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1.ª parte. Antes de la llegada a Ítaca (I-XIII 92):

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1a. Telemaquia (I-IV): la acción gira en torno a Telémaco, primero en Ítaca, después en el viaje emprendido para conseguir noticias de su padre. Es habitual la interpretación de esta parte como un relato de aprendizaje. A pesar del proemio, en estos cantos no está presente Ulises más que in absentia, de forma indirecta, una técnica narrativa de retardación excepcional, que se suma al principio in medias res. Lo que sabemos del héroe se debe a los relatos de otros, a la añoranza que por él sienten su esposa y su hijo. Narrativamente, ofrece la posibilidad de establecer un marco de referencia para las acciones que tendrán lugar en la tercera parte, el marco heroico, gracias a los relatos de Néstor y Menelao. También sus regresos y en especial el de Agamenón (relatado por su hermano Menelao) servirán de referencia para el de Ulises.

1b. Las aventuras de Ulises o Apólogos (V-XIII 92): la primera parte del nóstos de Ulises, la exterior, que consiste en el camino a Ítaca y está dominada por Poseidón. Excepto la última sección, las aventuras están narradas por el propio Ulises; son dominantes en sus relatos los objetos y personajes sobrenaturales. Se sitúan en un mundo muy alejado, en espacio y concepción, del representado en las otras dos partes, el mundo «real», el de Pilos, Esparta e Ítaca, y el mar entre esas localizaciones.

En las aventuras propiamente dichas nos encontramos con la faceta más conocida de Ulises y, al mismo tiempo, la menos coherente con su carácter de héroe homérico, cuyas cualidades prototípicas son inútiles: no tiene tanta fuerza como para mover la piedra que cierra la gruta del Cíclope (IX 303-305), ni su habilidad guerrera le sirve contra Escila para salvar a sus compañeros (XII 226-228); solo le salvará la astucia, con la que, por otra parte, había conseguido acabar la guerra de Troya (relato que no conocemos por la Ilíada, sino por la propia Odisea, VIII 488-520)42.

La organización narrativa de estas aventuras es muy detallada, en grupos de tres, siendo la última de cada grupo más elaborada que las otras dos (cícones-lotófagos-cíclopes / Eolo- lestrígones-Circe (con el Hades) / sirenas-Escila y Caribdis-vacas del Sol)43. Hay tres grandes peligros en estas aventuras: ser devorados, olvidar y perder el autocontrol. Cada episodio de cada uno de los grupos enfatiza uno de los peligros y los tres están representados en cada una de las secciones más elaboradas: con los cíclopes el ser devorados, con Circe el olvido, con las vacas del Sol la pérdida del autocontrol. Estos temas se desarrollan en espacios no humanos, que se organizan por similitud y oposición: la isla de los cíclopes y de Polifemo es la no civilización, ya que carecen de organización social («no tratan en juntas, ni saben de normas de justicia», IX 112), técnicas, como el arte de navegar o la agricultura, o costumbres, como la hospitalidad. Se opone, por tanto, a los espacios civilizados y sociales de la tierra de los feacios o la propia Ítaca. Pero también a las islas de Circe y Calipso, en cierto modo paradisíacas —en especial la de esta última, con exuberante vegetación, flores bellas y olorosas, árboles y viñas (V 55-74)—, con elementos de civilización, como el palacio o las actividades de las diosas, que cantan y tejen, pero cuya soledad y alejamiento del mundo las convierten en lugares más demoníacos que paradisíacos. Así de Eea, la isla de Circe, se dice: «Pues aquí no sabemos en dónde está el alba ni en dónde / el ocaso, por dónde a enterrarse va el sol que ilumina / a los hombres ni en dónde resurge» (X 190-193); y de Ogigia: «una isla hay en medio del mar, apartada» (VII 243-244). Este último es un espacio marcadamente negativo para Ulises: todo es femenino, delicado, suave, lo que logra que Ulises esté ahí detenido, suspendido, en un no lugar, fuera de estrategias, trampas, disfraces y engaños, sin los demás, que tanto son para él, sin posibilidad de posesiones ni fama (Citati 2008: 134).

Como transición entre este mundo «suspendido», etapa final del recorrido maravilloso de sus aventuras, y el mundo humano, se encuentra Esqueria, tierra de los feacios44, un espacio realista pero enmarcado en una casi edad de oro, en la que hay una cercanía con los dioses que el resto de los humanos ha perdido (VII 201-206). Es real porque contiene palacios, templos, puerto, mercados, bosques dedicados a los dioses, asambleas. Pero hay espacios maravillosos como el huerto que da frutos permanentemente o naves mágicas (VIII 557-563). Es un mundo feliz, alejado de la moral guerrera y violenta —aunque oyen las aventuras del aedo con gusto— y también de los afanes mercantilistas de la navegación, las dos razones principales por las que los griegos arcaicos asumían los riesgos de cruzar el mar. Todo el episodio es propio de un cuento de hadas, incluso el retrato de Nausícaa como la muchacha que sueña con un esposo y se encuentra con un extranjero que casi parece un monstruo marino («espantoso mostrose con su costra salina», VI 137) y luego se convierte en un apuesto príncipe (Silk 2004: 35).

Un apartado especial ha de reservarse para el viaje al Hades, un espacio distinto a todos los demás del poema, más aterrador que ningún otro y que Homero ha sabido describir a través de analogías: imágenes, sombras, humo. Y un tiempo también distinto, que enfrenta a Ulises con su pasado y con su futuro, y con lo que habita en ellos: Troya y sus camaradas, Ítaca y su oîkos. El episodio tiene, asimismo, una estructura delicada: está dividida en dos secciones, enmarcadas por el viaje de llegada y de salida y separadas por el llamado «intermezzo» (XI 333-376, cuando se vuelve a la realidad de la sala del palacio de Alcínoo), que son claramente paralelas. Cada una de las secciones presenta la misma distribución, con tres encuentros individuales seguidos de un catálogo. Así, en la primera, vemos los encuentros con Elpénor, Tiresias y Anticlea (XI 51-225), y el catálogo de catorce heroínas (XI 225-330). En la segunda, encuentros con Agamenón, Aquiles y Áyax (XI 385-567) y catálogo de seis héroes (XI 568-635).

Este episodio tiene lugar en el tercer año del regreso de Ulises, por lo que los personajes no podrán ir más allá en sus informaciones, salvo Tiresias, que aun en el Hades sigue siendo adivino del porvenir. El viaje al Hades tiene un objetivo que trasciende el de conseguir información del adivino, que, por otra parte, no le dice cómo volver a casa, sino en qué condiciones lo va a hacer y por qué, lo que Wulff Alonso (1997: 303) ha llamado la «topografía de las ofensas y dificultades», los escollos más religiosos del viaje. Como en toda profecía, nos encontramos narrativamente con el recurso de la prolepsis interna, es decir, una anticipación que se resuelve dentro de la obra. Tiresias vaticina a Ulises que vencerá a los pretendientes, pero no especifica cómo: «mas luego / que a los fieros galanes des muerte en tus salas, ya sea / por astucia, ya en lucha leal con el filo del bronce» (XI 118-120). En realidad, las alternativas plantean la dicotomía presente en todo el poema entre astucia y fuerza. Más llamativa es la prolepsis externa —es decir, que su resolución no tiene lugar en la obra, sino que pertenece a otro relato— acerca de lo que ha de hacer después de restablecer el orden en Ítaca para poder conseguir «la muerte, / pero blanda y suave, acabada tu vida en la calma / de lozana vejez» (XI 134-136).

El encuentro con Elpénor, por su parte, sirve para caracterizar a Ulises como un líder preocupado por los suyos (XI 55); la reunión con su madre para insistir en lo que De Jong (2001: 275) llama «el motivo de lo dejado atrás», de todo lo que abandonó al irse a Troya; el encuentro con tres héroes homéricos, Agamenón, Aquiles y Áyax, para contrastar narrativamente sus respectivos destinos con el suyo (kléos a cambio de nóstos en el caso de Aquiles, el nóstos desdichado de Agamenón y carencia tanto de kléos como de nóstos en el caso de Áyax). Este último, a pesar de la súplica de Ulises, permanece en silencio, aún dolido por ese viejo duelo entre los dos por las armas de Aquiles. Lo decía ya Pseudo Longino (De lo sublime, 9.2), ese silencio es «grandioso y más sublime que cualquier palabra». Un silencio que representa a un hombre con una resolución y fuerza que jamás tendrá Ulises, siempre listo para engañar con sus palabras. Es otra manera de caracterizarlo indirectamente, como estas desconcertantes palabras, que desde la Antigüedad se han visto como una interpolación tardía45: «Algo, empero, él dijera a pesar de su enojo o de nuevo / comenzara yo a hablarle, mas vivo se alzaba en mi pecho / el deseo de ver a otros héroes privados de vida» (XI 565-568). Más bien se trata de un recurso propio de las habilidades de Ulises como narrador, que quiere encubrir su fracaso en hacer desistir a Áyax de su silencio46.

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