado veinte veces!
—Ya lo he visto. Iba a devolverte la llamada en cuanto llegara al hotel.
—Te agradecería que estuvieras localizable. Dime, ¿en qué hotel vas a alojarte? Por si no contestas a mis llamadas.
—No tendría por qué decírtelo, ya que estoy de vacaciones. Pero para que veas que te aprecio, es el Luxelthe, en el Pigalle.
—Está bien. Oye, ¿has tenido ocasión de ver a Tristán Lago en el tren? ¡Cuando me enteré de que iba en él no podía creerme el golpe de suerte que habíamos tenido!, ¡por favor, dime que sí!, ¡dime que has podido tener acceso a él!
—Sí, tranquila. De hecho, tengo una entrevista con él en unas horas, en el hotel Le Bristol.
—Álex, no puedes cagarla en esa entrevista. Tenemos que conseguir una exclusiva sea como sea, ¿me oyes? ¡Cómo sea! Haz lo que tengas que hacer, da igual si es ilegal
¿Pero qué me está diciendo mi jefa? ¿Tan desesperada está?
—Bueno, no creo que sea necesario plantear las cosas así…
—¿Que no es?
De pronto es como si se desmoronara y la oigo gimotear al otro lado del teléfono.
—Oye, ¿estás bien?
—En un rato te envío un correo electrónico con todas las preguntas que quiero que le hagas, ¿de acuerdo? Escúchame, Álex, te lo repito, es muy importante que no la cagues en esa entrevista, que hagas excelentes fotografías y a poder ser que consigas material exclusivo. Me da igual lo que tengas que hacer para conseguirlo. De ello dependen muchas cosas…
—Me estás preocupando.
—Las cosas están bastante mal, ya lo sabes Pero es que últimamente están peor. Para finales de año nos vamos a pique si no conseguimos subir las ventas como sea.
Una enorme presión se instala en mi pecho, ¿de verdad pretende hacerme responsable del cierre o la continuación de la revista?
—Haré lo que pueda, ya lo sabes.
—Sé que es injusto que te ponga tanta presión encima. Si estamos en esta situación no es por tu culpa, pero el caso es que estamos en ella y tienes la oportunidad de salvarnos el culo.
—Está bien. Ya te he dicho que haré lo que pueda.
Veo el autobús subiendo la calle, me despido y cuelgo. Busco mi monedero en el bolso y saco un billete de cinco euros, no sé cuánto cuesta el billete pero supongo que tendré suficiente. Mientras espero a que llegue a la parada veo por el rabillo del ojo algo familiar. Me giro: hay un póster publicitario enorme, con la cara de Tristán, colgado en la parada. Anuncia su macro concierto esta noche a las diez, en el Stade de France. El autobús para frente a mí y abre las puertas. Subo, pago, me siento en un asiento tapizado de verde cerca de la ventanilla y me pongo los cascos. Tengo media hora de viaje y me apetece pasarlo escuchando a Birdy. Miro por la ventanilla y no puedo evitar tener la cabeza hecha un caos. La situación con mi jefa, con Tristán y yo que solo quería alejarme un tiempo, darme unas vacaciones de todo. Y resulta que no sólo llego a París con más dolores de cabeza de los que tenía, sino que además, al mirar por la ventanilla, la ciudad me parece igual que Barcelona. Las calles son tan parecidas que ni siquiera siento curiosidad por mirarlas. Solo cuando cruzamos el Sena me animo a observar sus aguas verdes un momento. El resto del camino se me hace eterno.
En Pigalle bajamos medio autobús. Busco el mapa del hotel en mi iPhone y localizo dónde estoy. Cruzo la calle, paso frente a la boca del metro y vuelvo a cruzarla. Justo enfrente, tal y como había visto en el mapa, encuentro la calle de mi hotel, la rue Houdon. Es estrecha, de edificios antiguos, bastante altos y blancos, como la mayoría de los que he visto por el camino. Diría que es bonita sino fuera porque tiene una pendiente importante. Nada más verla deseo que el hotel no quede muy arriba, pero parece que mis deseos últimamente no cuentan demasiado. Tengo que subirla casi entera para encontrarlo.
Hago rápidamente el check-in y subo a la habitación. Necesito una ducha y una siesta como respirar. Al entrar cierro la puerta, lo dejo todo sobre la cama y me siento un momento. Es una cama individual, con una colcha de color rojo, igual que la moqueta del suelo y la cortina. Hay un pequeño escritorio de madera oscura junto a la cama y un armario aún más pequeño del mismo color a continuación. Por lo menos hay luz, y un espejo enorme justo enfrente de la cama, sobre un radiador blanco. En él observo con preocupación mi cara de cansancio. Decidida a hacer algo al respecto abro la maleta, saco ropa limpia, mi toalla de viaje (nunca he soportado las de los hoteles), mis sandalias para la ducha y el neceser. ¡Ducha relajante y refrescante al canto!
Entro en el baño decorado con baldosas blancas y negras y me desnudo frente al espejo. El cansancio no solo se nota en mis ojeras y un tono ligeramente pálido en mi piel, también en mi cuerpo. ¿Desde cuándo tengo yo esa postura encorvada? ¡Ni hablar, Álex! Espalda recta, sonrisa de oreja a oreja y directa a la ducha. ¡Y qué bien sienta olvidarse de una misma bajo el chorro de la ducha! El agua tibia masajeándome la cabeza, las cervicales, la espalda resbalando por mi cuello, mis brazos, mi vientre mmm es tan placentero que mi imaginación vuela y en un momento ya no estoy sola bajo el agua:
—¿Te froto la espalda?
Imagino que diría él, Tristán, totalmente desnudo y con una esponja jabonosa en la mano. Yo no diría nada, no sería necesario. Le ofrecería mi espalda, mi cuerpo entero si hiciera falta. Que frotase la parte que más le apeteciera a mí sin duda me apetecería que me las frotara todas.
Inspirada por estos pensamientos, una de mis manos se vuelve un poco traviesa y se entretiene más de la cuenta en mi vello púbico Álex, deja de ser mala, tienes cosas que hacer abro los ojos y no puedo reprimir una sonrisa. Seguro que tengo las mejillas llenas de rubor. Bien, mejor, mucho mejor que el color pálido de hace un rato.
Salgo de la ducha, me seco, me maquillo, me pongo la ropa cómoda que he escogido para el resto de la mañana hasta la hora de la entrevista (shorts negros de algodón con un cinturón en forma de lazo y una camiseta básica blanca sin mangas) y me echo unas gotas de mi colonia favorita, J’adore de Christian Dior. Entre unas cosas y otras se me han hecho las once y media y aún tengo que preparar lo que me voy a llevar a la entrevista, y quizás comer algo para no caer desmayada de hambre. Lo primero lo hago en un momento y lo dejo todo listo sobre la cama; para lo segundo cojo el bolso, bajo a la calle y camino un poco más hasta la esquina, donde hay una brasserie llamada L’Aristide, en la que me pido un sándwich y un zumo de naranja.
Mi plan es tomármelos tranquilamente pero, cómo no, se ve frustrado enseguida: justo cuando voy a dar el primer bocado creo ver cruzando la calle, a través de las enormes ventanas del local, a Juan, el segurata de Tristán.
¿Se me estará yendo la cabeza del todo y ya veo alucinaciones? Solo hay una manera de averiguarlo. ¿Debería salir tras él?
• Salgo a la calle tras él (ve a "31").
• Me quedo en la cafetería, habrá sido mi imaginación (ve a "32").