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ROMA

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La literatura latina comienza con la traducción de la Odisea que realiza Livio Andrónico (284-204 a. C.). La importancia de esta obra, pues, en la literatura y en la cultura romanas es innegable. Homero formaba parte del currículo de las escuelas romanas y también de la ideología de la élite culta. Por ello Ulises es un personaje de referencia para los romanos, un modelo de conducta. Pero Ulises no es un personaje fácil de clasificar ni de valorar. Su tradicional «versatilidad» lo hace escurridizo y múltiple, también para los romanos, que manifiestan una esquizofrénica actitud hacia él. Por una parte, hay una lectura de Ulises como un hombre sabio, que soporta penalidades sin cuento, ya desde Horacio:

En cambio, de lo que puede el valor y la sabiduría, nos propuso Homero un buen ejemplo: al prudente Ulises, que tras dominar a Troya fue a ver las ciudades y las costumbres de muchos pueblos, y sufrió en el ancho mar mil fatigas, por lograr el regreso para sí y para sus camaradas, sin hundirse en las olas de la adversidad.

(Epístola I 2.17-22; trad. J. L. Moralejo)67

Estas ideas, junto con la interpretación alegorista, que van a seguir también algunos filósofos estoicos, establecen los principales rasgos de Ulises en su presencia en época tardoantigua y medieval. Pero frente a ese hombre sabio de los estoicos, hay otra corriente, dominante, que ve en él, mentiroso y bribón, un modelo contrario a la gravitas y la maiestas típicamente romanas. Por ello se rechazó la antigua genealogía que le hacía antecesor de los romanos (Hesíodo, Teogonía 1011-1016) y, sin salir del principal acontecimiento de la paleohistoria, la guerra de Troya, se prefirió buscar al héroe fundador en el bando troyano y no en el griego (al fin y al cabo, Grecia era un pueblo vencido, dominado por Roma desde el año 146 a. C.). Ya el historiador griego Timeo, en el siglo IV a. C., propuso que los latinos procedían del troyano Eneas lo que fue refrendado en la obra Alejandra de Licofrón (siglo III a. C.), donde Ulises aparece en su versión más denigrada.

Ulises es presentado en esta misma faceta en sus breves apariciones en la Eneida, la heredera más eximia de la Odisea. Sin duda, el objetivo de Virgilio fue dotar a Roma de un poema fundacional, a la manera en que la Ilíada y la Odisea lo eran para Grecia. La Eneida, así, es un canto a la guerra, como aquella, y un canto a un hombre, como esta (arma virumque cano). En la primera mitad de la Eneida se rastrean los cantos IX-XII de la Odisea y hay infinidad de detalles similares. El viaje al Hades es el más evidente. Sin embargo, aunque hay momentos casi idénticos —el imposible abrazo de Eneas a su esposa (II 792-794), como el de Ulises a su madre (Odisea XI 205-208), por mencionar solo uno—, la estructura y el contenido están profundamente marcados no solo por el arte de Virgilio, sino también por su fin: la alabanza de la Roma de Augusto, que trasciende sin duda el mero relato sobre un héroe. Virgilio creó un personaje —y consecuentemente, una obra— cerrado en su perfección y en la consecución de su objetivo, frente al carácter múltiple y abierto de Ulises. La tradición, ávida de buscar sentidos ocultos, de explorar misterios, de explicar incoherencias, eligió, sin duda alguna, a Ulises por encima de Eneas, y a la Odisea por encima de la Eneida. Y ello a pesar de que esta estuviera escrita en latín y aquella en griego, una lengua que a partir del siglo II d. C. fue quedando olvidada en el Occidente europeo.

Es en Roma, pues, donde Ulises adquiere de manera definitiva esa potencial duplicidad interpretativa, entre el sabio, a través de la tradición alegórica y filosófica, y el villano, en una gran parte de la literatura.

Pero en la Odisea no solo transita Ulises. Como hemos visto, hay un largo repertorio de personajes que, a diferencia de él, se ciñen a una situación concreta: Circe, la maga que convierte a los hombres en cerdos; Calipso, la diosa que se enamora de un mortal; la propia Penélope, que espera a su marido veinte años; Telémaco, el joven que alcanza la madurez en la búsqueda de su padre. Temas, sin embargo, tan sugerentes como el principal y a cuya belleza y posibilidades los poetas romanos no podían ser inmunes. Ovidio, en Metamorfosis XIII 750-869, da carta de naturaleza a ese Polifemo que, previamente a él, Teócrito había transformado desde el monstruo incivilizado de la Odisea al pastor enamorado de una bella ninfa, Galatea, que ya le acompañará para siempre en los siglos venideros, junto a Acis, que pasará a ser el rival del cíclope. En su Heroida I es el primero en la inagotable tradición de dar voz a Penélope. Y en Tristes II 375-376 se pregunta: «¿Qué es la Odisea, sino una mujer solicitada por muchos hombres mientras su marido está ausente?» (trad. J. González). También Ovidio es el primero en identificarse con Ulises en su condición de expatriado (en Tristes y Cartas desde el Ponto).

Pero no pensemos que todos los temas odiseicos estaban, en Grecia y Roma, revestidos de un aura de seriedad y ejemplaridad, ya que también podían ser objeto de tratamientos burlescos, como en el drama satírico Cíclope de Eurípides. Ulises era personaje habitual en comedias y farsas, incluso en representaciones caricaturescas en vasos. También Ulises y Circe son protagonistas de uno de los Priapeos, la colección de poemas latinos dedicados al dios Príapo, de tono festivo y sexual, que de alguna manera se burla de las interpretaciones alegóricas, ofreciendo otra alternativa:

[...] El otro tema es el periplo del astuto Ulises: si buscas la verdad, también esto lo ocasionó la pasión. Aquí se habla de un tubérculo del que nace una áurea flor, a la que cuando llama moly, la verga es la moly. Aquí leemos que Circe y la Atlántida Calipso buscaron ávidamente la gran verga del varón duliquio y que la hija de Alcínoo se quedó maravillada ante su miembro, que apenas había podido cubrir con un frondoso ramo.

(Priapeos, LXVIII 19-28; trad. E. Montero)68

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