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—No puede entrar aquí como si nada, ¿sabe?

Era la mañana siguiente, y a la agente uniformada que se sentaba tras el mostrador de la comisaría de Gayfield Square no le gustó la mirada de Rebus. Este se mostró comprensivo: tal vez tenía los ojos inyectados en sangre, no había encontrado ninguna camisa limpia, y su maquinilla de afeitar sin duda necesitaba una cuchilla nueva. Había enseñado su identificación y esperó a que le abrieran la puerta que conducía a la escalera.

—¿Con quién tiene cita?

—Estoy adscrito al DIC.

—No es lo que dice su identificación.

Rebus se inclinó hacia delante hasta que su rostro prácticamente tocó la partición de plexiglás.

—¿Voy a tener que pasar por esto cada mañana?

—Está conmigo, Juliet —dijo Siobhan Clarke, quien llegaba desde el exterior—. A lo mejor te acostumbras a su careto.

—Tiene que firmar como visitante, y entonces podré facilitarle un distintivo.

Clarke miró a la mujer.

—¿Hablas en serio, Juliet? Participará en la investigación sobre McKie hasta nuevo aviso.

—Entonces alguien debería haberme informado.

—Pues alguien la ha cagado. Tenía que haber una primera vez, ¿eh?

—Estoy aquí, por cierto —terció Rebus, quien se sentía desplazado.

La agente acabó por esbozar una sonrisa, más dirigida a Clarke que a Rebus.

—Al final del día tendrá una identificación adecuada...

—Soy guía scout con honores.

—Juraría que dijiste que nunca habías sido guía scout.

La sonrisa se hizo más intensa cuando pulsó el botón para permitirles la entrada.

Clarke acompañó a Rebus hacia las entrañas del edificio.

—Necesitarás una foto de pasaporte —le dijo—. ¿Tienes una a mano?

—Nunca he sentido la necesidad.

Clarke lo miró.

—¿No tienes pasaporte?

—No me he molestado en renovarlo. Estoy muy feliz donde estoy.

Ella lo miró de nuevo.

—¿Cuándo fue la última vez que saliste de la ciudad? Por placer, quiero decir.

Rebus se encogió de hombros con desgana mientras Clarke seguía estudiándolo. Ahora observaba su ropa.

—A James le gusta que los agentes que están a sus órdenes vayan presentables.

—Puede que tú estés a sus órdenes de vez en cuando, pero yo no.

—¿Esto es lo que me espera?

Clarke le lanzó una mirada adusta y preguntó dónde estaban los expedientes.

—En casa. —Rebus vio que estaba a punto de protestar y alzó una mano—. No pretendo poner trabas. Lo que pasa es que estuve despierto hasta las tres repasándolos. Me fui tarde a dormir y no tuve tiempo de guardarlos.

—¿Te has erigido en el experto residente hasta que alguien eche un vistazo?

—Casi podrías llamarme indispensable.

—Ni por asomo, John.

Se encontraban frente a la sala del DIC. La puerta, como de costumbre, estaba abierta de par en par, y había dos agentes sentados a sus mesas. Al entrar, Rebus percibió el aroma de café recién hecho. La cafetera reposaba sobre un archivador. Clarke sirvió un poco para ambos.

—¿Alguien ha comprado leche? —preguntó Clarke.

Los allí presentes negaron con la cabeza.

—Supongo que eso me convierte en la caballería —anunció Page cuando entró en la oficina.

Llevaba un cartón de un litro en una mano y una bolsa de piel marrón en la otra.

—Hola de nuevo —le dijo a Rebus.

—Buenos días, señor.

—Aquí nos llamamos por el nombre de pila, John. —Page le dio la leche a Clarke sin apartar la mirada de Rebus—. ¿Tenemos noticias de esos archivos?

—Solo que no están ni mucho menos completos. Zoe Beddows había estado viéndose con un hombre casado. Fue a él a quien le envió la foto. Pero tuve que averiguarlo hablando con él. El expediente solo se refiere a él como uno de sus amigos.

—¿Y la foto?

—No la conservaba. Según su descripción se veían colinas, el cielo y un sendero.

—Bastante similar a la que envió Annette McKie —comentó Clarke.

Rebus se sintió empujado a precisar su observación.

—Si es que la envió ella.

—No saquemos conclusiones precipitadas —replicó Page—. ¿Qué hay de Aviemore y Strathpeffer?

—He investigado un poco por Internet —explicó Clarke—. Hasta 2005 o 2006 no se podían enviar imágenes de un teléfono a otro.

—¿En serio? —preguntó Page y frunció el ceño—. ¿Tan reciente es?

—Tal vez merezca la pena mostrar la foto que Zoe Beddows le envió a su amante —propuso Rebus—. Aunque sea improbable que se trate del mismo lugar. —Hizo una pausa—. Y si puedo añadir algo más...

Rebus sabía que Siobhan Clarke estaba conteniendo la respiración, y que esperaba a que dijera algo inapropiado.

—¿Sí? —preguntó Page.

—También deberíamos hacer circular la nueva foto. A alguien le sonará.

—A las doce hay una rueda de prensa —comentó Page mientras consultaba su reloj.

—¿Ah, sí? —preguntó Clarke, quien parecía molesta porque acababa de enterarse de ello.

—La madre ofrecerá una recompensa de diez mil libras, si no me equivoco.

—Es bastante dinero —afirmó Rebus— para tratarse de alguien que vive en Lochend.

—¿Quieres que vaya a la rueda de prensa, James? —preguntó Clarke.

—Estaremos todos allí. La gente debe saber que estamos motivados. —Page se interrumpió al percatarse de la camisa y la incipiente barba de Rebus—. Aunque puede que no todos, ¿eh, John?

—Si usted lo dice, James...

—Percepción pública y esas cosas...

Page esbozó una media sonrisa y se dio la vuelta en dirección a su despacho. Tuvo que dejar el café y sacar una llave del bolsillo para abrir la puerta.

—Estoy convencido de que eso era un armario cuando trabajaba aquí —le dijo Rebus a Clarke en voz baja.

—Lo era —corroboró ella—. Pero al parecer le gusta a James.

La puerta volvió a cerrarse detrás de Page. El despacho debía de ser sofocante, y Rebus no recordaba que entrara luz natural. Sin embargo, James Page parecía florecer allí dentro.

—¿He pasado la inspección? —preguntó a Clarke.

—Por los pelos.

—Solo es el primer día, recuerda. Todavía dispongo de mucho tiempo para defraudar a mis compañeros.

—¿Qué tal si no lo haces por una vez en tu vida?

Sobre su tumba

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