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Capítulo 6 #LoQuePasaAquíEsQueFallaLaComunicación

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Kylie estuvo a punto de dar un salto. Entonces, una voz masculina y muy familiar le dijo al oído:

–Sabía que no ibas a ser capaz de quedarte en el coche.

–Joe –jadeó ella, tambaleándose un poco–. Me has asustado. No te había visto.

–No fastidies. Pero todos los demás sí te hemos visto a ti, y a tu pequeño león.

Kylie miró a Vinnie, que se había quedado dormido a sus pies y estaba roncando a volumen máximo. Lo tomó en brazos. El perro se acurrucó contra su hombro y siguió durmiendo.

Y roncando.

–Un fiero perro de guarda –le dijo Joe, al tiempo que la guiaba para alejarla de los puestos hacia el aparcamiento–. ¿Te has puesto mi sudadera?

–Sí, y tus gafas. Es mi disfraz.

Él movió la boca. Ella se dio cuenta de que, con total seguridad, se estaba riendo por dentro.

–¿Qué has averiguado? –le preguntó.

–Aquí, no.

Cuando volvieron al coche, él recibió una llamada por Bluetooth.

–A las cuatro de la madrugada, mañana –le dijo Archer–. Armado.

–Recibido –dijo Joe, y colgó apretando un botón que tenía en el volante.

Kylie se quedó mirándolo con fijeza.

Joe siguió mirando la carretera.

–¿A qué se refería? –le preguntó ella.

–Al trabajo de mañana.

–¿A las cuatro de la mañana, armado? ¿Qué clase de trabajo es ese?

–La clase de trabajo del que no puedo hablar.

Ella suspiró e intentó apartarse el tema de la cabeza, pero sentía demasiada curiosidad.

–¿Es un trabajo peligroso?

Él la miró de reojo, con cara de diversión.

Claro. Todos sus trabajos eran potencialmente peligrosos. Hacía poco tiempo, Archer había recibido un disparo. Y Joe también había recibido un golpe en la nuca en un incidente terrible. Kylie estaba pensando en lo diferentes que eran sus vidas, cuando él tuvo otra llamada.

En aquella ocasión, era Molly.

–Necesito ayuda con papá –le dijo.

Extrañamente, al oír aquello, Joe se puso más tenso que con la llamada anterior. Paró el coche y desconectó el Bluetooth.

–¿Qué ocurre? –preguntó. Escuchó un instante y, después, se pellizcó el puente de la nariz–. Sí. Está bien. Yo me encargo.

Después, colgó y escribió un mensaje. Lo envió, esperó un minuto, recibió una respuesta, la leyó y volvió a enviar un mensaje, más corto en aquella ocasión. Después, arrancó de nuevo el coche.

Todo ello, sin decir ni una palabra.

Kylie no pudo contenerse.

–¿Va todo bien?

–Sí.

–Esta conversación sería más satisfactoria si utilizaras más de una palabra a la vez –le dijo ella.

Él exhaló un suspiro.

–Mi padre tiene algunos problemas que hay que resolver –dijo, por fin.

A ella se le encogió el corazón.

–¿Necesitas que te ayude?

Él la miró de reojo.

–Eh –dijo Kylie–. Se me da bien ayudar.

Entonces, Joe sonrió apagadamente.

–Gracias, pero esto solo puedo hacerlo yo. Mi padre tiene muchas facturas médicas –dijo–. Yo intento pagarlas todas, pero, algunas veces, él esconde el correo.

–¿Y por qué hace eso?

–Dios sabe –dijo él, con una carcajada que no tenía nada de alegre–. Pero parece que le han llamado de una agencia de cobros y que él los ha amenazado con mucha imaginación. Han llamado a la policía.

Kylie no supo qué decir.

–¿Lo han detenido?

–No. Tengo amigos en la policía. Me he ocupado de ello.

Joe se mantuvo en silencio durante el resto del camino. Debía de haber gastado todas las palabras. Y ella se pasó todo el tiempo preguntándose qué clase de tipo se ocupaba de su hermana y de su padre con tanta dedicación.

Un buen tipo, pensó, y suspiró. Demonios.

Joe paró delante de su edificio, y ella lo miró con sorpresa.

–¿Cómo sabes dónde vivo?

–Sé muchas cosas de ti –dijo él, y bajó del coche para abrirles la puerta a Vinnie y a ella.

–¿Por ejemplo?

–Por ejemplo, que alguien más, alguien que no debería, también sabe dónde vives.

La acompañó hasta la puerta del portal.

–¿Las llaves? –le preguntó.

–Espera –dijo Kylie.

Se puso a rebuscar por su bolso, pero no las encontró. Vinnie había vomitado por la alfombra todas las hojas de pino que se había comido la noche anterior en el parque. Ella había pisado descalza el vómito, y eso había marcado la tónica para el resto del día.

–Creo que se me deben de haber olvidado esta mañana –dijo–. Llegaba tarde, y casi pierdo el autobús. Mierda.

Joe no dijo nada. Se sacó algo del bolsillo y, cinco segundos más tarde, la puerta estaba abierta. La empujó suavemente hacia el interior y se inclinó para recoger un sobre que había en el suelo y que tenía escrito KYLIE en la parte delantera.

Al igual que el sobre anterior, no tenía sellos ni estaba matasellado.

–Otro –susurró ella.

Dejó a Vinnie en el suelo y tomó el sobre de manos de Joe. Lo estaba mirando como si fuera una serpiente de cascabel, cuando se dio cuenta de que Joe estaba recorriendo rápida y eficientemente su apartamento. Cuando él volvió a su lado, señaló el sobre con un gesto de la cabeza.

–Estamos solos. Ábrelo.

–Puede que no sea nada.

–Razón de más para abrirlo.

Claro, claro. Pero ella no quería abrirlo, porque sabía, igual que Joe, que sí era algo.

Vinnie se fue corriendo hacia la cocina, se detuvo a poca distancia de la puerta, palpó el aire con la pata y, cuando se cercioró de que no iba a chocar con una puerta de cristal, siguió andando alegremente hacia su bebedero.

–¿Por qué ha hecho eso? –le preguntó Joe a Kylie.

–Tiene problemas de confianza.

Joe se echó a reír.

–Bueno, por lo menos sabemos de dónde ha sacado eso.

–Eh –dijo ella.

Sin embargo, era cierto. Así pues, no protestó más. Respiró profundamente y abrió el sobre.

En aquella ocasión, había dos fotografías. La primera era de su adorado pingüino, que aparecía sentado en una celda.

–Eso es… ¿Alcatraz? –preguntó ella, con horror.

Joe asintió, con una expresión muy seria.

Kylie sacó la segunda Polaroid y se quedó desconcertada. Había una pequeña consola de madera y un banco a juego. Se quedó mirando las dos cosas hasta que Joe le dio la vuelta a la fotografía. Había una nota manuscrita en el reverso.

Acredita que la mesa y el banco son obra original de Michael Masters para la subasta que figura abajo y podrás recuperar tu talla de madera. Para hacerlo, tienes que pedir cita en la casa de subastas donde están la consola y el banco. Tienes que identificarte, autentificar las piezas y dar tu visto bueno. Cuando lo hayas hecho, ellos se pondrán en contacto conmigo.

–No lo entiendo –dijo Kylie–. Esta consola sí parece de mi abuelo, pero yo conozco todas las piezas que vendió. Esta nunca llegó al mercado. Aunque tampoco puede ser algo que tuviera almacenado sin vender, porque todo se quemó.

–¿Y el banco?

Kylie tomó una fotografía de la fotografía con el móvil y, después, la agrandó con el pulgar y el índice para poder mirar los detalles. Agitó la cabeza.

–No, no creo que sea suyo. No es tan bueno como la consola.

–¿Y puedes distinguirlo solo con una foto?

–Sí. Pero no sé si otra persona podría. El banco no es suyo, Joe.

–En realidad –dijo él, lentamente–, creo que ese es precisamente el objetivo.

–¿Qué quieres decir?

–Que, siendo la nieta de Michael Masters, alguien que está en su campo también, eres una de las pocas personas que podría dar fe de su trabajo. Y, si lo haces, esta persona gana dinero.

–Pero ¿cómo es que tiene una pieza de mi abuelo?

–Eso es lo que tenemos que averiguar –dijo Joe–. Pero sí sé por qué te pide que acredites el banco. Si le das el visto bueno junto a la consola, ganará mucho más dinero, al poder vender algo que ha hecho él o ella. Podría ser el comienzo de un fraude muy lucrativo.

Ella lo miró con ira y con espanto.

–No es Rowena. Ella nunca haría algo así.

–Estoy de acuerdo. Ya la he descartado.

–¿Cómo?

–En el muelle, me purificó el aura y me dijo que el dinero es el origen de todos los males y que, si tengo fe, el universo llenará mi vida de amor.

Ella tuvo que sonreír.

–Vaya. ¿Y tú crees que el universo va a llenar tu vida de amor?

–Ya veremos –dijo él–. Pero le pedí su autógrafo –añadió. Se sacó un papel de uno de los múltiples bolsillos del pantalón y lo puso junto al reverso de la foto–. Su letra no concuerda con esta ni con la de los sobres.

Kylie sacó su teléfono y buscó en Google la información de la subasta.

–Va a celebrarse dentro de dos semanas –dijo–. Y eso significa que…

Él la miró a los ojos.

–Que tenemos menos de dos semanas para encontrar a este imbécil para que no tengas que hacer algo que no quieres hacer.

–Pero así no voy a recuperar mi pingüino.

–Yo voy a recuperar a tu pingüino –dijo él, con tanta seguridad, que ella quiso creerlo.

–¿Y si llamamos a la casa de subastas para averiguar quién es el vendedor o intentar ver las piezas?

–Podemos intentarlo –dijo Joe–, pero no creo que te den la información sobre el vendedor. Las casas de subastas protegen a sus vendedores y compradores con mucho celo. Si uno de ellos quiere permanecer en el anonimato, nunca se encontrarán.

–Pero… no lo entiendo. Tiene que haber una forma más fácil de ganar dinero.

–No, si este tipo acaba de empezar. Desde la muerte de tu abuelo, su obra no ha hecho más que aumentar de valor, y así seguirá. Así que, sea quien sea, seguro que está haciendo o encargando otras piezas. Seguramente, el banco solo es el principio. Cuando lo autentifiques, todo lo demás que haga podrá pasar por obra de tu abuelo, sin ti –le explicó Joe. Después, se giró y se dirigió hacia la puerta–. Cierra con llave cuando yo haya salido.

–Espera, ¿adónde vas?

–Hay otros nueve aprendices.

–No, no hay nueve. Ya te he dicho que uno es muy viejo, otro murió, dos están fuera del país y Gib no es sospechoso. Y, una vez descartada Rowena, solo quedan tres.

Él negó con la cabeza.

–Yo no he descartado a ninguno, ni siquiera a Gib.

–¡No es Gib! Mira, vas a tener que confiar en mí. Él no es un ladrón.

–Ya te lo he preguntado, pero ¿hay algo entre vosotros?

Ella hizo un gesto de exasperación con ambas manos.

–¿Por qué no dejáis de preguntarme eso uno con respecto al otro?

Él entrecerró los ojos.

–Creía que no había nada.

–Y ayer mismo, yo podría haber superado la prueba del detector de mentiras –dijo ella.

–¿Qué ha ocurrido hoy?

Ella se quedó callada. No tenía nada de lo que avergonzarse, pero tampoco estaba segura de qué había ocurrido.

–Kylie.

Ella suspiró.

–No es nada.

–Inténtalo de nuevo, vamos.

Ella puso los ojos en blanco.

–De acuerdo. Él… me ha tirado los tejos, por fin.

Joe no se movió. No movió un pelo, ni un músculo, nada. Sin embargo, irradiaba electricidad.

–Explícame cómo te ha tirado los tejos –le dijo.

Ella se cruzó de brazos.

–Pero ¿tiene alguna relevancia en mi caso?

Él la miró de nuevo con fijeza y, sin poder evitarlo, ella abrió la boca y confesó.

–Me dio un beso.

–Te dio un beso.

–Sí. ¿Por qué repites lo que digo?

–¿Qué clase de beso?

–No lo sé. Un beso normal. Agradable. ¿Cuántos tipos de besos hay?

Él siguió mirándola un instante, hasta que dio un paso hacia ella. La acorraló contra la pared y le tomó la cabeza con ambas manos.

–Hay muchos tipos de besos –dijo.

A ella se le había cortado la respiración.

–¿Co-como por ejemplo?

–Como este.

Entonces, Joe se inclinó y cubrió su boca con los labios.

E-Pack HQN Jill Shalvis 1

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