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Capítulo 13 #EnElBéisbolNoSeLlora

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Kylie se quedó petrificada al ver el sobre en el suelo, pero Joe, no. Le puso una mano en el brazo para indicarle que se quedara donde estaba mientras él observaba el entorno con toda su atención.

Kylie no veía nada fuera de lo normal. Joe, sin soltarla, cerró la puerta, echó el cerrojo y tomó el sobre.

Ella iba a decir algo, pero él le puso un dedo en los labios, tomó en brazos a Vinnie, que había ido corriendo a saludarlos, y se lo puso con delicadeza en los brazos. Después, recorrió el piso, encendiendo las luces.

–No creo que quien esté haciendo esto entre en la casa –dijo ella, pero Joe no respondió. Continuó revisando metódicamente el apartamento.

Kylie achuchó a Vinnie cuando él le lamió la barbilla, extasiado como siempre por tenerla en casa. Después, Joe lo dejó en el suelo e, inmediatamente, Vinnie se fue a buscar su juguete favorito para llevárselo a Kylie. Aquella noche, su juguete favorito era una pelota de tenis en miniatura.

Ella se la arrojó.

–Vamos, tráemela, tráemela –le dijo, con la esperanza de conseguirlo, algún día.

Vinnie corrió detrás de la pelota y se marchó con ella por el pasillo. Kylie estaba suspirando cuando Joe volvió al salón.

–Abre el sobre –le dijo.

Era otra Polaroid. En aquella, el pingüino aparecía en un tranvía, a punto de caer a la carretera, entre los coches, y a Kylie se le encogió el corazón.

–Demonios –susurró, agarrando la Polaroid contra su pecho–. Hay demasiada locura en mi vida: las fotos, el pingüino desaparecido y tú.

Él se echó a reír y tomó la foto de sus manos para mirarla.

–Empezaste tú, con ese beso.

A pesar de que su cuerpo reaccionó como si él fuera a darle otro, ella se hizo la ofendida.

–Ya te he dicho que ni siquiera me acuerdo de cómo fue –respondió–. Ni tampoco el segundo.

–¿De verdad?

–Sí, de verdad –respondió, sin darse cuenta de que lo estaba provocando–. Puede que no seas tan bueno besando como tú te crees.

–Umm. Sujétame esto un momento –dijo él, y le entregó la fotografía.

Kylie la tomó sin pensar, y él la besó. El beso fue largo, profundo y deliciosamente excitante. A ella se le escapó un jadeo y recordó lo habilidoso que era él con los labios, hasta que se le cayeron las llaves y la fotografía y le rodeó el cuello con los brazos para estrecharse contra él.

Cuando se les acabó el aire, él recorrió su mandíbula con la boca y ella le dio libre acceso a su cuello mientras se deleitaba con el contacto de sus labios en la piel. Joe la mordió suavemente y ella sintió un escalofrío de pies a cabeza. Justo en aquel momento, Vinnie llegó corriendo al salón y dejó algo a sus pies.

Kylie se liberó y empezó a sonreír con orgullo.

–¡Sí! Por fin has aprendido a traer la pelota…

Se quedó callada en medio del horror, mientras Joe se echaba a reír a carcajadas.

Vinnie había llevado su consolador.

Ella, con la cara ardiendo de vergüenza, se agachó, lo recogió y lo metió debajo de un cojín.

–No tengo ni idea de dónde ha sacado ese… sable de luz.

Al oírlo, Joe se rio aún con más ganas. Tuvo que inclinarse y apoyarse con las manos en las rodillas. Cuando terminó y se irguió, enjugándose las lágrimas de los ojos, ella estaba en jarras, bastante menos apasionada y tan avergonzada que casi no podía hablar.

–Tienes que irte ya –dijo.

–¿Por qué? ¿Porque ya tienes vibrador y no me necesitas?

–¡Es un sable de luz! –exclamó ella, y abrió la puerta principal–. Fuera.

Él se acercó a ella y, mirándola a los ojos, cerró la puerta.

–Eh –le dijo–. Si una persona no puede darse una satisfacción una noche que otra, es que estamos a las puertas del apocalipsis.

Ella cerró los ojos y soltó un gemido de dolor, y él se echó a reír otra vez.

–Kylie, me encanta que tengas un… sable de luz. Me gusta tanto, que espero que un día me dejes ver cómo juegas con él.

–Oh, Dios mío –dijo ella, y se tapó la cara con las manos.

Él le apartó los dedos de las mejillas con delicadeza y la miró.

–No debería haberte metido en esto –murmuró Kylie–. Todo me parece una locura, más que cuando empezó.

–Estamos haciendo progresos. Solo tienes que tener paciencia.

A ella no se le daba bien tener paciencia. Y, por la cara de diversión de Joe, parecía que él lo sabía perfectamente.

–Y, en cuanto a la locura –prosiguió él–, puede que seas tú. Puede que seas un imán para las locuras.

–¿Ah, sí? ¿Y en qué te convierte eso a ti?

Él sonrió de oreja a oreja y, al verlo, a ella le explotaron el resto de las neuronas. Entonces, Joe entró en la cocina.

–¿Tienes palomitas? –preguntó–. ¿Chocolate caliente?

–Por supuesto. Son las comidas más importantes. ¿Por qué?

–Porque vamos a ver una película.

–Aunque corra el riesgo de repetirme, ¿por qué?

–Porque estás inquieta, y no creo que estés bien para quedarte sola.

Y él se iba a quedar con ella hasta que se hubiera calmado. Intentó que no la afectara el hecho de que fuera tan considerado, pero fue demasiado tarde. Tuvo una sensación de calidez en el corazón. Y en otras partes, también. Partes que antes solo se habían animado para su sable de luz.

Cinco minutos después, estaban viendo Fast & Furious, comiendo palomitas y tomándose un chocolate. Vinnie estaba dormido en el regazo de Joe.

Cuando terminó la película, Kylie se volvió hacia él.

–Has sido un perfecto caballero. ¿Y eso?

–Estoy intentando ser bueno contigo. Pero, a veces, pierdo el dominio.

–¿Ah, sí?

–Sí –dijo él con una sonrisita–. ¿Te has mirado al espejo? Hasta un muerto reaccionaría. Y yo no estoy muerto, Kylie –añadió, y le acarició una sien con el dedo–. Al principio, pensé que tal vez fuera por la peluca. O, no sé, puede que sea por tu sable de luz.

–Ja, ja –murmuro ella, y se dio un golpecito en la cabeza. Demonios, llevaba la peluca.

Él sonrió. Se inclinó hacia delante y la besó lentamente, profundamente. Gruñó en voz baja, y ella retrocedió.

–¿Todavía estás intentando ser bueno? –le preguntó.

–Sí, pero ser bueno no es lo primero que me sugiere el instinto, así que no me provoques.

Se levantó y tiró de ella para que se levantara también. La llevó a la cocina y se sacó algo del bolsillo.

–¿Una cerradura? –preguntó ella.

–Una última cosa del programa de actividades de esta noche. Me pediste que te enseñara a forzar cerraduras.

Y allí estaba él, cumpliendo su palabra.

–No te esperabas que hiciera lo que dije que iba a hacer, ¿eh?

–No, la verdad es que no –respondió ella.

Él cabeceó y le mostró la herramienta. Entonces, la metió en la cerradura, y la abrió a los dos segundos. Aunque lo había hecho delante de sus narices, ella no tenía ni idea de cómo lo había conseguido.

–Otra vez –le pidió.

–Tengo que ayudar a Archer en un asunto –dijo él.

Sin embargo, permaneció donde estaba y le hizo un gesto para indicarle que era su turno.

Estaba en el décimo y fallido intento cuando él se le acercó por la espalda y miró por encima de su hombro, echando a perder también el undécimo y duodécimo.

–¡Mierda!

Kylie notó que él se echaba a reír en silencio. Joe le dio un beso en la mejilla.

–Relájate –le dijo al oído.

¿Con su cuerpo apretado contra su espalda? No, no era probable que lo consiguiera. Sin embargo, como no quería dejar ver lo mucho que él la afectaba, siguió intentando abrir la cerradura.

–Paciencia –dijo él, y guio sus manos durante todo el proceso, hasta que la cerradura hizo clic.

Pero había sido él quien la había abierto, no ella.

–Creía que tenías que irte –le dijo Kylie, en voz baja.

–Sí.

Joe tomó la cerradura y la herramienta que ella tenía en las manos y las dejó sobre la mesa de la cocina.

–Kylie –le dijo con la voz llena de deseo.

–¿Sí?

–Estoy a punto de perder el dominio sobre mí mismo otra vez.

–De acuerdo –dijo ella.

–De acuerdo –repitió él, y la besó con intensidad.

Alguien gimió. Kylie se dio cuenta de que había sido ella misma. Entonces, él hizo el beso más profundo y cálido, y sus lenguas se enredaron la una con la otra. Ella se habría caído al suelo de no haber estado sujeta entre la mesa y el cuerpo duro de Joe. Él bajó una de las manos hasta su cadera y, con la otra, le sujetó la nuca. Siguió besándola hasta que ella se aferró a él, jadeando y pidiendo más con un gimoteo. Lo deseaba con todas sus fuerzas, pero él tenía que irse a trabajar, así que le puso una mano en el pecho y lo empujó lentamente.

–Tienes que irte –le susurró.

–Sí –dijo él.

Tomó aire y exhaló un suspiro mientras apoyaba la frente sobre la de Kylie.

–Uno de estos días, vas a tener que explicarme cómo es que, de repente, tú tienes todo el poder en esta relación.

Ella sonrió, y él movió la cabeza de lado a lado.

–Todo va a ir bien –le dijo.

–Ya lo sé –respondió ella.

A él se le borró la sonrisa de los labios mientras la miraba y le acariciaba la mandíbula. Le dio un ligero beso y siguió besándola como si no pudiera contenerse.

–Más tarde –murmuró.

Ella asintió, embobada, y se dio cuenta de que él se había desvanecido y había dejado la puerta cerrada con llave.

Y, entonces, se percató de que se había llevado la última fotografía y el sobre.

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