Читать книгу Tocando el cielo - Gaia Tempesta - Страница 6
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ОглавлениеLlego tarde, como siempre. Y esta vez, el tren que voy a coger rumbo a París, no va a esperarme. Por suerte, esta mañana me he decidido por un look cómodo: All Star negras, shorts tejanos ligeramente desgastados y camiseta blanca estampada, holgada y con escote generoso, que deja al descubierto mi hombro derecho. Un conjunto que dice a gritos «¡Hoy empiezo por fin mis vacaciones!» y que resulta perfecto para sobrellevar mi habitual impuntualidad.
Son las ocho menos diez de la tarde y tengo la sensación de que me he pasado el día corriendo arriba y abajo. Me quito las gafas de sol al entrar en la barcelonesa Estación de Francia, saco el billete que he impreso esta mañana en el trabajo y compruebo la hora de salida en la pantalla cerca de las vías. El tren ya está estacionado en la tres y amenaza haciendo sonidos metálicos con ponerse en marcha de un momento a otro. Apenas tengo cinco minutos para embarcar. Corro, arrastrando la maleta de mano más rápido de lo que sus pequeñas ruedas pueden procesar, mientras sujeto con la mano libre mi Canon EOS 5D. Dentro del enorme bolso que llevo cruzado, noto como dan vueltas mi kit de maquillaje de primeros auxilios, mi monedero y la acreditación a mi nombre, Alexandra Nell, como fotoperiodista de la revista juvenil Bambina.
Entro en el primer vagón, intentando coger algo de aire. El revisor me mira divertido. No sé qué le divierte tanto, si mi cara roja como un tomate, mi ropa sudada o mi falta de aliento. En cualquier caso se ríe más aún cuando le enseño mi billete y me advierte de que me he equivocado, que esa no es la clase turista, que tengo que ir hasta el último vagón. Y de que no puedo pasar por el interior del tren, porque el siguiente vagón, el Gran Clase, está cerrado. Que tendré que bajarme e ir por el andén. ¿Será posible? Sin duda este hombre me ha visto joven, en forma y me va a hacer sudar la camiseta. Sin tiempo para discutir, vuelvo al andén. ¡Me quedan solo un par de minutos! Me coloco las gafas de sol en la cabeza a modo de diadema, me recojo la larga melena rubia y rizada y me preparo para un esprín final. Pero enseguida aparecen más problemas: un grupo de adolescentes desatadas, con pancartas y fotografías, se amontona ruidosamente frente al siguiente vagón, el de Gran Clase. Empiezo a sudar aún más, ya no solo por el esfuerzo y el calor de julio, sino por el cabreo que me produce la idea de llegar a perder el tren por culpa de unas hormonas mal llevadas. Veo que entre ellas y el tren hay dos hombres vestidos de negro, altos y musculosos, con pinganillos en las orejas. No me hace falta recurrir a mi experiencia como fotoperiodista, (por otra parte, a mis veinticuatro aún un poco escasa, hace solo un par de años que acabé la carrera de periodismo y aún estoy formándome como fotógrafa), para darme cuenta de que son la seguridad de algún famosete. Me acerco un poco más al grupo y oigo como las chicas corean un nombre: «Triiiistáaan, Triiiistáaan.» Entre eso y las fotografías que llevan no hay lugar a dudas, se trata del cantante del momento: Tristán Lago. ¡Con lo que odio yo a los cantantes de moda de turno! Decido que ya pensaré en eso luego, ahora, ¡tengo que subirme a este tren y llegar al último vagón como sea! Pero, ¿cómo?
• Luchando contra las fans y recorriendo todo el andén en un último esfuerzo titánico. ¡Ánimo Álex, que tú puedes! (Ve a "2").
• Subiéndome otra vez al primer vagón e intentando llegar por dentro (ve a "3").