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—Perdona, ¿sabes si va a tardar mucho el camarero?

Madre mía, aún no me lo creo, ¡he conseguido hablarle mirándole directamente a los ojos!

—Pues no lo sé, la verdad —él despega los ojos de la libreta, me mira y sonríe—. Hace un momento estaba aquí.

Esa sonrisa pícara creo que me ha reconocido y está claro que ha decidido seguirme el juego. Mejor, me siento más cómoda haciendo como si esta fuera la primera vez que nos vemos, y como si él no fuera quién es.

—Gracias.

—No hay de qué.

Silencio incómodo. Qué nervios. No puedo mirarle, no puedo. Un olor que reconocería en cualquier parte me llega desde donde está Tristán, es Bleu de Chanel. No puede ser, ¡mi fragancia de hombre favorita!, ahora sí que sí, siento que me desarmo entera.

—Parece que necesitas hidratarte urgentemente. ¿Quieres mi cerveza? Yo me pediré otra.

Con un movimiento rápido desliza su cerveza hasta mi mano. Luego se inclina hacia el otro lado de la barra, agarra una copa, abre la nevera y coge una para él. La abre en el borde la barra, se la sirve y le da un trago. Me quedo de piedra, ni que estuviera en su propia casa… Me mira. Hay diversión en sus ojos. Le doy entonces un trago a la cerveza que me ha pasado y la escupo enseguida en la misma copa. Con cara de disgusto la deslizo para devolvérsela.

—Está caliente como un meado de caballo.

Parece sorprendido, pero su sonrisa es aún mayor. Y yo que pensaba que ya no podría estar más guapo, me equivocaba Pero soy yo la que se sorprende aún más cuando él recoge la copa y le da un trago. La sola idea de que pose sus labios donde yo he posado los míos, de que mi saliva entre en su boca, en su cuerpo mis dedos se enredan nerviosos en un fino bucle que nace de mi nuca.

—Tienes razón, perdona. Supongo que perdí la noción del tiempo y la cerveza se calentó.

Coge la moleskine que hay frente a él en la barra y se la guarda en el bolsillo trasero de sus tejanos.

—No pretendía darte a beber meado de caballo. ¿Qué te apetece?

—¿Vas a cogerlo tú del otro lado de la barra o vamos a esperar al camarero?

No sé si me ha oído, porque ya está otra vez con el cuerpo sobre la barra, cogiendo lo que se le antoja del otro lado. Me sirve con gran habilidad una cerveza como la suya, coge su copa y la mía y se me acerca. Siento que el corazón me late más fuerte, esto no me lo esperaba. Mi fingida seguridad en mí misma puede desmoronarse teniéndole tan cerca.

—¿Así está mejor?

Pruebo un trago y asiento con la cabeza. Él sonríe satisfecho.

—Me alegro. Soy Tristán Lago, compositor y cantante —dice tendiéndome la mano.

—Yo soy Álex —dudo un momento si decirle mi profesión y al final lo hago—, fotoperiodista.

—¿Fotoperiodista?

—De la revista Bambina.

—Vaya, encantado.

¡Oh, no!, ahora sí que me ha desarmado del todo. Me da la mano pero se me acerca y roza su mejilla contra la mía en dos castos besos que me provocan la taquicardia de mi vida. Su piel es suave y huele maravillosamente bien, seguramente todo lo contrario que yo, que me he pasado medio día corriendo. ¡Dios mío, qué vergüenza!

Tristán levanta la pierna para sentarse en el taburete que hay a mi lado y entonces se le cae la moleskine. Rápida, me agacho y la cojo. Mi instinto periodístico se dispara, ¿debería abrirla y cotillearla un poco, inocentemente, como quién no quiere la cosa? ¿O debería devolvérsela sin más?

• Aprovecho la ocasión. ¡Tengo curiosidad! (Ve a "8").

• Se la devuelvo. No quiero que piense que soy una fisgona (ve a "9").

Tocando el cielo

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