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Cuanto más tiempo tardo en decidir qué hacer, menos tiempo tengo para hacerlo, así que armándome de valor busco un camino para pasar entre las fans histéricas que gritan como posesas. En cuanto me meto en el barullo comprendo lo desacertado de mi idea. Sufro por la cámara y la protejo como puedo de los empujones de tanta loca de remate. ¡Dejadme pasar, por favor!

Grito sin demasiado éxito, hasta que una de ellas se da cuenta de que estoy allí y se me pone en medio.

—¡Oye, tía, no te cueles! ¡Qué fuerte! ¡Ey, esta tía está intentando colarse!

Al momento, decenas de fans se agolpan en torno a mí y me siento más apretujada todavía. Me están inmovilizando en medio de una locura que amenaza con dejarme sin aliento del todo.

—¡Tengo que subir al tren, idiotas! ¡Soy una pasajera del tren!

Grito desesperada. Ellas por supuesto no me hacen ni caso, pero el jaleo alerta a uno de los seguratas que se acerca hasta donde estoy, justo antes de que me sienta desmayar por la falta de aire.

—Ayúdeme, soy pasajera del tren tengo que subir al tren…

Le digo con un hilo de voz, mostrándole mi billete. Él aparta a las chicas y subimos por la puerta de Gran Clase. Justo en ese momento, la locomotora se queja una última vez y el tren cierra sus puertas. El segurata me sienta en el suelo del vagón y me pregunta si estoy bien. Y yo solo puedo asentir con la cabeza antes de desmayarme.

Cuando recobro el sentido, estoy tumbada en una litera increíblemente cómoda. Pienso en lo genial que es la clase turista hasta que recuerdo lo ocurrido: me desmayé en el vagón de Gran Clase y cabe la posibilidad de que aún siga en él. Aún no es del todo de noche y pese a que no hay ninguna luz encendida puedo ver perfectamente el compartimento. En el suelo, frente a mí, están mi maleta, mi cámara y mi bolso… pero también hay una funda de guitarra, una maleta marrón enorme y un par de baúles negros, de esos que llevan los técnicos de sonido y los músicos. Tengo un escalofrío y me incorporo en la cama, aún mareada. Un hormigueo me recorre la sien, cierro los ojos esperando a que pase. Y entonces oigo gente hablando fuera del compartimento. Me levanto, cojo mis cosas y abro la puerta. En el pasillo hay una luz encendida y dos seguratas que se callan cuando salgo. Me miran de arriba abajo. ¿Qué le ha dado a todo el mundo por mirarme hoy así? Agacho la cabeza e intento pasar entre ellos.

—¿Ya te encuentras mejor? —me preguntan.

—Sí, gracias —digo sin levantar la vista.

—¿Quieres que te ayudemos con eso?

Niego con la cabeza y con un movimiento rápido tiro de mi maleta. Mala idea, al instante siento un calambre en el brazo que me recuerda que necesito azúcar con urgencia.

—No, gracias. Muchas gracias por todo. Quizás vaya a comer algo.

Asienten con la cabeza ante mi respuesta y, con la mejor sonrisa que puedo esbozar, paso entre ellos y me dirijo al bar.

Cuando planifiqué mis vacaciones en París, aparte de asistir al seminario de fotografía de retrato de Eolo Pérfido, no tuve en cuenta ningún extra como que comería algo en el tren, pero la salud es lo primero. Así que pienso en tomarme el mejor bocadillo de jamón que puedan venderme.

Paso por la clase preferente y el restaurante, donde están en pleno turno de cenas, y voy al bar. Son casi las nueve de la noche y solo hay una persona en la barra. Un hombre alto, atlético, de unos treinta y pocos, de pelo castaño, un poco largo. Está pensativo, tomando lo que parece una cerveza negra y escribiendo compulsivamente en una pequeña moleskine. Es el guapísimo y exitoso Tristán Lago.

Ni siquiera ha levantado la vista cuando he entrado, creo que ni se ha dado cuenta. En ese momento me suena el teléfono, es mi jefa. ¡Dios, qué pesada!, ahora mismo no tengo ganas de hablar con ella así que lo pongo en silencio y lo guardo en mi bolsillo. Me siento en el otro extremo de la barra y apoyo las manos sobre el mostrador. Miro de reojo a Tristán. Teniendo en cuenta que he estado desmayada en la que seguramente era su litera, ¿no debería decirle algo? ¿O quizás debería hacerme la tonta y esperar a que él levante la vista y me vea?

Mi teléfono vibra, tengo un mensaje de mi jefa: «Tristán Lago está en tu tren. Ya sabes lo que te toca.» Hago una mueca de disgusto, ¿no se supone que estoy de vacaciones? Además, ¿cómo se supone que voy a hacerlo? ¿Cómo voy a abordarle, sin más, y decirle que me conceda una entrevista y además una sesión de fotos? No me gustaría que pensara que soy una de esas periodistas pesadas, que no descansan nunca, que no respetan la intimidad de los famosos

Observo su perfil pensativo. Parece un tópico pero gana en persona. Esos pantalones tejanos ajustados, esa camiseta blanca con rayas azul marino que se pega tan bien a sus anchos hombros, las All Star desgastadas, parecidas a las mías incluso desde esta distancia noto que es increíblemente magnético y atractivo, y por una vez no me da ninguna vergüenza admitir que me encanta el ídolo del momento.

• ¿Por qué esperar? Iniciaré yo la conversación (ve a "6").

• No quiero molestarle. Esperaré a ver si se da cuenta de que le estoy repasando con la mirada (ve a "7").

Tocando el cielo

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