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El expediente de Zoe Beddows incluía una dirección y un número de teléfono de su amigo Alasdair Blunt. Cuando Rebus llamó, saltó el contestador automático. Era una voz de hombre; escocés, con una buena educación: «Alasdair y Lesley están ocupados en este momento. Deje un mensaje o llame al móvil de Alasdair». Rebus tomó nota del número, colgó el teléfono y marcó. No dejaba de sonar. Miró las paredes de su salón. Clarke le había pedido que cogiera todos los archivos y los llevara a Gayfield Square.

—¿Seguro que tienes espacio suficiente? —respondió él.

—Ya lo encontraremos.

No respondía nadie. Rebus observó la calle desde la ventana. Un vigilante de aparcamiento estaba verificando los permisos de los residentes y los tiques. Rebus había dejado su Saab sobre una línea amarilla y vio cómo el policía miraba el cartel de «ASUNTO OFICIAL DE LA POLICÍA». El hombre miró a un lado y otro de la calle. La chaqueta le iba varias tallas grande, al igual que la gorra picuda. Cogió la máquina y empezó a procesar la infracción. Rebus suspiró, se dio media vuelta y colgó el teléfono. Se disponía a llamar de nuevo al contestador automático de Blunt, esta vez para dejar un mensaje, cuando su móvil empezó a vibrar. Era un número oculto.

—¿Diga?

Rebus decidió que era toda la información que necesitaba su interlocutor.

—Acaba de llamarme.

—¿Alasdair Blunt?

—Exacto. ¿Con quién hablo?

—Me llamo Rebus, señor. Llamo de la policía de Lothian y Borders.

—¿Ah, sí?

—Se trata de Zoe Beddows.

—¿Ha aparecido?

—Solo necesito confirmar algunos detalles sobre la fotografía que le envió desde su teléfono.

—¿Me está diciendo que el caso sigue abierto?

Parecía incrédulo.

—¿No es lo que querrían sus familiares y amigos?

Blunt pareció meditar al respecto y su tono se suavizó.

—Sí, por supuesto. Lo siento, he tenido un mal día.

—¿A qué se dedica, señor Blunt?

—Soy comercial, aunque no por mucho tiempo si las cosas no mejoran.

—Tal vez ayudaría el que respondiese al teléfono. Podría haber sido un nuevo cliente.

—En ese caso me habría llamado al otro móvil, el que uso para el trabajo. Por eso estaba ocupado cuando llamó.

—Entiendo.

Blunt exhaló ruidosamente.

—¿En qué puedo ayudarlo?

—He examinado los archivos y no parece haber una copia de la fotografía que le envió la señorita Beddows.

—Eso es porque fue borrada.

Rebus apoyó su peso en el reposabrazos del sofá.

—Es una lástima. ¿No había mensaje? ¿Solo una foto?

—Eso es.

—¿Y qué se veía exactamente?

Blunt parecía tener problemas para recordarlo.

—Montañas..., el cielo..., una especie de sendero en un lado...

—¿Árboles?

—Es posible.

—¿No reconoció el lugar?

Blunt titubeó.

—No —dijo a la postre.

—No parece seguro.

—Lo estoy.

Rebus guardó silencio un momento, invitando a Blunt a continuar.

—¿Hemos terminado? —preguntó.

—Todavía no. ¿A qué hora del día recibió la foto?

—Por la noche.

—¿Puede ser más preciso?

—Las nueve o las diez, algo así.

—¿Y cuándo cree que hicieron la fotografía?

—No tengo ni idea.

—¿Era a plena luz del día o estaba oscureciendo?

—La calidad no era muy buena. —Blunt hizo una pausa—. Supongo que anochecía.

Igual que en el caso de Annette McKie, observó Rebus.

—¿Puedo preguntarle de qué conocía a la señorita Beddows?

—Me cortaba el pelo.

—Pero ¿eran amigos?

—Me cortaba el pelo —repitió Blunt.

Rebus pensó unos instantes. ¿Cuántos peluqueros guardaban la información de contacto de sus clientes en el móvil? ¿Cuántos les mandaban fotografías?

—¿A qué teléfono le envió la foto, señor Blunt?

—¿Qué importancia tiene eso?

—¿Fue su esposa quien la vio cuando llegó? ¿Le preguntó quién era Zoe y después la borró?

—Eso no guarda relación con nada.

Blunt parecía irritado de nuevo.

—Pero ¿es lo que ocurrió? ¿Había pasado un rato con Zoe? ¿En su coche, quizá? ¿Un viajecito a un camino de montaña en algún lugar?

—Al principio no estaba seguro —dijo Blunt con aire tranquilo—. Dudo que la foto significara algo para nosotros. No era ningún lugar donde hubiéramos estado...

—¿Salió a la luz algo de esto en su día?

—Algo.

Rebus estaba examinando el expediente de Zoe Beddows. Estaba incompleto, como la mayoría de los casos. Al final de otra larga jornada, el policía anotaba solo las cosas que juzgaba relevantes.

—No hay forma sencilla de preguntarle esto, señor Blunt. ¿En algún momento fue usted sospechoso?

—Solo para mi mujer.

—Pero ¿usted y Lesley lo superaron?

—Lesley llegó más tarde, después de que Judith me dejara. —Blunt hizo una pausa—. Zoe tenía muchos «amigos». Habíamos dejado de vernos varios meses antes de que desapareciera.

—¿Y no puede contarme nada más sobre la foto?

—Solo que acabó con mi matrimonio.

—¿Seguro que usted no fue el responsable, señor Blunt?

La llamada finalizó. Rebus pensó en telefonear de nuevo a Blunt, pero decidió no hacerlo. Probablemente se negaría a responder. En lugar de eso, se dirigió hacia el archivo de Zoe Beddows, cuyo contenido estaba esparcido sobre la mesa del comedor. Sabía que tendría que leerlo otra vez, línea por línea. Estaba bastante convencido de que no había nada sobre Zoe y sus «amigos». Si habían interrogado a alguno más, su relación con la persona desaparecida no había trascendido. ¿Pereza o sentido del decoro por parte de los investigadores? Debían de saber lo que habrían hecho los medios de comunicación: inventarse una historia, distorsionar los hechos y venderle a la ciudadanía otra versión. En el proceso, el llanto por Zoe Beddows se habría atenuado. Rebus lo había visto una docena de veces o más. Las prostitutas «estaban pidiéndolo a gritos» o «poniéndose en peligro». Cualquiera que llevara un estilo de vida caótico era menos digno de compasión que la masa de lectores de un periódico, las personas con familia y un empleo estable, las que se regocijaban con esos mismos detalles sobre terceros.

Rebus llegó a la conclusión de que alguien había decidido, de manera consciente, dejar las especulaciones fuera del caso, lo cual era un problema para quienquiera que abriese las carpetas sin conocimientos previos: la historia completa no estaba allí. Pensó en llamar de nuevo a Ken Lochrin, pero decidió postergarlo y telefonear a Clarke, quien respondió con una pregunta.

—¿Qué?

—Estaba pensando que el material que tengo en el piso lo he clasificado en varios montones y lo he colgado en la pared. ¿No sería más fácil trabajar desde aquí?

—Esto es una investigación policial, John, no un pasatiempos. Debes traerlo a la comisaría.

—Entendido. —Tenía una llamada en espera. Rebus miró la pantalla—. Nos vemos dentro de una hora —le dijo a Clarke. Y después, a Daniel Cowan—: Rebus al habla.

—Esto no me gusta nada, John.

—Deduzco que el inspector jefe Page te ha llamado.

—Si es un caso pendiente, debe dirigirse desde la UEDG. Deberías estar aquí.

—Créeme, si estuviese en mis manos...

—Déjate de chorradas, John. ¿Esta es tu forma de hacerle la pelota a los chicos mayores?

—Soy un jugador de equipo. Pregúntale a Bliss y Robison. Ellos responderán por mí.

—No es a ellos a quienes tienes que ganarte. No te olvides de lo que dije: si no cuentas con mi aprobación, seguirás retirado.

—Pero si tu aprobación es lo único que he anhelado en mi vida, Danny...

La voz de Cowan se había convertido en algo rayano en un grito cuando Rebus colgó el teléfono.

Sobre su tumba

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