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Capítulo 17 #ETTeléfonoMiCasa

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«Maravilloso», pensó Kylie. Estaba otra vez en un espacio muy reducido con Joe, a oscuras, a punto de que los sorprendieran en pleno allanamiento y los metieran en la cárcel. Y a ella no le quedaría bien el color naranja de los trajes de presidiaria.

–Respira hondo –le susurró Joe–. Lo tienes controlado, pelirroja.

–Lo de vomitar no te lo digo en broma –susurró ella.

–No, no vas a vomitar.

–¿Porque eso nos delataría?

–No, porque las botas de trabajo que llevo son nuevas y me gustan.

Ella tuvo ganas de decirle lo que podía hacer con sus botas, pero cerró los ojos con fuerza para poder concentrarse en tragar la bilis compulsivamente. Había tomado palomitas y vino para cenar y el vómito no iba a ser bonito.

«Tranquila», se dijo. «No puedes vomitar encima del tío bueno». Sin embargo, le resultaba difícil controlarse e intentar no hiperventilar. Mierda. Era culpa suya.

No. En realidad, Joe no tenía la culpa. Ella era la que se había empeñado en acompañarlo, así que ella era quien tenía la culpa. Y su impulsividad. Y… Dios Santo, ¿se iban a quedar sin aire allí dentro? Sí. Se les iba a acabar el oxígeno y…

–Eh –murmuró Joe, y le acarició los brazos de arriba abajo–. No pasa nada. Estoy aquí contigo.

–¡Sí, estamos en un armario diminuto y oscuro! –siseó ella, en medio del pánico. Tenía la sensación de que se le iban a caer las paredes encima.

–Shh –susurró Joe, sujetándola, porque parecía que a ella le habían fallado las rodillas.

Kylie alzó la cabeza, y él le puso un dedo en los labios.

Sí. Lo entendía. No podía emitir ni un sonido. Ni vomitar. Sin embargo, aquel armario se le hacía más y más pequeño a cada segundo.

–No voy a dejar que te ocurra nada –le susurró Joe, al oído. Le rozó el lóbulo de la oreja con los labios, y ella se estremeció.

Quería creerlo de verdad, incluso trató de consolarse con el hecho de que él nunca le había hecho ninguna promesa que no hubiese cumplido, pero el pánico no se dejaba influir por la lógica.

–Bien –le susurró él–. Lo estás haciendo estupendamente. Ahora voy a…

Al notar que Joe se giraba, ella se aferró a él.

–No –susurró.

–Tengo que echar un vistazo, Kylie, pero no voy a dejarte sola. Nunca lo haría.

Ella lo miró a los ojos y asintió y, en el pequeño espacio del que disponían, él se dio la vuelta para mirar por una rendija de la puerta.

Kylie no pudo contenerse. Se pegó a él y apoyó la frente en su espalda mientras contenía la respiración. La próxima vez iba a hacerle caso, y se quedaría en el coche.

No, no era cierto. Sabía que iba a elegir lo mismo otra vez, lo cual significaba que era más parecida a su madre de lo que le hubiera gustado admitir.

–Bueno –dijo Joe–. No te asustes.

Oh, Dios.

–Demasiado tarde –le dijo ella–. ¿Qué pasa?

–Rafael está aquí.

Oh, mierda. Ella no había llegado a conocer bien a Rafael. Recordaba que tenía unos cuarenta años y era un soltero empedernido con muy mal humor que la evitaba como si ella tuviese la peste. En aquella época, Kylie pensaba que tal vez no le gustaran las mujeres, pero no, lo que no le gustaban eran los adolescentes.

–Parece que también vive aquí –murmuró Joe–.Acaba de abrir la puerta del final del pasillo y es un dormitorio –dijo–. Vamos a tener que estar un rato aquí.

–¿Cuánto tiempo es un rato?

–Hasta que se marche o se acueste.

–Oh, Dios mío. ¿Y si nos encuentra?

–No nos va a encontrar.

–¿Y si lo hace? ¿Y si nos pilla?

–A mí no me pillan normalmente.

Ella se agarró a la espalda de su camisa con ambos puños.

–¿Normalmente? –susurró–. ¿Normalmente? Oh, Dios mío.

De nuevo, apoyó la frente en su espalda. Estaba empezando a sudar.

–Respira profundamente, Kylie.

–Odio que me digan eso.

Joe alargó el brazo hacia atrás y la rodeó con él.

–Necesito que te relajes.

–No es mi punto fuerte.

–Pues inténtalo, porque la cosa empeora.

Ella alzó la cabeza.

–¿Cómo puede empeorar más aún?

Él la colocó delante para que pudiera ver por la rendija de la puerta, lo cual fue un alivio. Además, había otra ventaja, y era que tenía a Joe pegado a la espalda. De repente, ya no se dio cuenta de que no podía respirar. No podía concentrarse en nada que no fuera su cuerpo fuerte y grande alineado con el suyo.

Hizo lo posible por permanecer alerta y miró por la rendija. Rafael seguía siendo tal y como lo recordaba, más ancho que largo, aunque, lógicamente, había envejecido. Estaba viendo la televisión con el ceño fruncido.

–Ya se ha instalado en la cama para ver la tele antes de dormirse. Mierda…

Joe le puso una mano sobre los ojos.

–¿Qué haces?

–Protegerte –le susurró él–. Acaba de desnudarse, y estoy viendo cosas que tú no necesitas ver.

Ella hizo un gesto de horror al imaginarse la visión.

–¿Se va a acostar?

–No, está sentado al borde de la cama, cambiando de canal. Por suerte, está medio sordo, a juzgar por el volumen que ha puesto.

Desde detrás, Joe le pasó a Kylie los labios por la garganta.

–Me gustabas de rubia –murmuró–. Y de morena. Pero de pelirroja me gustas más aún. Encaja muy bien con tu fuerte temperamento.

Al pronunciar aquellas palabras, él le rozaba la piel con los labios y hacía que se estremeciera. Notó su risa cuando le dio un codazo en el estómago, y se dio cuenta de que el terror y la claustrofobia se habían retirado lo suficiente como para dejar sitio al deseo.

Lo cual significaba que había perdido la cordura.

–¿Me estás tirando los tejos en un armario durante una misión de vigilancia? –le susurró, con incredulidad.

–¿Quieres que lo haga?

Por supuesto que sí. Pero también quería que trabajara más en ello.

–Continúa –le dijo–, y ya te lo diré.

Él siguió susurrándole al oído, con una sonrisa en la voz.

–¿Te das cuenta de que cada vez que he intentado protegerte, tú te las has arreglado para valerte por ti misma? Y eso es muy sexy, Kylie.

Ella se rio con la voz ronca, y cerró los ojos para tratar de concentrarse en las sensaciones que le producía el contacto con su cuerpo, y él se apretó contra ella.

–Joe…

–No te preocupes, la cosa no va a ir a más. Puedo pensar con dos partes del cuerpo a la vez.

Bien, gracias a Dios que uno podía hacerlo.

–Aunque –murmuró Joe–, las cosas que quiero hacerte en este armario…

Ella se estremeció y, después, jadeó, porque él le mordió el lóbulo de la oreja con delicadeza. Joe hizo que se girara hacia él y le enredó los dedos en el pelo para colocarle la cara frente a la suya y besarla. Cuando sus bocas se tocaron, a Kylie se le borró todo de la mente, Rafael, las fotografías, la muerte de su abuelo… Todo. Era como si Joe y ella hubieran explotado y estuvieran ardiendo en llamas, y tenían que parar o acabarían haciendo el amor allí mismo, en aquel armario. Kylie no estaba preparada para llegar a ese punto, así que se retiró, y notó que él tomaba aire y exhalaba un suspiro tembloroso.

Se quedaron frente a frente un momento, pecho con pecho, muslos con muslos, y todas las demás partes del cuerpo, tocándose también. Joe tenía una erección.

–¿Qué está haciendo Rafael ahora? –preguntó.

Joe echó un vistazo.

–Tumbado en la cama, viendo la tele. La luz está encendida, pero él tiene los ojos cerrados. Creo que se ha quedado dormido.

Esperaron cinco minutos más. Entonces, Joe le dijo:

–Quédate a mi espalda, y no hagas ni el más mínimo ruido.

La tomó de la mano y se la llevó por el pasillo hasta que salieron por la puerta. Entonces, echaron a correr hacia el coche y se pusieron en camino. Normalmente, él conducía tal y como hacía todo lo demás: con calma y controladamente. Aquel día, no. Tenía los hombros tensos y la boca apretada. ¿Se daba cuenta de que estaba empezando a mostrarle el hombre que había bajo la fachada fría y tranquila que les mostraba a todos los demás? Para ella, eso era emocionante.

–Te has enfadado por cómo han salido las cosas –dijo ella, en el tirante silencio del interior del coche.

–No me gusta que te hayas visto en esa situación por mi culpa.

–Ha sido por culpa mía –dijo ella–. Pero lo he hecho bien.

A él se le dibujó una pequeña sonrisa en los labios.

–Lo has hecho bien, sí. En realidad, lo has hecho tan bien, que estoy excitado y duro como una roca. Te lo dije: ver cómo te controlas me excita siempre.

Se miraron un segundo, y él le besó la palma de la mano.

–Quiero llevarte a casa –le dijo.

–Pues, entonces, hazlo. Llévame a casa.

Después de eso, no hablaron más. Joe iba todo lo rápidamente que podía sin causar un accidente, y no dejó de torturarla con caricias expertas. Cuando aparcó delante de una bonita casa pareada en Inner Sunset, ella estaba tan excitada que casi no podía respirar.

Él apagó el motor y la miró, y Kylie se dio cuenta de que sentía el mismo deseo que ella. Era el calor de su mirada, la tensión de su impresionante cuerpo, su forma de tocarla y hablarle. Le provocaba un hambre y un deseo que nunca había sentido por otro hombre.

Tanto, que parecía que el aire chisporroteaba entre ellos dos. Tanto, que le dolía el cuerpo y, si él la tocaba, iba a saltar sobre sus huesos allí mismo, en el coche. Aunque una vocecita le decía que estaba yendo demasiado lejos con Joe, la ignoró, porque no era capaz de contenerse. Con él, no. Sin embargo, aquella pequeña vacilación debió de reflejársele en la cara.

–Kylie, solo tienes que decírmelo, y te llevo a tu casa.

Ella lo miró a los ojos con seguridad. Quería aquello. Lo necesitaba.

–¿Y qué digo si quiero entrar contigo? –le preguntó–. ¿O si quiero que tú entres en mi cuerpo?

Él la sacó del coche rápidamente y se la llevó hasta la puerta. Abrió y en unos segundos la tenía dentro de su casa. Cerró la puerta con el pie y la apretó entre su cuerpo y la pared. La besó y sus lenguas se entrelazaron, y ella gimió sin poder evitarlo. Todas las miradas ardientes, los besos, las caricias que habían compartido hasta aquel momento se sumaron y se multiplicaron exponencialmente, y Kylie empezó a jadear de necesidad por él. La situación no mejoró cuando él deslizó los dedos por su vientre y metió la mano por debajo de su camisa. Volvió a besarla y posó la palma de la mano sobre su pecho. Le frotó el pezón con el dedo pulgar.

–Joe…

Como no era más que un cúmulo de necesidad, aquello fue lo único que pudo murmurar, pero él la oyó, percibió la necesidad obvia que había detrás de aquella única palabra. Gruñó y la encajó con más fuerza en el hueco de sus muslos.

Perfecto, pensó Kylie, ya que su objetivo era el bulto que había entre ellos. Cuando ella se movió contra aquel bulto, él volvió a gruñir y la agarró aún con más fuerza, y se rio en voz baja.

–Yo tengo los músculos –le dijo a Kylie–, pero tú tienes todo el poder. No puedo resistirme a ti, aunque sé que debería.

–Lo que deberías hacer es dejar de intentarlo.

Otra carcajada suave.

–Ya lo he dejado.

Volvió a besarla, y la noche se encendió. Bocas, dientes, lenguas, manos, cuerpos… todo sirvió para acercarse más y más el uno al otro. Parecía que Joe quería devorarla, lo cual era justo, porque ella también estaba intentando consumirlo.

–Joe…

Él le mordió suavemente el labio inferior.

–¿Has cambiado de opinión?

No. Si lo hiciera, estaría loca.

–Claro que no –murmuró.

–Pues bien, porque tengo planes para ti –dijo él.

Y volvió a besarla. La besó lenta, profundamente.

Con un gemido, ella se apretó contra él hasta que él la levantó para que pudiera rodearlo con las piernas. Kylie se agarró a sus hombros, y él apoyó una mano en el marco de la puerta mientras que con la otra le apretaba las nalgas. Siguieron besándose y frotándose el uno contra el otro hasta que estuvieron a punto de llegar al orgasmo.

–Ahora –jadeó ella–. Oh, por favor, Joe. Ahora.

–Todavía no estás preparada.

–¡Si estuviera más preparada, ardería espontáneamente!

Al oír aquello, él sonrió con picardía, bajó la cabeza y volvió a besarla. Al segundo, le había quitado la camisa y el sujetador. Y, entonces, con su lengua cálida y experta, le rozó un pezón y el otro, y cayó de rodillas para quitarle las botas y los pantalones vaqueros.

–Qué bonitas –dijo él, al ver sus bragas de encaje, y comenzó a deslizarlas lentamente hacia abajo, por sus muslos. La desnudó por completo–. Oh, Kylie… –susurró, devorándola con la mirada, y separó sus piernas con suavidad, al tiempo que le acariciaba la carne húmeda con los dedos pulgares.

Cuando, por fin, se inclinó y posó la boca en su cuerpo, ella ya estaba temblando y tenía los dedos de los pies encogidos. Entonces, agarrándola por las caderas, la llevó a un lugar nuevo y le mostró cosas que nunca había pensado que pudiera sentir.

Dos veces.

Kylie todavía estaba jadeando y estremeciéndose cuando él se levantó y se bajó los pantalones. Y a ella le encantó lo que vio.

Él sacó un preservativo de algún sitio y penetró en su cuerpo, y ella gritó de placer cuando sintió que se deslizaba en su interior. Y aquel sonido debió de desatar a la bestia que él llevaba dentro. Todavía estaba sujetándole la cara con las manos, y los dos se movieron juntos, ella, recibiendo sus acometidas y espoleándolo mientras en su cuerpo se extendían las sensaciones que ya no podía contener.

Cuando llegó al orgasmo, gritando, aferrándose a él, Joe rugió su nombre con la voz ronca y ocultó la cara en el hueco de su cuello, y la siguió al abismo.

E-Pack HQN Jill Shalvis 1

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