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Estaba solo en la oficina cuando sonó el teléfono. Cowan y Bliss habían ido a la cafetería, y Robison tenía cita con el médico. Rebus atendió la llamada. Era de recepción.

—Una señora quiere hablar con el inspector Magrath.

—Entonces se equivoca de oficina.

—No es lo que dice ella.

Rebus vio entrar a Bliss en la sala con un refresco en una mano, un bocadillo en la otra y una bolsa de patatas fritas sujeta entre los dientes.

—Un momento —dijo al teléfono. Después, a Bliss—: ¿Te suena un tal inspector Magrath?

Bliss dejó el bocadillo sobre la mesa y se sacó la bolsa de la boca.

—Es el fundador de este lugar —respondió a Rebus.

—¿A qué te refieres?

—Fue el primer jefe de la UEDG. Nosotros somos todos sus retoños, por así decirlo.

—¿Cuánto tiempo hace de eso?

—Quince años, tal vez.

—Hay alguien abajo que lo está buscando.

—Pues buena suerte. —Bliss se percató de la mirada de Rebus—. No está muerto ni nada. Aceptó jubilarse hace seis años y se compró una casa en la costa norte.

—El inspector Magrath no trabaja aquí desde hace seis años —explicó Rebus por teléfono.

—¿Puede hablar con otra persona, entonces? —le preguntaron.

—Andamos un poco ajetreados aquí arriba. ¿De qué se trata?

—De una persona desaparecida.

—No es nuestro departamento.

—Por lo visto, se reunió con el inspector Magrath y le dio su tarjeta.

—¿Tiene nombre? —preguntó Rebus.

—Nina Hazlitt.

—¿Nina Hazlitt? —repitió Rebus para que Peter Bliss estuviese al corriente.

Este pensó unos instantes y meneó la cabeza.

—¿Y qué cree que podemos hacer por ella? —le preguntó Rebus al empleado de recepción.

—¿No sería mucho más sencillo que se lo preguntara usted mismo?

Rebus reflexionó unos momentos. Bliss estaba sentado a su mesa, abriendo el bocadillo de gambas con salsa rosa, que era lo que compraba siempre en la cafetería. Cowan aparecería pronto con olor a patatas con sabor a bacón en los dedos. Puede que un paseo por el piso de abajo no fuese tan mala idea.

—Cinco minutos —dijo antes de colgar.

Después le preguntó a Bliss si la oficina se había ocupado alguna vez de personas desaparecidas.

—Bastante trabajo tenemos ya, ¿no crees?

Bliss le dio un ligero puntapié a un archivador que olía a humedad y que estaba apilado junto a otra media docena.

—Puede que Magrath trabajara con personas desaparecidas antes de llegar aquí.

—Por lo que recuerdo estaba en el Departamento de Investigaciones Criminales.

—¿Lo conocías?

—Todavía lo conozco. Me llama de vez en cuando para comprobar si la UEDG sigue aquí. Me contrató él. Fue prácticamente lo último que hizo antes de aceptar el reloj de oro. Después llegó Eddie Tranter, y luego le tocó el turno a Cowan.

—¿Me pitan los oídos?

Cowan franqueó la puerta en ese momento; removía un cappuccino con una cucharilla de plástico blanca. Rebus sabía que procedería a lamer aquella cuchara hasta que no quedara rastro de espuma y que la depositaría en la papelera. Luego sorbería el café mientras leía el correo electrónico, y la sala se llenaría del aroma a bacón humeante y gamba avinagrada.

—Pausa para el cigarrillo —anunció Rebus mientras se ponía la chaqueta.

—Espero que no tardes mucho —advirtió Cowan.

—¿Ya me echas de menos? —preguntó Rebus, y le lanzó un beso antes de dirigirse hacia la puerta.

La zona de recepción no era muy grande y fue fácil localizar a la mujer, pues era la única persona que estaba sentada en la hilera de sillas. Se puso en pie cuando Rebus se acercó. Se le cayó el bolso que tenía apoyado en el regazo y se agachó para recoger el contenido: un trozo de papel, varios bolígrafos, encendedor, gafas de sol y teléfono móvil. Rebus decidió no prestarle ayuda y dejarla que se incorporara y se recompusiera la vestimenta y el cabello.

—Me llamo Nina Hazlitt —le dijo, mientras le tendía la mano.

—John Rebus —repuso él.

Le agarró la mano con fuerza, y en su muñeca se agitaron varias pulseras de oro. Llevaba el pelo, de un tono rubio rojizo, cortado en lo que Rebus habría denominado una media melena. Le calculó casi cincuenta años, y a ambos lados de sus ojos azul claro tenía arrugas de reírse.

—¿El inspector Magrath se ha retirado?

Rebus respondió con un gesto de asentimiento y ella le entregó la tarjeta de visita. Estaba manchada por el paso del tiempo y tenía las esquinas dobladas.

—Intenté telefonear...

—Esos números no están activos desde hace mucho tiempo. ¿Qué la trae por aquí, señora Hazlitt?

Rebus le devolvió la tarjeta y se metió las manos en los bolsillos.

—Hablé con el inspector Magrath en 2004. Fue muy generoso con su tiempo. —Hablaba con brusquedad—. Al final no pudo ayudarnos, pero hizo lo que pudo. No todo el mundo era así, y eso no ha cambiado, así que se me ocurrió acudir a él. —Hizo una pausa—. ¿De verdad se ha jubilado?

Rebus asintió de nuevo.

—Hace seis años.

—Seis años...

Tenía la mirada perdida, confusa, como si se preguntara adónde había ido el tiempo.

—Me han comentado que está aquí por una persona desaparecida —aventuró Rebus.

La mujer parpadeó y pareció volver a la Tierra.

—Es mi hija Sally.

—¿Cuándo desapareció?

—En la Nochevieja de 1999 —recitó Hazlitt.

—¿No ha dado señales de vida desde entonces?

La mujer bajó la cabeza, meneándola.

—Lamento oír eso —dijo Rebus.

—No he tirado la toalla. —Hazlitt respiró hondo y clavó la mirada en la de su interlocutor—. No podré hacerlo hasta que sepa la verdad.

—Lo entiendo.

La mujer suavizó un poco la mirada.

—Me han dicho justamente eso tantas veces...

—Estoy seguro. —Rebus volvió la cabeza hacia la ventana—. Mire, me disponía a salir a fumar un cigarrillo. ¿Le apetece uno?

—¿Cómo sabe que fumo?

—He visto lo que llevaba en el bolso, señora Hazlitt —repuso él, y le indicó el camino hacia la puerta.

Ambos recorrieron el acceso de vehículos en dirección a la carretera. Hazlitt había rechazado la oferta de un Silk Cut; prefería sus mentolados. Al comprobar que el encendedor barato de Rebus no funcionaba, buscó su Zippo en el bolso.

—No veo a muchas mujeres con uno de esos —observó él.

—Era de mi marido.

—¿Era?

—Solo duró un año después de la desaparición de Sally. Los médicos dictaminaron que había sido una embolia. No les gusta poner «corazón roto» en los certificados de defunción.

—¿Sally es su única hija?

Hazlitt asintió.

—Acababa de cumplir dieciocho años. Le faltaban seis meses para terminar la escuela. Luego pensaba ir a la universidad a estudiar filología inglesa. Tom era profesor de filología...

—¿Tom era su marido?

Ella asintió.

—La casa estaba llena de libros. No es de extrañar que se aficionara. Cuando era pequeña, Tom solía leerle un cuento antes de dormir. Una noche entré, esperando que fuese un libro ilustrado, pero era Grandes esperanzas.

El recuerdo le hizo sonreír y arrugó la cara. Aunque todavía le quedaba más de medio cigarrillo, lo tiró a la calzada.

—Sally y unos amigos habían alquilado una especie de chalé cerca de Aviemore. Nuestro regalo de Navidad había sido su parte del gasto.

—El cambio de milenio —comentó Rebus—. Supongo que no fue barato.

—No lo fue. Pero en principio era para cuatro personas, y se metieron seis. Eso ayudó un poco.

—¿Esquiaba?

Hazlitt meneó la cabeza.

—Sé que la ciudad es famosa por eso, y al menos dos de las chicas sabían esquiar, pero Sally solo quería pasárselo bien. Habían estado en Aviemore; las invitaron a un par de fiestas. Todos pensaban que debía de estar en la otra. No había habido una pelea ni nada por el estilo.

—¿Había bebido?

—Imagino que sí. —Hazlitt se abotonó la delgada chaqueta para protegerse del frío—. Esperaba una llamada a medianoche, aunque sabía que, en el mejor de los casos, la cobertura de su teléfono no era buena. A la mañana siguiente, sus amigos pensaron que había conocido a alguien y se había quedado a dormir. —Se detuvo de manera abrupta y miró a Rebus a los ojos—. Ella no era así.

—¿Tenía novio?

—Habían roto aquel otoño. Lo interrogaron en su momento.

Rebus no recordaba el caso en absoluto, pero Aviemore se encontraba a mucha distancia en dirección norte desde Edimburgo.

—Tom y yo tuvimos que viajar a Escocia...

—¿Desde dónde? —interrumpió Rebus.

Había dado por sentado que, si bien su acento era inglés, vivía en la ciudad.

—Desde Londres —respondió—. Crouch End. ¿Lo conoce? —Rebus negó con la cabeza—. Tuvimos suerte. Los padres de Tom nos ayudaron a comprar la casa cuando nos casamos. Habían ganado dinero. —Hizo una pausa—. Lo siento, sé que nada de eso es relevante.

—¿Quién se lo ha dicho? —preguntó Rebus.

—Muchos agentes de policía —reconoció con otra sonrisa triste.

—¿Y cómo acabó hablando con el inspector Magrath? —inquirió Rebus con auténtica curiosidad.

—Hablé con todo el mundo. Con todo el mundo que me pudiese dedicar algo de tiempo. Había leído una mención al inspector Magrath en un periódico. Estaba especializado en crímenes sin resolver. Y después del segundo... —Hazlitt vio que le estaba prestando atención y respiró hondo, como si estuviese preparándose para un recitado—. En mayo de 2002, en la A834, cerca de Strathpeffer. Se llamaba Brigid Young. Tenía treinta y cuatro años y trabajaba de auditora. El coche estaba aparcado en una cuneta con un neumático pinchado. No se la volvió a ver nunca más. Desaparecen tantas personas cada año...

—Pero ¿esta tenía algo de especial?

—Bueno, es la misma carretera, ¿no?

—¿Ah, sí?

—Strathpeffer está justo al lado de la A9. Consulte un mapa si no me cree.

—Cierto —dijo Rebus.

Hazlitt lo miró con dureza.

—Reconozco ese tono. Significa que empieza a albergar dudas sobre mí.

—¿Eso es un hecho?

Ella le hizo caso omiso y siguió adelante.

—El tercero fue en 2008, en la A9. Un centro de jardinería entre Stirling y Auch... —Hazlitt frunció el ceño—. Donde está el Hotel Gleneagles.

—¿Auchterarder?

Ella asintió.

—Era una chica de veintidós años llamada Zoe Beddows. Su coche estuvo en el aparcamiento dos días. Fue entonces cuando empezó a levantar sospechas.

Rebus se había fumado el cigarrillo hasta el filtro.

—Señora Hazlitt...

Ella lo interrumpió y alzó la mano.

—Lo he oído muchas veces como para no saber qué va a decir. No hay pruebas, los cuerpos no llegaron a aparecer y, por tanto, para ustedes no hay crimen. Solo soy otra madre que ha perdido el raciocinio además de a su hija. ¿Basta con eso, inspector?

—Yo no soy inspector —replicó en voz baja—. Lo era, pero estoy retirado. Trabajo para la policía como civil. Fuera de Casos Pendientes no tengo autoridad, lo cual significa que no le sería muy útil.

—¿Y si no son casos sin resolver?

Hazlitt había elevado el tono de voz y temblaba ligeramente.

—Puede que se me ocurra alguien con quien pueda hablar.

—¿Se refiere al DIC? —Esperó a que Rebus asintiera. Se cruzó de brazos y volvió la cabeza—. Ahora mismo vengo de allí. La inspectora apenas me hizo caso.

—Quizá si hablo yo con ella primero...

Rebus se llevó la mano al bolsillo de la chaqueta para coger el teléfono.

—Dijo que se llamaba Clarke. —Hazlitt miró de nuevo a Rebus—. Ya ve, ha vuelto a ocurrir. Y ocurrirá de nuevo.

Hizo una pausa y cerró los ojos con fuerza. Una lágrima empezó a recorrerle la mejilla izquierda.

—Sally fue solo la primera.

Sobre su tumba

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