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¿Qué le pasaba a Cafferty?

Incluso tomando un café a media mañana, en un día ajetreado, los clientes guardaban las distancias. Rebus había encontrado una mesa esquinera. Cuando los ocupantes abandonaron la mesa de al lado, esta siguió vacía. La gente se dirigía hacia ella, miraba la corpulenta figura con chaqueta de cuero negra y cambiaba de opinión.

—Qué sorpresa —había dicho Cafferty—. Tú pidiéndome que vayamos a tomar una copa.

Luego se había tomado de un trago un café solo, había pedido otro, y se había quejado de que las tazas parecieran salidas de una casita de muñecas. Estaba vertiendo azúcar en el segundo cuando Rebus le preguntó por Frank Hammell.

—¿Hammell? Tiene una mecha más corta de lo que me gusta ver en un hombre. Nunca terminó de entender muy bien que las acciones tienen consecuencias.

—No recuerdo si llegó a trabajar para ti.

—En su día, sí. —El teléfono de Cafferty, que se encontraba sobre la mesa, empezó a vibrar. Comprobó quién llamaba, pero no respondió—. ¿Esto es por la chica desaparecida?

Rebus asintió.

—Vi a Hammell en la tele —prosiguió Cafferty—. Al parecer ha ofrecido una recompensa.

—¿Por qué crees que lo ha hecho?

Cafferty meditó al respecto. Sabía a qué se refería Rebus: un hombre como Hammell podía obtener información sin necesidad de pagar por ella.

—La ama —dijo a la postre—. Me refiero a la madre. Esta es su manera de demostrárselo. ¿Sabes quién le metió el miedo en el cuerpo a su marido?

Rebus negó con la cabeza.

—Por eso el pobre desgraciado se largó a Nueva Zelanda.

—Yo había oído Australia.

—Da lo mismo. Está en la otra punta del planeta. Necesitaba alejarse lo máximo posible de Frank Hammell.

—¿Qué hay del hermano de la chica desaparecida?

Cafferty pensó un momento.

—No entiendo.

—Se llama Darryl Christie. Conservó el apellido de su padre. Intervino en la rueda de prensa y regenta al menos uno de los bares de Hammell.

—No lo sabía.

Rebus advirtió que Cafferty estaba almacenando la información.

—Parece un chico inteligente.

—Entonces debería largarse mientras pueda.

—¿De cuántos locales es propietario Hammell ahora mismo?

Cafferty frunció los labios.

—Es difícil saberlo, incluso para mí. Media docena de pubs y discotecas, aunque anda metido en muchos más asuntos, por supuesto. Ha tenido encuentros en Glasgow y Aberdeen.

Se refería a encuentros con hombres como él. Rebus observó a Cafferty mientras removía el café.

—Parece que todavía te interesa —comentó.

—Llamémoslo afición.

—Algunas aficiones acaban consumiéndolo todo.

—Un hombre debe tener algo en que ocupar el tiempo cuando se jubila. Ahí es donde te equivocaste. No tenías nada que hacer en todo el día, así que acabaste volviendo al ruedo.

Cafferty cogió un poco de espuma de la superficie del café con la cuchara y se la llevó a la boca.

—¿Tienes idea de quién podría estar resentido con Hammell?

—¿Exceptuando los presentes? —Cafferty sonrió—. Probablemente demasiados para contarlos, pero dudo que metieran en esto a una niña.

—Pero ¿y si lo hicieron?

—En ese caso, cualquier día de estos le enviarán un mensaje a Hammell, y será entonces cuando estalle. Querrás saberlo si eso ocurre.

—¿Deberíamos someterlo a vigilancia?

—Deberíais hacerlo de todos modos. Creo recordar bastantes operaciones de vigilancia organizadas contra mí en el oscuro y lejano pasado.

—Sí, y te cogieron con las manos en la masa.

Cafferty volvió a fruncir los labios.

—Será mejor no ahondar en eso.

—En realidad, creo que deberíamos hacerlo un momento.

Cafferty lo miró.

—¿Y eso por qué?

—Porque Asuntos Internos me está vigilando.

—Vaya, hombre.

—Saben, por ejemplo, que hemos salido varias veces.

—Alguien ha tenido que decírselo.

—No has sido tú, ¿verdad?

El rostro de Cafferty permaneció impasible.

—Para mí tiene sentido —continuó Rebus. Sus manos rodeaban la taza de café, pero no había dado ni un sorbo desde que se sentó—. De hecho, no se me ocurre mejor manera de tenderme una trampa. Siempre me invitas a tomar una copa y a charlar para que todo el mundo crea que somos amigos del alma...

—Me siento insultado.

—Bueno, alguien ha estado hablando con ellos.

—Yo no.

Cafferty meneó la cabeza lentamente mientras dejaba la cucharilla sobre la mesa. Su teléfono estaba vibrando de nuevo.

—¿Seguro que no quieres cogerlo? —preguntó Rebus.

—No puedo evitar ser popular.

—Tendrías que buscar esa palabra en un diccionario.

—En la de cosas que te dejo salir impune...

De repente, los ojos de Cafferty eran túneles oscuros que conducían a lugares aún más sombríos.

—Eso es —dijo Rebus con una leve sonrisa—. Sabía que estabas en algún lugar, esperando a salir.

—Hemos terminado —afirmó Cafferty antes de levantarse y coger el teléfono—. Deberías intentar ser amable conmigo, Rebus. A veces creo que soy el único amigo que te queda.

—Nunca hemos sido amigos, y nunca lo seremos.

—¿Estás seguro de eso?

Sin esperar respuesta, Cafferty empezó a abrirse paso entre las mesas con sorprendente agilidad para tratarse de un hombre tan corpulento. Rebus se recostó y miró a su alrededor, estudiando a los clientes matinales de la cafetería. Ojalá, pensó, que Asuntos Internos hubiese estado observando y escuchando, solo por esta vez; tal vez así se hubieran quedado tranquilos.

Sobre su tumba

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