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Capítulo 9 #MeGustaElOlorDelNapalmPorLaMañana

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Kylie puso buena cara delante de Joe, pero no era tonta. Estaban en un barrio muy peligroso. Las calles eran oscuras y húmedas.

Así pues, eso de no apartarse de él le parecía perfecto.

Se avecinaba una tormenta, y el viento levantaba polvo y fragmentos de escombro, cosa que empeoraba aún más la visibilidad. Se acercó a él y se agarró a la espalda de su camisa.

–¿Estoy lo suficientemente cerca? –le preguntó, en un murmullo.

Él se quedó inmóvil al sentir su contacto, y se giró para mirarla. Tenía una expresión de sorpresa. Viera lo que viera, se echó a reír.

–¿Qué pasa? –le preguntó ella.

–Tienes… –dijo él, mientras señalaba su cabeza.

Kylie se palpó el pelo. Tenía la peluca torcida.

–Mierda.

–Deja la peluca, Kylie –le dijo él, sin dejar de sonreír–. No te sirve como disfraz.

–No.

–Yo te reconocería en cualquier parte.

Kylie intentó no ponerse a pensar por qué motivo aquello le había producido un cosquilleo. No se quitó la peluca, y le preguntó:

–Bueno, vamos a hacer esto, ¿sí o no?

A él se le oscureció la mirada.

Vaya.

–¡Ya sabes a lo que me refiero! –exclamó Kylie, y echó a andar hacia el final de la nave industrial.

Sin embargo, él la agarró de la camisa.

–Por allí, listilla –le dijo él, dirigiéndola hacia el otro extremo de la nave.

–Muy bien –respondió Kylie.

Sin embargo, al ver todas las sombras, vaciló.

–Puedes esperar con Vinnie, en el coche –le dijo él–. Lo dejo cerrado con llave y…

–No, estoy bien contigo.

Y esa era la verdad. Estaba más que bien con él. Con él, se sentía como Wonder Woman.

Cuando se acercaron a la nave, ella miró la valla que rodeaba el edificio.

–La puerta está cerrada –susurró–. Y la cerradura no es sencilla. No tiene llave.

–Y con un cerrojo lateral –respondió él, y sacó de su bolsillo una herramienta para abrirlo.

–Vaya –susurró ella cuando Joe abrió el cerrojo y puso un oído contra la cerradura para escuchar mientras giraba el dial.

De repente, él soltó una maldición.

–¿Hay algún problema?

–Más bien, es que… –dijo él, y pasó un dedo por su peluca.

–¿Qué haces? –susurró ella.

–Me cuesta concentrarme. Tienes un aspecto muy diferente y, sin embargo, sigues siendo la misma.

Como su voz, combinada con su contacto, la estaba excitando, ella movió el dedo delante de su cara a modo de advertencia:

–Tengo mucho calor con esta cosa puesta.

–Pero estás buenísima.

A ella se le escapó una carcajada.

–¿De verdad? –murmuró él con la voz enronquecida y una mirada muy sexy.

Y ella se dio cuenta de que llevar un disfraz y fingir que era otra persona resultaba liberador. Le permitía ser más… libre. Y, aunque supiera que se estaba comportando como su madre, no pudo parar.

–¿De verdad te parece que estoy buenísima con esta peluca?

–En realidad, estás buenísima con cualquier cosa –respondió él, mientras volvía a fijarse en la cerradura–. Con los delantales de trabajo, con las botas de punta reforzada, con los vaqueros rasgados, con el pelo moreno, con tu propio pelo… Todo me gusta.

Ella cabeceó.

–Qué raros sois los hombres.

Él dejó de trabajar y se acercó a ella, estrechándose contra su cuerpo.

–¿Me estás diciendo que no te resulta excitante fingir que eres otra persona?

Ella se mordió el labio, y él se echó a reír.

–Entonces, sí –dijo él, en un tono de picardía y acusación que hizo que ella también se echara a reír.

De repente, Joe se quedó inmóvil. Se giró y la escondió detrás de su cuerpo al ver que se acercaba un hombre caminando por la calle oscura. Iba hacia ellos. Aunque al principio parecía que estaban solos, Kylie vio unas cuantas sombras detrás de él. Esas figuras se quedaron apartadas mientras el hombre seguía acercándose, con las manos metidas en los bolsillos.

–No dispares, jefe –le dijo a Joe.

Joe no respondió.

–Hace mucho tiempo que no nos veíamos –dijo el desconocido, al tiempo que se detenía delante de ellos. Las otras personas permanecieron alejadas.

Joe siguió inmóvil y silencioso.

El tipo sonrió.

–Tanto, que tal vez se te haya olvidado cómo se saluda a un viejo amigo.

A Kylie comenzaron a temblarle las rodillas.

–No se me ha olvidado nada –dijo Joe.

–Bien –dijo el hombre. Le echó un vistazo a Kylie y, después, volvió a concentrarse en Joe–. Entonces, recordarás que tengo contigo una deuda tan grande que nunca podré pagártela. Aquí estás a salvo.

Entonces, Joe también sonrió.

–¿Y por qué iba a creerte?

–Porque tú no eres el único que puede hacer cambios.

Los dos hombres se miraron y, de repente, hicieron un saludo complicado y se estrecharon la mano.

Kylie tomó aire con más calma. El tipo retrocedió y asintió.

–Aquí estás a salvo –repitió, y se desvaneció en la oscuridad, seguido por sus sombras.

Joe tomó a Kylie de la mano. Había conseguido abrir la puerta.

–Por aquí –le dijo, y fueron hacia la parte posterior de la nave. Allí podrían mirar al interior por las ventanas.

Kylie todavía estaba asimilando la conversación que acababa de oír. Joe había hecho algo para ayudar a aquel tipo. Algo tan importante, que el desconocido se había arriesgado con tal de protegerlos a Joe y a ella. ¿Qué pudo ser?

Sin embargo, él no hablaba demasiado, lo cual, por supuesto, le hacía muy distinto al resto de la gente a quien ella había conocido. Sobre todo, diferente a su madre, a quien le gustaba mucho dejar claro a todo el mundo que tenía muchas cualidades.

Pero Joe, no. Él estaba intentando hacer algo bueno. Su trabajo no era solo una forma de ganarse la vida. Era mucho más.

–¿Qué te debe ese hombre?

–Cinco minutos –respondió él.

–¿Qué?

–Has estado cinco minutos intentando contenerte para no hacerme la pregunta. Estoy impresionado.

Ella puso los ojos en blanco y esperó.

Él no dijo nada.

–¿Y bien? –insistió.

–Fue hace una eternidad –dijo Joe, mientras apuntaba con una linterna al interior de la nave–. ¿Estás viendo lo mismo que yo?

Había muebles hechos a mano, preciosos, pero no del mismo estilo que los de su abuelo, ni parecidos. No había nada que tuviera similitud con la consola que aparecía en la fotografía que le habían enviado.

–No creo que sean ellos –susurró.

–Yo, tampoco –dijo él–. Pero no solo por los muebles. También tienen talleres en Los Ángeles, Nueva York y Londres.

–Entonces, debe de irles muy bien.

–Sí –dijo Joe–, y se han creado una buena reputación, de la que están muy orgullosos. Hacen su propio trabajo y utilizan material ecológico. Y donan un porcentaje de lo que ganan.

–No iban a arriesgar todo eso por jugar conmigo.

–No, yo tampoco lo creo –convino Joe.

La llevó a casa y la acompañó a la puerta. Entonces, sucedieron varias cosas. Por segunda vez aquella noche, él la agarró y la puso detrás de sí mismo justo cuando se abría la puerta de su piso. Y, de repente, Joe tenía un arma en la mano, apuntada directamente a la cara del hombre que había abierto la puerta.

Gib.

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