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ОглавлениеAsí que esta libreta hace que pierda la noción del tiempo demasiado tentador tenerla entre las manos y no echarle una pequeña ojeada. Fingiendo inocente curiosidad tiro de la goma que mantiene cerradas la portada y la contraportada y la abro por donde descansa la cinta marca páginas de color morado.
Para mi sorpresa, Tristán no hace ademán de quitármela, al contrario, me mira con curiosidad. La libreta está llena de palabras garabateadas, de dibujos, de signos de tablatura es sin duda la libreta de un compositor. Vaya, y eso que decían que sólo era una cara bonita que ponía un poco de voz, un producto de su discográfica, alguien efímero como los había miles. Pienso en que esto es algo que podría interesarle a mi jefa si es que me decido a contárselo…
—Es mi libreta de inspiración.
—¿Estás intentando escribir tu nuevo éxito en el tren?
—Sí. Viajar en tren siempre me ha inspirado. He escrito muchas de mis canciones en el tren. ¿Te sorprende?
La verdad es que ni siquiera pensaba que alguien como él pudiera escribir sus propios éxitos, así que la sorpresa en mi rostro debe ser mayúscula. Pero está claro que no puedo decirle eso.
—No, la inspiración suele venir cuando menos te lo esperas.
Consigo salvar la situación con una frase hecha. Él sonríe y alarga la mano. Le devuelvo la libreta. La mira y la deja abierta sobre la barra.
—¿Podría cantarte algo y me dices qué te parece?
¿A mí? ¿Una rockera empedernida que no entiende nada de su tipo de música pop?
—Claro.
Contesto con una sonrisa y al segundo me regaño a mí misma, ¿qué estás haciendo? ¿Qué le dirás cuando te pregunte qué te ha parecido? ¿Cómo disimularás que no te ha gustado en absoluto, sin ofenderle? Cruzo las manos sobre mis rodillas y me siento aún más recta en el taburete. Estoy preparada.
Tristán cierra la mano en un puño y empieza a marcar un ritmo en la barra con los nudillos. Cierra los ojos, se concentra y en un momento entra en una especie de éxtasis. Me doy cuenta de que no puedo dejar de mirarle. Ese ritmo también se me está metiendo dentro, me palpita en el pecho, me llena los pulmones. De pronto un escalofrío: su voz, dulce y ronca, grave, vuela sobre la percusión directamente hasta mis vísceras.
No quise llevarte conmigo
Porque afuera el día era negro,
Preferí dejarte en nuestra cama
En el cielo azul de tus sueños.
Si no nos dejan ser lo que somos,
Si menosprecian nuestros deseos,
Seamos nosotros quienes decidamos
Seamos siempre nuestros propios dueños.
Tengo la carne de gallina. Su voz, su increíble voz me recorre entera. La siento debajo de mi piel, en todas las partes de mi cuerpo. Es sensual, masculina, y a la vez suena triste. Realmente me encanta oírle sin más acompañamiento que esos golpes en la barra. Solo puedo decir «guau».
—¿Te ha gustado?
Su pregunta me baja de la nube a la que me ha subido su voz. ¿Es que no se me debe de ver en la cara? Noto que no puedo dejar de sonreír.
—Bien, bien —dice satisfecho—. Creo que podría ir por aquí pero no sé ¿te gustaría ayudarme?
• ¡Por supuesto! Lo estoy deseando (ve a "14").
• ¿Yo? No tengo ni idea de música. Creo que paso (ve a "11").