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—Ven.

Me abre la puerta de Gran Clase y siento un escalofrío ante la certeza de que vamos a su compartimento. Al entrar en el vagón ya no hay nadie en el pasillo y solo las luces redondas del techo lo iluminan pobremente. Abre la puerta de su compartimento con una tarjeta que saca de su bolsillo trasero y me deja pasar primero. Enciende las luces y me fijo en las literas con colchas azules en la pared izquierda. En la de arriba hay varias maletas pequeñas y algunas bolsas típicas para proteger trajes. Seguramente la ropa que hay en el interior vale más de lo que yo ganaría en años. A los pies de la de abajo, descansa una vieja guitarra española. Me quedo de pie esperando a que Tristán entre. Tengo una sensación extraña, ¿debería estar más nerviosa? La situación es realmente increíble, estoy en el compartimento de un hombre con el que sueñan millones de adolescentes y mujeres. A solas con él. Yo, ¡una simple chica del montón! Sin embargo, no sé por qué tengo un punto de confianza en mí misma que me ayuda a permanecer entera. Quizás tenga que ver con que no acabo de creerme lo que está pasando, con que sienta que es en realidad un sueño. Y en un sueño todo vale, ¿no?

Tristán deja la puerta abierta, coge la guitarra, las almohadas de las dos literas, y las coloca en el suelo, cerca de la pared. Se sienta sobre una de ellas y afina las cuerdas. Acerca el oído a los trastes y las toca tres veces cada una. Después de hacerlo ajusta las clavijas de un par de ellas, vuelve a tocarlas y entonces se arranca con una melodía. De pronto, levanta la cabeza de la guitarra y me mira.

—Perdona. No hay mucho espacio pero siéntate donde prefieras.

Opto por la litera. Si me sentara en los cojines le tendría demasiado cerca. Una vez lo he hecho, vuelve a tocar la melodía.

—¿Te gusta?

Asiento con la cabeza. Es la verdad. Es una melodía oscura. Cierro los ojos y me evoca tantas cosas, noches de luna llena, bosques desiertos, frío, amaneceres, lluvia…

—¿De quién es?

La pregunta me sale casi sin pensarla.

—Es mío —me contesta en un suspiro—. No te lo parece, ¿verdad?

Tristán sigue tocando, ensimismado en su guitarra. Está totalmente en su elemento y parece realmente el hombre más feliz del universo. Saco con disimulo el iPhone de mi bolsillo, la iluminación en el compartimento es escasa y el flash amenaza con dispararse, pero consigo desactivarlo a tiempo. Saco todas las que puedo mientras no se da cuenta, pese a que no sé cómo quedarán de movidas u oscuras. Es la única manera de captarle de manera natural, que es lo que realmente me interesa.

—Me encantaría poder tocar esto en el concierto que voy a dar en París. Pero conozco a cierto productor al que no le gustaría un pelo. Todo lo que hago pasa por su filtro, y lo que llega a la gente al final es una mezcla de lo que yo compuse y la adaptación pop que él hace de ello.

La melodía cambia, sus dedos presionan con mayor fuerza el mástil y son más rápidos. Cierra los ojos con fuerza y sigue el ritmo con un ligero movimiento de cabeza.

—Creo que los productores no siempre tienen razón. Porque algo tenga éxito no significa que, si haces algo diferente, no pueda tenerlo por igual. Esta música tiene tanto sentimiento esto llegaría a tus fans, estoy segura. Igual o mejor que lo que están acostumbradas a escuchar de ti.

Tristán deja de tocar, abre los ojos y me mira con una sonrisa.

—Gracias, eso mismo pienso yo. Dime, ¿qué te parece esto?

Sus yemas vuelven a pulsar las cuerdas. Cierro los ojos y me relajo, disfruto del momento, sin cuestionarme nada más. Me apoyo en la pared, en la cabecera de la cama y dejo que la música me inunde.

—Me recuerda al ruido de la lluvia sobre el mar. El repiqueteo rítmico de las gotas sobre la arena. Quizás más fuerte pero…

—¿Así? —pregunta, y noto que ha variado el ritmo.

—Sí, justamente así. Suena melancólico.

Tristán vuelve a variar la melodía, introduce algunas notas agudas que la hacen más alegre, sonrío.

—¿Qué más? —quiere saber.

—Veo nubes grises atravesadas por rayos de sol. Luciérnagas muchas luciérnagas revoloteando por todas partes…

El ritmo varía de nuevo hacia la percusión, hacia un ritmo que roza lo flamenco, que acaricia sus raíces.

—Y alguien que baila sobre la arena… Soy yo la que baila…

—¿Hay un arco iris?

Sí, lo veo claramente, en mi visión, en mi sueño inducido por su música, también hay un arco iris.

—Sí, uno precioso, ¿cómo lo sabías?

¡Qué tontería! Pienso después de preguntarlo, lo sabe porque es él quien está pintando ese arco iris en mi sueño.

—No puedo resistirme —continúo narrando—, tengo que entrar en el agua. Me acerco hasta la orilla y meto los pies. Está caliente de sol y me hace cosquillas.

Tristán aumenta la velocidad de las notas y toca las cuerdas con más fuerza, el volumen de la melodía crece y yo me meto en el agua hasta la cintura. El placer que noto en mi piel parece real: el vello de punta, la respiración acelerada Estoy tan a gusto en la litera que ya casi no siento el peso de mi cuerpo y temo dormirme.

—Voy a meterme del todo —anuncio.

—Hazlo.

Le oigo decir sobre la melodía. Entro más y más hasta que el agua me llega al cuello y entonces sumerjo mi cabeza. Floto en la frescura del mar que me abraza por completo.

—No saldría nunca.

—Pero necesitas respirar.

La guitarra dibuja un suave silbido, como una brisa. De pronto ya no estoy en el agua, vuelvo a estar en la arena, secándome al viento. Noto la calidez del atardecer en mi piel y un requiebro de guitarra me muestra un sol naranja y brillante.

—Hay un sol de atardecer precioso que me seca la piel.

Entonces las notas se vuelven más oscuras, más suaves, más sensuales, el volumen más bajo

—¿Y yo? ¿Estoy yo ahí contigo?

Por supuesto, quiero contestarle, porque le veo a mi lado, en la arena, descalzo, tomándome por la cintura y acercando sus labios a los míos. Su respiración en mi respiración, mis brazos en su cuello… pero ya no puedo hacerlo, el cansancio me puede y al fin me duermo en un atardecer de verano junto al mar.

• Ve a "26".

Tocando el cielo

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