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Capítulo 20 #TomaréLoMismoQueElla

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Joe atravesó el patio con Kylie. Pasaron por delante de la fuente, y él se dirigió hacia el callejón.

Eddie estaba sentado en su caja, con los pies en alto y la cabeza inclinada hacia el cielo, observando las estrellas. Al verlos, se irguió y los saludó.

–Necesito que me prestes el callejón un momento –le dijo Joe, y le dio un billete de veinte dólares.

Eddie sonrió, se lo metió al bolsillo y le hizo un saludo militar.

–Todo el tiempo que necesites, soldado.

Y, entonces, se quedaron a solas. Joe vio que Kylie rebuscaba en su bolso y sacaba la peluca pelirroja.

–¿Para qué es eso?

–Es mi capa de superheroína –dijo ella–. Yo solo soy un poco valiente, pero la pelirroja es muy muy valiente. Puede con todo. Si vamos a hablar de lo que pasó, necesito mi capa de superheroína. Preferiría tener la capa para ser invisible, pero no se puede tener todo.

Estaba loca. Pero en el mejor de los sentidos, y Joe se echó a reír.

–¿Te estás riendo de mí?

–No, contigo –dijo él–. Siempre contigo.

–Pero yo no me estoy riendo.

–Kylie, teniendo en cuenta lo que hago para ganarme la vida y mi vida familiar, ¿cuántas veces al día crees tú que me río?

–Yo… –dijo ella. Con un suspiro, cambió de actitud y agitó la cabeza–. No lo sé.

–Aproximadamente, nunca –reconoció él–. A no ser que esté contigo. Así que no voy a disculparme por disfrutar tanto cuando estoy contigo.

–¿Aunque haya dicho que eres prepotente y arrogante? ¿Y autoritario?

–Sí, pero también dijiste que estoy bueno y soy sexy.

–Sí, pero, para que lo sepas, todo eso es muy molesto.

Él se echó a reír otra vez, porque no parecía que ella se sintiera muy molesta. Se acercó a ella y la besó. Y, después de haberla tenido desnuda entre los brazos, retorciéndose por él, sabía que no iba a poder quitárselo de la cabeza.

En el fondo, era consciente de que no debería haberse acostado con ella, pero la deseaba tanto, que se había convertido en una distracción imposible de ignorar. Y, como un tonto, había pensado que esa distracción terminaría inmediatamente después.

Pero lo cierto era que la deseaba más que nunca. Estando allí, con ella, viendo su peluca pelirroja, no podía controlar los recuerdos. El contacto de sus labios en la piel, su respiración cálida en el cuello, sus piernas rodeándolo, sus pezones endurecidos contra el pecho y ella arqueada contra él. Dios. Los sonidos tan apasionados que había emitido durante el orgasmo habían sido su ruina absoluta, y los recuerdos, sumados a lo que había dicho Kylie sobre él en el pub, volvieron a excitarlo.

–Creía que no íbamos a permitir que las emociones formaran parte de esto. Creía que tú no podías permitírtelo.

Él estaba a punto de decirle que retiraba todo lo que había dicho al respecto, cuando alguien les habló.

–Sé que tenía que desaparecer –les dijo Eddie en tono de disculpa–, pero me he ido al otro callejón, el de detrás de Maderas recuperadas, y he visto un sobre apoyado contra la puerta trasera que tenía el nombre de Kylie. Pensé que lo querrías.

Kylie observó el sobre sin moverse, sin respirar, así que fue Joe quien lo tomó de manos de Eddie.

–¿Has visto quién lo dejó?

–No, pero está húmedo de la lluvia, así que debe de llevar un buen rato allí –dijo Eddie, y se le borró la sonrisa al ver sus caras–. ¿Qué ocurre?

–Nada –le dijo Joe–. Gracias por traérselo.

Eddie asintió, sin apartar la mirada de Kylie.

–De nada.

Le lanzó una mirada a Joe con las cejas enarcadas, preguntándole en silencio si iba a cuidar a la chica. Joe asintió y Eddie se marchó del callejón.

–Ábrelo –le dijo Kylie a Joe.

Él lo hizo, y sacó una fotografía del pingüino sobre un banco de trabajo. Aparecía una mano sujetando un mechero encendido a los pies del pingüino. En el reverso de la fotografía había escritas unas palabras: Se te está acabando el tiempo.

–Sí –dijo Kylie–. Se me está acabando.

–Vamos a recuperar tu pingüino antes de que se cumpla el plazo –le dijo él, y le acarició la mejilla con los dedos–. Lo vamos a conseguir –añadió, con firmeza, porque quería que ella lo creyera.

Kylie lo miró a los ojos y asintió.

Él también asintió. La tomó de la mano y la llevó por el patio. Cuando llegaron a la altura de la fuente, ella se detuvo y se quedó mirando el agua.

–¿Qué haces? –le preguntó él.

Ella no respondió. Se sacó una moneda del bolsillo y cerró los ojos. Cuando iba a lanzarla al agua, él la detuvo.

–¿Qué estás haciendo?

Ella lo miró.

–¿Es que no conoces el mito de la fuente?

No era ningún secreto. El mito decía que si alguien deseaba con todo el corazón el amor verdadero lo encontraría. Por suerte, él no tenía corazón, por lo menos no tenía un corazón que funcionara.

–Entonces, lo conoces –dijo Kylie, observándolo con atención.

–Algo sobre el amor verdadero, bla, bla, bla –dijo él, encogiéndose de hombros–. ¿Por qué?

A ella se le escapó una pequeña sonrisa, y Joe sonrió también, sin poder evitarlo, porque ella siempre le hacía sentir cosas por poco que él quisiera.

–Pero ¿qué tiene que ver la fuente con tu pingüino? –le preguntó.

–Voy a pedir que vuelva.

–Sí, pero el mito no dice eso. Es sobre el amor.

–Bueno, pero yo quiero al pingüino –respondió ella. Lanzó la moneda, que cayó al agua haciendo plop.

–Entonces, ¿has pedido que vuelva tu pingüino? –le preguntó él con cautela–. ¿No has pedido el amor?

Ella enarcó las cejas, y él se dio cuenta de que se había delatado a sí mismo.

–¿Te da miedo el mito? –le preguntó ella con incredulidad.

–Por supuesto que no –dijo.

Sin embargo, lo cierto era que estaba aterrorizado, porque conocía a cinco personas que habían sucumbido al enamoramiento en los dos últimos años, y todos estaban directamente vinculados con aquella fuente. Miró la moneda que había lanzado Kylie, y que brillaba bajo el agua como si quisiera burlarse de él.

–Solo dime que es verdad que has pedido recuperar el pingüino –le pidió a Kylie, porque, de todas las personas que conocía, ella tenía el corazón más grande de todos. Así que, si había pedido el amor verdadero, ambos estaban sentenciados.

Ella sonrió, y él se dio cuenta de que estaba perdido.

–Ibas a llevarme a algún sitio –le recordó–. Y, a juzgar por tu forma de sacarme del pub, a rastras, tenías prisa.

–Tenemos que terminar un asunto.

–Pues termínalo.

A él se le aceleró el corazón. Le apretó la mano y la llevó por las escaleras hasta el segundo piso. Desactivó la alarma de Investigaciones Hunt y entró con ella en la oficina, que estaba a oscuras. Después, volvió a activar la alarma.

Su despacho era la primera puerta a la derecha. Cuando entraron, él cerró la puerta con pestillo y se giró hacia Kylie en la penumbra.

Él se estaba desabotonando el abrigo. Dejó que cayera al suelo y se sentó en su escritorio.

–Qué despacho más bonito –dijo, mirando a su alrededor.

Joe se le acerco y se colocó entre sus rodillas, y apoyó las palmas de las manos en la mesa, una a cada lado de sus caderas.

–Si hubiera sabido que íbamos a terminar aquí –le dijo–, lo habría limpiado.

Ella sonrió y le rodeó la cintura con las piernas, y cruzó los tobillos por detrás de su espalda.

–Mentiroso. A ti no te importa lo que piensen de ti.

Era cierto. Nunca le había importado lo que pensaran de él los demás, pero sí le importaba lo que pensara ella. Con una mano, tiró todas las cosas de la mesa al suelo. Con la otra, deslizó su trasero para estrecharla contra sí.

A ella se le escapó un sonido de la garganta. Le había gustado aquel movimiento de hombre de Neanderthal, y eso le satisfizo también a él. Con Kylie podía ser él mismo: tener buen humor, o mal humor, o irritación, o lo que fuera. No tenía que controlarse.

Otro enorme atractivo de Kylie.

Ella lo estaba mirando.

–¿Qué pasa? –susurró Joe.

Kylie cabeceó una sola vez.

–Estaba empeñada en no permitir que me gustaras. Pero, estoy aprendiendo cosas de ti, cosas que me gustan.

Él sonrió a medias.

–Aunque sea prepotente, arrogante y… ¿autoritario?

Ella sonrió.

–Muy prepotente. Tal vez deberías repetir esas palabras todos los días para empezar a trabajar en el problema.

–Claro –dijo él con facilidad–. Si dices una cosa a gritos por mí.

–¿Qué?

–Mi nombre –respondió Joe, y le mordisqueó el lóbulo de la oreja. Después, le susurró–: Voy a hacerte gritar mi nombre, Kylie.

A ella se le cortó la respiración.

–Yo no grito demasiado –susurró.

–Es un desafío.

Joe deslizó la mano por debajo de su camisa y encontró su piel sedosa. Subió por su cuerpo hasta que notó el encaje. Entonces, la tomó en brazos y se giró hacia el sofá que había en la pared de enfrente.

–¿Qué vas a hacer? –le preguntó ella.

–Esta vez quiero que sea en horizontal.

–Pero… ¿aquí?

–Claro, aquí.

–El teléfono de tu escritorio –jadeó ella–. Lo has descolgado al tirarlo.

–Después.

–Tienes una barra de caramelo –añadió Kylie–. También se ha caído, y da pena que se eche a perder, porque tiene aspecto de ser un caramelo buenísimo…

–Sé de algo que va a saber mucho mejor que el caramelo –dijo él, y le lamió la piel por debajo de la oreja.

A ella se le escapó un gemido. La dejó en el sofá y le subió la camisa, y vio que llevaba un sujetador de encaje color marrón chocolate.

–Precioso.

Al segundo, descubrió que llevaba unas bragas a juego.

No hacía falta chocolate…

–Date prisa –susurró Kylie, en tono de súplica, mientras lo abrazaba. Joe estaba bajando la cabeza hacia su cuerpo cuando sonó su teléfono móvil. Él dejó caer la frente sobre su maravilloso pecho y tomó aire.

–Puede que sea urgente –dijo ella, que tenía las manos en su pelo.

Sin duda. Pero era un mensaje de texto, no una llamada, así que decidió que no podía ser tan importante.

–No me importa –dijo.

Le desabrochó el sujetador y lo apartó, y se le aceleró el corazón al ver sus pechos desnudos.

–Todo puede esperar unos minutos.

Ella le puso una mano sobre el pecho.

–¿Y si yo necesito más de un minuto?

–Tú vas a tener todos los minutos que necesites –dijo él, y bajó la mano hasta que le agarró el pequeño trasero para estrecharla contra sus muslos.

–Ummm… Me deseas –dijo ella con la voz entrecortada, retorciéndose contra la parte de su cuerpo masculino que más la deseaba. Y le brillaron los ojos de triunfo, alegría y también, por su propia necesidad.

Demonios, estaba completamente obnubilado por aquella mujer.

–Sí, te deseo –dijo. Le dio un beso en el hombro desnudo y, después, en la mandíbula–. Y mucho.

Con un suspiro, ella inclinó la cabeza hacia atrás y canturreó de placer mientras él pasaba los labios por su garganta y sus clavículas, por la punta de su pecho. Tomó el pezón con la boca y ella se arqueó jadeante al notar el contacto con su lengua.

Le agarró el pelo y musitó:

–No pares.

Ni se le había pasado por la cabeza, y siguió acariciándola y jugueteando a través de sus bragas hasta que estuvieron húmedas. Entonces, se las quitó y dijo:

–No las vas a necesitar.

–Tu ropa, también –jadeó ella–. Fuera.

–Y resulta que yo soy el autoritario –dijo Joe.

Se puso de rodillas por encima de su cuerpo desnudo y se quitó la camiseta. Ella empezó a acariciarle el estómago y el pecho con los dedos, y acabó con el dominio que pudiera tener sobre sí mismo. Él se inclinó y, con cuidado, le mordisqueó la cadera y una costilla, y ella se removió. Después, tomó su pezón entre los dientes y tiró delicadamente, y ella lo agarró por el pelo con más fuerza. Aquello le puso más difícil quitarse la ropa, pero lo consiguió, y lo arrojó todo al suelo.

Kylie se incorporó apoyándose en un codo y lo tocó en cuanto hubo terminado de desvestirse, separando las piernas para acogerlo. Él se puso un preservativo y se tendió entre sus muslos, deslizándose dentro de su cuerpo.

–Kylie –murmuró–. Mírame.

Ella abrió los ojos, y él vio en ellos tanta emoción que se le formó un nudo en la garganta. La besó, y devoró ávidamente los sonidos guturales que se le escaparon de la garganta cuando él comenzó a moverse. Intentó contenerse, pero Kylie estaba tan tensa, tan húmeda y tan caliente, que pensó que no iba a conseguirlo. Sin embargo, pudo aguantar hasta que ella tuvo el primer orgasmo. Además, no quería que fuera tan brusco como la primera vez que habían estado juntos. Quería mostrarle lo que había en su corazón.

Salvo que su corazón estaba rodeado por demasiados muros protectores, así que, incluso en aquel momento tan especial, tuvo que conformarse con mostrarle lo mucho que ella satisfacía su cuerpo. Y, al ver cómo ella se aferró a él después de que todo acabara, que tal vez eso sí se lo había demostrado.

Más tarde, mucho más tarde, Kylie rodó por la cama de su dormitorio, en la oscuridad, y oyó un suave gruñido.

–Oh, lo siento –le susurró a Vinnie, y rodó hacia el otro lado. En aquella ocasión, se topó con otro ser vivo, un ser humano, y lo tocó. Sí. Era un cuerpo de persona, caliente y duro.

–Ummpf –dijo aquel cuerpo, el que la había llevado a las alturas y había vuelto a depositarla en la tierra. Recordó que Joe la había llevado a casa después de… bueno, de que los dos hubieran arrasado su despacho. No había otra palabra para describirlo. Y, después, todavía hambrientos el uno del otro, habían acabado allí, en su cama.

Joe la abrazó. Ella pensó que se iba a levantar, a ponerse la ropa y a salir por la puerta.

Pero él no lo hizo. Siguió abrazándola, metió la cara en el hueco de su hombro y suspiró de relajación.

–No pensaba que fueras a quedarte –le dijo ella.

–Cansado.

Kylie se mordió el labio, porque no quería confundir aquello con algo que no era.

–Creía que íbamos a separar la iglesia y el estado, como la última vez.

–Puedo guardármelo en los pantalones, si quieres –dijo él en voz baja y enronquecida.

–Pero es que parece que tú duermes desnudo.

A él se le escapó una carcajada. No se levantó de la cama. De hecho, no se movió. Vinnie, sin embargo, sí. Se subió encima de ellos y se dejó caer sin ceremonias sobre los dos, y se hizo un hueco en el cuello de Joe. Fue una buena elección; a ella también le encantaba aquel sitio. Estaba un poco áspero por la barba incipiente, y olía a hombre, y era cálido… Con un suspiro, cerró los ojos y se fue quedando dormida, sintiéndose segura y cálida, y con una ridícula sonrisa en los labios.

A la mañana siguiente, Kylie estaba en la ducha cuando notó un cambio de presión en el aire. Entonces, una mano mucho más grande que la suya tomó el control de su esponja. Las manos de Joe se deslizaron lenta y sabiamente por su cuerpo, le aceleraron el corazón y consiguieron que se derritiera contra él.

Él dejó la esponja y le acarició el vientre, y ella se estremeció a pesar del agua caliente. Cuando intentó girarse para ponerse frente a él, él la sujetó y continuó con aquella deliciosa tortura de sus dedos expertos, hasta que ella posó las manos en los azulejos, echó la cabeza hacia atrás y la apoyó en su hombro, y se dejó llevar. Todavía estaba estremeciéndose cuando él entró en su cuerpo y, como la noche anterior, la llevó al cielo y la devolvió a la tierra.

Kylie todavía tenía el brillo de la felicidad en la cara cuando llegó a trabajar. Gib le echó un vistazo y cerró los ojos.

–¿Qué? –le preguntó ella.

–Entonces, Joe y tú sí que sois pareja.

–No.

–¿Has decidido eso antes o después de acostarte con él?

Ella lo miró con los ojos entrecerrados.

–Tú no tienes por qué decirme eso, Gib.

–Te va a hacer daño, Kylie. No es el tipo adecuado para ti.

–Tampoco quiero hablar de eso contigo.

Él se quedó dolido.

–Mira, ya sé que la fastidié.

–¿Y qué quieres decir con eso?

–Que tenía que haberte tirado los tejos mucho antes.

–¿Ah, sí? ¡Vaya, no me digas!

Él hizo un mohín.

–Pero nunca llegaba el momento idóneo…

Kylie se echó a reír y él frunció el ceño.

–No sé qué es lo que te parece tan gracioso.

–Tuviste años para hacerlo, Gib.

–Éramos casi niños. Y tu abuelo hizo tanto por mí, que no podía permitir…

–Vamos, vamos. Por lo menos, sé sincero. Lo que pasa es que no te gustaba tanto. Y creo que a mí me pasaba lo mismo, o yo te habría tirado los tejos a ti –dijo ella. Suspiró y alargó el brazo para tomarle la mano, porque no quería que dejara de formar parte de su vida. Siempre había sido alguien muy importante para ella.

–No te preocupes –le dijo–. Estamos bien, y vamos a estar bien. Pero este tema está cerrado. Voy a ponerme a trabajar.

Y eso fue lo que hizo. Entró al taller y se concentró en el espejo que tenía que terminar antes del cumpleaños de Molly, que era al día siguiente, en vez de obsesionarse con el hecho de que solo le quedaba una semana para encontrar su pingüino, una semana hasta que el juego, o lo que estuvieran haciendo Joe y ella, terminara.

E-Pack HQN Jill Shalvis 1

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