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—¿Me has echado de menos? —preguntó Rebus al entrar en la oficina de la UEDG.

—¿Has estado fuera? No puedo decir que me haya percatado.

Peter Bliss estaba recuperando expedientes y carpetas de un gran contenedor de plástico. Algunas páginas se soltaron y cayeron al suelo. Elaine Robison le ayudó a recogerlas.

—¿Qué tal por Gayfield Square? —preguntó esta.

—El café no le llega a la suela de los zapatos al de aquí.

—Me refería al caso.

Rebus se encogió de hombros.

—Creo que nadie está convencido de la relación con las otras personas desaparecidas.

—La idea iba a ser difícil de vender, John.

—Por lo visto, aquí estoy de suerte. No hay rastro de Cowan.

—Está en una reunión —explicó Bliss, mientras se sentaba a su mesa—. Va a mendigar un traslado.

—A la UCP —añadió Robinson, y apoyó las manos en las caderas—. Al parecer hay una vacante en dirección.

—Tenía la impresión de que nuestro querido líder odia los casos pendientes.

—Pero sí que le gusta progresar. Tendrían que ascenderlo a inspector.

—Es un camino rápido hacia el DIC y más arriba —observó Bliss meneando la cabeza.

—Bueno, su vestidor está a punto, aunque él no.

Rebus se dio media vuelta, dispuesto a marcharse.

—¿No te quedas a tomar uno de esos célebres cafés? —preguntó Robison.

—Tengo sitios adonde ir y gente a la que visitar —respondió Rebus a modo de disculpa.

—Déjate ver más a menudo —exclamó Robison cuando él franqueaba la puerta.

«ÉTICA Y NORMATIVA» es lo que decía en la pared situada junto a la oficina, pero todo el mundo lo llamaba Asuntos Internos. Rebus intentó girar el pomo, pero este no cedía. Era un cierre con combinación. Llamó, pegó la oreja a la puerta, y llamó de nuevo. Al fondo del pasillo se encontraba el despacho del subinspector, y más allá el del inspector. Hacía tiempo que no lo arrastraban hasta allí para darle una reprimenda. En sus años en el cuerpo, había visto a los burócratas ir y venir. Siempre estaban llenos de nuevas ideas, de cambios que se complacían en realizar, como si se pudiera alterar el trabajo por medio de reuniones estratégicas y grupos de discusión. Asuntos Internos formaba parte de aquello; cada uno o dos años parecían rebautizarlo: Quejas y Conducta; Normativa Profesional; Ética y Normativa. Rebus conocía a un policía al que Asuntos Internos había investigado porque un vecino se quejó de la altura de su ciprés de Leyland. El proceso había llevado casi un año entero, tras lo cual el policía llegó a la conclusión de que ya no le gustaba su trabajo.

Otro resultado para Asuntos Internos.

Rebus se rindió y cogió el ascensor para bajar a la cafetería. Una botella de Irn Bru y un barquillo de caramelo. Se dirigió a una mesa junto a la ventana, que daba al campo, donde a veces se podía ver a algunos agentes jugando a rugby en sus ratos libres. Aquel día no. La silla hizo mucho ruido cuando Rebus la apartó de la mesa. Se sentó y le devolvió la mirada a un hombre que estaba sentado allí.

—Malcolm Fox —dijo.

Fox no lo negó. Era veinte años más joven que Rebus, y pesaba un kilo y medio menos. No tenía el cabello tan gris. La mayoría de los polis parecían polis, pero Fox podría haber sido un directivo de rango intermedio en una empresa de plásticos o en Hacienda.

—Hola, Rebus —dijo Fox.

Tenía un plato delante, en el cual solo había una piel de plátano. Junto a él, un vaso contenía agua del grifo de la jarra situada junto a la caja registradora.

—He pensado que deberíamos conocernos como es debido.

Rebus bebió un trago de Irn Bru y contuvo un eructo.

—Creo que no es buena idea.

—Trabajamos en el mismo edificio. ¿Hay alguna razón por la que no podamos sentarnos juntos?

—Todas.

No se apreciaba un tono beligerante en el estilo de Fox, ninguna emoción al hablar. Demostraba la confianza desinteresada propia de una persona que se sabía en un plano más elevado que aquellos que la rodeaban.

—¿Porque está preparando un informe sobre mí?

—El cuerpo de policía hoy en día es muy distinto del que usted conocía. Los métodos han cambiado, y también las actitudes. —Fox hizo una pausa—. ¿Realmente cree que encajaría?

—¿Me está diciendo que no me moleste en solicitar la reincorporación?

—Esa es una decisión que solo usted puede tomar.

—¿Quién le habló de mí y de Cafferty?

La expresión de Fox cambió ligeramente, y Rebus se dio cuenta de que había cometido un error. El hombre sabía de dónde había obtenido Rebus esa información: Siobhan Clarke. Era un demérito para ella.

—Pregúntese lo siguiente —continuó Rebus—. ¿Es posible que fuera el propio Cafferty a través de un intermediario? Solo para arruinar mis posibilidades.

—Lo mejor sería que se limitara a mantenerse alejado de él.

—En eso estamos de acuerdo.

—¿Y por qué no lo ha hecho?

—Quizá esperaba que se le escapara algo. Trabajo en Casos Pendientes, no lo olvide.

—¿Y lo ha hecho?

Rebus negó con la cabeza.

—De momento, no. Pero, a juzgar por la cantidad de esqueletos que rodean a Cafferty, siempre cabe esa posibilidad.

Fox parecía pensativo mientras bebía agua. Rebus desenvolvió el barquillo y le dio un mordisco.

—El informe sobre usted —dijo Fox a la postre— se remonta a los años setenta. De hecho, llamarlo «informe» es injusto; ocupa toda la estantería.

—Me han reclamado en la oficina del director unas cuantas veces —admitió Rebus—. Pero nunca me han dado la patada.

—Me pregunto si ha sido cuestión de suerte o de astucia.

—Siempre hubo una buena razón para que hiciese lo que hacía, y obtuve resultados. Los peces gordos me lo reconocieron.

—«Siempre hay que hacerle sitio a un inconformista» —citó Fox—. Eso es lo que escribió un antiguo inspector sobre usted. Subrayó «un».

—Obtuve resultados —insistió Rebus.

—Y ahora, ¿qué? ¿Cree que puede resolver casos sin incumplir algunas normas por el camino? De un tiempo a esta parte ni siquiera tenemos sitio para un inconformista.

Rebus se encogió de hombros y Fox lo estudió unos instantes.

—Está usted adscrito a Gayfield Square —observó—. Eso le vuelve a poner en contacto con la inspectora Clarke.

—¿Y?

—Desde que usted se retiró ha conseguido desaprender algunas cosas que usted le enseñó. Seguirá ascendiendo peldaños en la jerarquía. —Fox hizo una pausa—. A menos que...

—¿Insinúa que soy una mala influencia? Siobhan es una mujer hecha y derecha, y eso no va a cambiar solo porque yo ande por aquí una semana o dos.

—Eso espero. Pero en su día le cubrió las espaldas unas cuantas veces, ¿no es así?

—No tengo ni idea de qué está hablando.

Rebus se llevó de nuevo la botella a la boca.

Fox logró esbozar una sonrisa. Estudiaba a Rebus como lo haría un empresario escéptico con un candidato poco cualificado para un puesto.

—Ya nos conocemos de antes.

—¿Ah, sí?

—Más o menos. Una vez trabajamos en el mismo caso, cuando yo estaba en el DIC.

—No lo recuerdo.

Fox se encogió de hombros.

—La verdad es que no me sorprende. Creo que no asistió a una sola reunión informativa.

—Probablemente estaba demasiado ocupado trabajando de verdad.

—Con aroma de menta en la boca para disimular el olor a alcohol.

Rebus lo miró con dureza.

—Conque se trata de eso. ¿No le prestaba atención? ¿Le robaba los caramelos en el patio y ahora quiere recuperarlos?

—No soy tan mezquino.

—¿Está seguro de eso?

—Bastante. —Fox se puso en pie—. Una cosa más —añadió—. ¿Sabe que habrá una prueba física si sigue adelante con su solicitud?

—Tengo la constitución de un buey —afirmó Rebus, y se golpeó el pecho con el puño.

Observó al otro hombre marcharse, se terminó el barquillo de caramelo y salió a la zona de fumadores.

Sobre su tumba

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