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Capítulo 4 #AspirabaAlTítulo

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Joe alcanzó a Kylie justo cuando salía de su despacho. La agarró por la muñeca y la obligó a que se volviera hacia él.

–No he dicho que no fuera a ayudarte, Kylie.

Cuando él pronunció su nombre, ella le miró los labios. Y, en aquel instante, él se dio cuenta de que ella se acordaba perfectamente de su beso.

–Entonces, ¿vas a ayudarme?

–Sí, te voy a ayudar.

–A cambio del espejo –le dijo ella; claramente, no se fiaba de él, y quería dejar bien claros los términos del acuerdo–. Nada más.

Él sonrió.

–¿Y qué tiene eso de divertido?

Ella entrecerró los ojos.

–Dilo, Joe.

Él se rio.

–Está bien, está bien. Mi ayuda a cambio del espejo. ¿Sabes una cosa? Puede que seas la mujer más cabezota que he conocido, y eso ya es decir mucho.

–Haz el favor de no compararme con las mujeres con las que sales –le dijo ella–. O lo que hagas con ellas. Todos sabemos que solo te acuerdas de cómo se llaman porque las llevas a la cafetería por las mañanas y ves su nombre escrito en los vasos de café.

Bueno, en cierta época de su vida, eso era cierto, pero estaba empezando a tomarse las cosas con más calma. Acababa de cumplir treinta años y ya no se divertía tanto ligando. Aunque eso no iba a reconocerlo delante de Kylie.

–Para ayudarte en esto necesito que me des algunos detalles. Todos, en realidad.

–Está bien.

Entraron de nuevo en el despacho, y ella pasó de largo las sillas de las visitas y se acercó a la ventana para mirar al patio.

–Ese pingüino no vale nada, salvo para mí –le dijo–. Era de mi abuelo, y es lo único que tengo de él.

–Tu abuelo Michael Masters, ¿no?

–Sí.

–Era un artista. Un ebanista como tú. ¿Tienen valor sus obras?

–No la tenían –dijo ella, sin volverse–. Por lo menos hasta que murió, hace casi diez años.

Por su tono de voz, que era cuidadosamente monótono, él supo que aquello no era ninguna broma para ella.

–¿Cuántas figuras hay como esa?

–Yo solo conozco esta. Mi abuelo me la hizo a modo de juguete. Me dijo que los pingüinos se quedan con sus familias para siempre. Creo que una vez mencionó que había otro pingüino, pero yo nunca lo vi.

–¿Y quién sabía que existía este?

–Nadie. El pingüino era un juguete para que yo me divirtiera de pequeña. Que yo sepa, nunca hizo ningún otro para vender.

Sin embargo, estaba claro que había otra persona que sí lo sabía. Kylie se dio la vuelta y lo miró. Al ver su expresión de vulnerabilidad y dolor, Joe se quedó sin aliento. Mierda. Iba a hacer aquello de verdad. Iba a buscar un pedazo de madera. Él nunca tomaba sus decisiones basándose en la emoción, por lo menos, desde aquel lejano día en que tuvo que buscar a su hermana. Se dejó dominar por las emociones, y estuvo a punto de hacer que la mataran.

–Cuéntame más cosas de tu abuelo.

–Murió en un incendio en su taller.

–¿Estabais muy unidos?

–Sí. Yo vivía con él en aquel momento.

–¿Y tú resultaste herida?

–No estaba allí aquella noche.

Joe percibió toda la culpabilidad de su tono de voz. Con el corazón encogido, le dijo:

–Vaya, Kylie, lo siento muchísimo.

–Fue hace mucho.

Sí, pero él sabía muy bien que el tiempo no curaba aquellas cosas.

–¿Y tus padres?

–¿Qué quieres saber de mis padres?

–¿Por qué vivías con tu abuelo, y no con ellos?

Kylie se encogió de hombros.

–No valían para ser padres. Cuando me tuvieron eran unos niños, y no eran pareja, ni nada de eso. Mi padre desapareció, y mi madre no estaba… preparada para cuidarme en ese momento.

–¿Y te ves con ellos ahora? –preguntó Joe, con curiosidad. Sabía que Kylie era callada, pensativa y creativa. Siempre se había preguntado el porqué de aquella personalidad. Ahora que sabía que la había criado su abuelo, las cosas tenían mucho más sentido. Por ejemplo, el hecho de que tuviera tanta sabiduría, o que pudiera entrar en una habitación y que todos se volvieran a mirarla sin que ella se diera cuenta.

–Mi padre trabaja en el Golfo, en una plataforma petrolífera. Viene a San Francisco cada pocos años. Mi madre está viviendo la vida loca en Mission District con su novio actual, pero nosotras no nos vemos ni nos llamamos demasiado.

Joe recordó lo unido que estaba a su madre antes de que muriera, cuando él tenía diez años. Y, aunque no sabía cómo podía describir la relación que mantenía con su padre, formaban parte de la vida del otro, estaban atados para siempre con los lazos de la familia y la sangre. Lo mismo podía decir de Molly. Ellos tres tenían muchos defectos, pero se querían. Se querían y se odiaban, sí, pero, a pesar de todo, él no tenía ninguna duda de que estarían a su lado para apoyarle en cualquier situación, sin preguntas.

Bueno, sí. Habría preguntas. Y muchos gritos. Pero estarían a su lado.

Parecía que la única persona que había estado junto a Kylie había muerto, y eso era terrible. Al pensarlo, le pareció que la vida que ella llevaba, y su éxito como artista, eran más increíbles aún de lo que él ya creía, porque estaba consiguiendo muchas cosas por sí misma, sola.

–Cuéntame más sobre el incendio –le dijo–. ¿Se quemó todo el taller? ¿Se hizo algún inventario de lo que quedó?

–No, quedó todo destruido.

–En ese caso, cualquier obra suya que ya estuviera vendida aumentaría mucho de valor inmediatamente, ¿no?

Ella se giró a mirarlo con el ceño fruncido.

–Sí. Supongo que no lo había pensado.

–Por eso me pagan lo que me pagan –dijo él, sonriendo, con la esperanza de que se diera cuenta de que estaba bromeando–. Bueno, voy a empezar con la documentación.

Kylie se sobresaltó.

–¿Te refieres a que hay que rellenar formularios?

–No, no. Una lista. ¿Cuánta gente os conocía a los dos? ¿Es posible que alguien tuviera algo en contra de vosotros y quisiera vengarse?

Ella lo miró como si estuviera loco.

–No, nadie tenía nada en contra de mi abuelo. Era el hombre más generoso, bueno y adorable del mundo.

Umm… Él sabía que todo el mundo tenía secretos. Y que todo el mundo tenía un lado oscuro.

Ella leyó la expresión de su rostro y negó con la cabeza.

–Nadie estaba enfadado con él. Ni conmigo.

Él enarcó las cejas.

–Eh –dijo Kylie–. Yo soy una delicia.

Él se echó a reír, y ella puso los ojos en blanco.

–Está bien, está bien. Soy una pesada, o lo que quieras. Pero encuentra mi pingüino.

–Entonces, dices que nadie estaba enfadado con él, ni contigo.

–Sí, exacto.

–Pues enfoquémoslo desde otro punto de vista: avaricia, en vez de venganza.

–De acuerdo –dijo ella, lentamente. Dubitativamente. Y Joe lo entendió. La mayoría de la gente no pensaba mucho en los motivos que podían conducir a un crimen.

Pero él no era como la mayoría de la gente.

–Es alguien que os conocía a los dos –le dijo–. O alguien que se enteró de algo por medio de alguien que sí os conocía. De lo contrario, nadie habría sabido que existía esta pieza de madera.

–Mi abuelo era un hombre sencillo –dijo ella–. Y callado. No salía, y no tenía amigos. Le gustaba quedarse en casa y estar conmigo.

Joe se alegró al pensar que Kylie había tenido a aquel hombre en su vida cuando no podía contar con sus padres, pero pensó en lo sola y protegida que debía de haber vivido.

–¿Y sus empleados?

–No tenía.

–¿No tenía a nadie? ¿Ni un aprendiz, ni un ayudante?

–Yo contestaba al teléfono y llevaba las agendas y la contabilidad, aunque sí tuvo algún aprendiz de vez en cuando. No había pensado en ellos.

–¿Y podrías hacerme una lista de esas personas?

–Creo que sí. Pero…

Él le hizo un gesto para que se sentara y le dio papel y bolígrafo.

–De acuerdo –dijo Kylie, y se concentró sobre el papel. Al bajar la cabeza, su pelo castaño claro, largo, ondulado, se le cayó por la cara. Con un ruidito de fastidio, se lo apartó y se hizo una coleta con una goma que llevaba alrededor de la muñeca. Estuvo escribiendo en silencio durante unos minutos y, al final, le devolvió la libreta.

–Estos son los aprendices que tuvo mientras yo estuve con él. Son nueve. Te he puesto los nombres y de dónde eran. Uno era mayor que mi abuelo y no es un sospechoso viable. Otro murió. Otros dos viven fuera del país. Y de los que quedan, no creo que ninguno haya hecho esto. Todos querían a mi abuelo tanto como yo.

Aquello era algo subjetivo y, tal y como hacía siempre en su trabajo, él ignoró la subjetividad y la emoción.

–¿Hay algo más que deba saber? –preguntó.

Ella se mordió el labio y, después de una pausa, negó con la cabeza.

Joe tuvo que contener un suspiro. Kylie mentía muy mal.

–Necesito que me lo cuentes, Kylie.

Ella respondió sin mirarlo a los ojos.

–No hay nada más que necesites saber.

Claro, claro. Él no la creyó, pero sabía que no debía presionarla más, o se cerraría en banda. Se puso a leer la lista y se quedó sorprendido.

–Este es el nombre de tu jefe.

–¿Gib? Sí –dijo ella–. Pero lo he marcado para indicarte que no es una posibilidad.

–Los has marcado a todos –dijo él, con ironía–. De todos modos, empecemos por Gib. ¿Por qué no lo consideras sospechoso?

–Porque nos criamos juntos –dijo ella–. Mi abuelo le enseñó todo lo que sabe. Él consideraba a Gib de la familia, incluso le dio un lugar para vivir cuando lo necesitaba.

–Entonces, él debe de saber lo importante que es el pingüino para ti, ¿no? Y lo que vale.

–No es Gib –dijo ella, con terquedad–. Ha sido muy bueno conmigo, muy bueno.

–¿Hasta qué punto ha sido bueno?

–¿A qué te refieres? –preguntó ella, desconfiadamente.

Joe tenía un instinto muy fino a la hora de estudiar a la gente. Había estado varias veces en Maderas recuperadas, y nunca había percibido tensión sexual entre Gib y Kylie, pero tenía que preguntarlo de todos modos.

–¿Hay algo entre Gib y tú, Kylie?

–¿Tú crees que esta pregunta es necesaria?

Era necesaria para calmar sus celos, pensó Joe.

–Sí; podría ser el móvil –dijo él, para justificarse.

–No –respondió ella–. Nunca ha habido nada entre Gib y yo.

Ella respondió con sinceridad, pero titubeó lo justo para que él se diera cuenta de que había algo más.

–¿Y en el futuro? ¿Habrá algo?

Ella se cruzó de brazos.

–No sé que tiene que ver eso con el caso.

Mierda. A ella le gustaba Gib. Joe la observó atentamente durante un instante.

–Te lo voy a preguntar otra vez. ¿Gib y tú vais a…?

–Eso no es asunto tuyo. Déjalo, por favor.

Eso sería lo más inteligente, cierto.

–De acuerdo. Pero él se queda en la lista.

–Como quieras. Y ahora, ¿qué?

–Tú te vas a tu trabajo y yo, también. Tengo que ir a una sesión de vigilancia.

Para ahorrar tiempo, empezó a recoger todo lo necesario y abrió el armario de las armas para empezar a abrocharse al cuerpo las que necesitaba. La Glock, en la cadera derecha. El cuchillo, prendido en el interior de un bolsillo. El teléfono móvil, en el bolsillo delantero. La Sig, atada a la pierna. Se puso una gorra de los Giants con la visera hacia atrás y un chaleco antibalas. Al alzar la vista, se dio cuenta de que a Kylie se le habían oscurecido los ojos mientras lo miraba, y sonrió para sí mismo.

–Te aviso en cuanto haya investigado la lista. Voy a empezar esta misma noche, después del trabajo.

–¿Cómo? No, no. Yo quiero participar. Somos socios en esto.

–Yo trabajo en solitario, Kylie.

–Esta vez, no.

–Escucha…

–¿Quieres el espejo de Molly, o no? –le preguntó ella.

–Sabes que sí –respondió él, con tirantez.

–Entonces, nos vemos después. Socio.

Mierda. Estaba completamente perdido.

E-Pack HQN Jill Shalvis 1

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