Читать книгу El primer tetrarca - Gregorio Muelas Bermúdez - Страница 6

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El hombre vio dos figuras en la orilla opuesta. Remó hacia ellas. Deslizaba la pala con maestría sin producir el menor ruido. Años atrás entró por mar un galeote de piratas que asaltaron cuantas barracas entorpecían su camino. El plan era apresar a los campesinos para llevarlos a Berbería. El trabajo de vigilante en la Albufera y la Devesa, a partir de aquella época, se tornó muy peligroso. Ese día, en apariencia, los asaltantes se limitaban a dos y, por su volumen corporal, no parecía complicado detenerlos.

Oteó el horizonte hacia la torre de defensa de la Punta por si veía alguna señal de alerta. A escasa distancia de los intrusos se percató de que no eran más que ladronzuelos a los que apresaría con facilidad.

Detuvo la barca1 y descendió para arrastrarla hasta tierra. Una vez asentada, echó a correr en dirección a los dos muchachos. Un brillo entre las cañas atrajo su atención. Alzó la mirada hacia sus presas: habían desaparecido. Dejó la persecución para centrarse en el haz luminoso. Conforme se acercaba, más irreal le parecía. Se frotó los ojos varias veces al comprobar que ese centelleo venía del hilo de oro con el que estaban bordadas las mangas de la camisa de un niño. El pequeño, tumbado boca arriba en un lecho de cañas, daba la sensación de reposar en un gran nido al abrigo del lodo. Convencido de que dormía, acarició el tejido. Jamás poseería un paño como ese. El niño mostraba las manos recogidas sobre su regazo y sus dedos se cerraban en círculo. Observó con detenimiento su cara: sus ojos abiertos dirigían una triste mirada al cielo. Entonces se dio cuenta. No respiraba. Una tenue sonrisa se le había colado entre los labios desprovistos de sangre y una especie de baba blanquecina estropeaba su belleza. La melena castaña y ondulada enmarcaba su rostro en paz, y dos grandes alas marrones desplegadas nacían de su espalda, cosidas por sus flancos a la túnica de seda. La confección de burda lana cardada y escasa maestría, a pesar de lo que pueda creerse, daba al niño una imagen angelical.

Su mundo se redujo a su barca y a ese niño vestido de ángel. El vigilante lo movió para ver si tenía alguna herida. Nada. Limpio. Miró al cielo instintivamente, como si ese pequeño hubiese caído de él. No tenía sangre ni golpes a la vista que evidenciaran un asesinato, aunque esa espuma blanca confesaba su muerte. «Comería de esas bayas tan peligrosas que inundan el bosque o se las hicieron comer», pensó. Las aves levantaron el vuelo cuando se incorporó mirando a su alrededor. Un coro de graznidos y gorjeos lo inquietó, hasta se sorprendió del suave siseo de las cañas al que tanto estaba acostumbrado.

Se alejó un poco de la escena para verla a distancia, escrutando todos los lados. Las alas estaban extendidas horizontales al endeble cuerpo. Recapacitó. Lo primero era avisar al justicia criminal,2 él se haría cargo, si bien no le gustaba que llegase mucha gente y anduviese pisando su bosque. Acercaría al niño con la barca a la otra orilla, cerca de Ruzafa; los campesinos de allí sabrían qué hacer con él. Lo importante era no entrar en la ciudad con un muerto a cuestas. Todo el mundo lo conocía y creyó que lo mejor sería decir que se encontró al chico y que vio a dos hombres junto a él, no fuera que lo acusaran de algo.

Levantó el cuerpecito con toda la delicadeza de la que fue capaz. Dejó que las alas cayeran por su propio peso barriendo el suelo y lo introdujo en la barca con la suavidad que su temblor le permitía. Le recompuso el atuendo y el pelo, que acarició.

Remó con la percha a un ritmo ligero. Miraba a su espalda con la sensación de ser perseguido por espíritus malignos. Ya no le importó avistar campos furtivos de arroz,3 ni que por el bosque anduvieran robando leña. Lo primordial era sacarlo de allí, llevarlo lo más lejos posible de su vida. Mientras pensaba no podía dejar de mirar las alas cosidas a los costados, que se balanceaban inseguras con cada palada que daba al agua.

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1. Las barcas de la Albufera no tienen quilla y pesan poco. Están construidas para no encallar en esas aguas poco profundas y llenas de plantas y fango. La barca del vigilante era pequeña para no entorpecer la entrada de peces al lago por la gola.

2. El justicia (justícia) era un cargo de esta ciudad que durante la existencia del Reino de Valencia se encargaba de los temas judiciales. El justicia criminal se ocupaba de las causas penales (también existía el justicia civil).

3. El cultivo del arroz estaba prohibido debido a las enfermedades que provocaba su entorno, como el paludismo.

El primer tetrarca

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