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El Congreso y los gobernadores

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Con la llegada de Yrigoyen al poder se produjo un cambio en la forma de hacer política. El nuevo presidente era un líder popular que utilizaba novedosos métodos de conducción, a partir de la influencia ejercida sobre los nuevos grupos medios y los sectores populares urbanos quienes, hasta ese momento, en su mayoría no habían tenido participación política.

La estrategia utilizada por el gobierno para influir masivamente sobre estos grupos se basó en la instrumentación de técnicas de patronazgo político, lo cual desembocó en la creación de numerosas designaciones políticas y burocráticas. Esta otorgación masiva de cargos se usaba con el objetivo de vincular empleados del Estado con los comités de la UCR y sus respectivos caudillos o “punteros” e indirectamente estimular al electorado. La excesiva cantidad de puestos creados durante esos años incidió negativamente en el gasto público. Simultáneamente se produjo una transformación de los partidos políticos que se convirtieron en organizaciones de masas de representación nacional.

A esto hay que sumarle una enigmática atracción que producía el propio Yrigoyen, quien no daba discursos en actos masivos y tenía una oratoria complicada y muchas veces hasta difícil de entender. Pero sus coloquios con pequeños grupos y sus misteriosas apariciones en los actos públicos, ya que muchas veces no subía a los estrados, pero se corría la voz de que el líder se encontraba en el lugar y algunos adivinaban haberlo visto o aseguraban que estaba en la ventana o balcón de una casa cercana.

El comienzo de la experiencia radical en el poder fue difícil en tanto debió enfrentar una oposición compuesta por un amplio espectro de fuerzas políticas: desde el conservadurismo, irritado por el peso y las actitudes populares de la UCR, hasta el Partido Socialista, que competía con el gobierno por la representación de los trabajadores y denunciaba de la misma manera que el Partido Demócrata Progresista, actitudes demagógicas en Yrigoyen. Aunque la oposición fue descarnada, no presentó un frente unificado: mientras los conservadores eran fuertes en numerosas provincias, especialmente Buenos Aires, también tenía sus propias divisiones internas. Por su parte el socialismo tenía su principal fuerza en la Capital, pero también sufrió el desprendimiento en 1918 del Partido Socialista Internacional luego convertido en comunista. Y los demócratas progresistas sólo tenían peso en Santa Fe.

El propio radicalismo, sobre todo en el Interior del país, tenía gran cantidad de facciones, que respondían a los caudillos zonales muchas veces duramente enfrentados. Y si bien la figura del líder podía unir a los electores del radicalismo alrededor de su figura, en las elecciones locales no lograba obtener gobernaciones e intendencias por las propias divisiones. Eso explica cómo Yrigoyen triunfaba con amplio margen en las presidenciales, pero a lo largo de catorce años no logró controlar el Senado.

La oposición tampoco lograba unificarse y tener un discurso único. Era más efectiva la insistente crítica ejercida desde los principales diarios, como La Prensa y La Nación o el periódico socialista La Vanguardia, quienes centraban su ataque a la figura de Yrigoyen. Desde sus columnas se lo acusaba de ignorante y demagogo por su peculiar relación con los sectores populares, se criticaba sus intervenciones provinciales y la falta de consulta al parlamento y se lo asociaba despectivamente a los caudillos del siglo XIX.

Uno de los más importantes problemas de la UCR se hallaba en el parlamento. La oposición conservadora dominaba el Senado y pudo frenar los proyectos del Poder Ejecutivo que no le convenían. A pesar de los categóricos y sucesivos triunfos en las elecciones posteriores el radicalismo nunca pudo controlar la Cámara de Senadores. En Diputados recién lograron una frágil mayoría en las elecciones de 1918.

Importantes proyectos fueron rechazados o no fueron tratados como la creación de un banco agrícola, el fomento de la colonización rural, la creación de una flota mercante. Frente a esto Yrigoyen no permitió a sus ministros concurrir a las interpelaciones pedidas y él mismo se comunicaba únicamente por escrito con el Congreso.

Además, la oposición gobernaba en la mayoría de las provincias, mientras que la UCR sólo lo hacía en Córdoba, Entre Ríos y Santa Fe. Tanto por esta circunstancia como por el convencimiento de los radicales de que tenían que encarar una tarea de reparación nacional, el gobierno de Yrigoyen apeló en veinte oportunidades (quince por decreto y cinco por ley del Congreso) a la intervención federal a distintas provincias. Las intervenciones fueron a Buenos Aires, Corrientes, Mendoza, Córdoba, Jujuy, Tucumán, La Rioja, Catamarca, Salta, San Luis, Santiago del Estero y San Juan. El argumento principal del gobierno Nacional era que esos gobernadores habían sido elegidos mediante el fraude electoral.

Esta política interventora no sólo profundizó las distancias con la oposición, sino que además generó duros enfrentamientos internos en la UCR y también en el sector militar, ya que en muchas oportunidades la intervención era acompañada por el Ejército. Dentro de las filas armadas, además, hubo denuncias de favoritismo hacia los oficiales que habían participado en las “revoluciones” radicales de 1890, 1893 y 1905, premiándolos con ascensos y promociones. Se acusaba a Yrigoyen, desde los cuarteles, pero también desde la prensa opositora, de politizar a las Fuerzas Armadas haciéndolas participar en las intervenciones federales y en las represiones en los conflictos obreros. Esta fue la excusa para la organización de un movimiento interno en el Ejército, opositor al sector de oficiales yrigoyenistas, que derivó en la creación de la Logia San Martín, que intentó controlar a la fuerza y al Círculo Militar. La posición belicista, de la mayoría del sector castrense, frente a la neutralidad argentina y las acusaciones al gobierno de desatender el reequipamiento militar frente al avance armamentista chileno, ayudaron al descontento dentro de la fuerza.

Cabe destacar que durante toda su presidencia se respetó el ejercicio de la absoluta libertad de prensa, a pesar de la dureza de las críticas y sátiras hacia su persona y su forma de gobernar. También mantuvo muy buenas relaciones con la Iglesia Católica, diferenciándose de las políticas laicas de sus antecesores. En sus discursos estaban siempre presente invocaciones y expresiones religiosas.

Almanaque Histórico Argentino 1916-1930

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