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Capítulo 8 #ADondeVamosNoNecesitamosCarreteras

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A las seis de la tarde del día siguiente, Joe estaba agotado, porque llevaba catorce horas trabajando. Sin embargo, se reunió con Kylie en el patio, tal y como ella le había pedido en un mensaje.

Ella llevaba su enorme bolso al hombro, y a Vinnie en brazos. Al verlo, el perro ladró de alegría. Era, más o menos, lo que quería hacer él al ver a Kylie, pero se conformó con acariciarle la cabecita a Vinnie.

–Eh, pequeñajo. ¿Qué tal?

–Ha estado muy ocupado –le dijo Kylie–. Se ha comido uno de mis calcetines y, claro, ahora está estreñido.

Para confirmar la noticia, Vinnie se tiró un pedo muy sonoro.

–Bien hecho –le dijo Joe, riéndose–. Seguro que ahora te sientes mejor.

–Lo siento –dijo Kylie, con un mohín, y abanicó el aire con la mano–. No me atrevo a dejarlo solo en casa. ¿Cuál es nuestro plan?

Joe hizo caso omiso de la palabra «nuestro».

–Tengo una pista sobre un par de aprendices. Jayden y Jamal Williams.

–Sí, son hermanos –dijo ella–. Son los que viven fuera del país. Se fueron a Inglaterra hace unos cuantos años.

–Volvieron y tienen una empresa juntos, aquí, en San Francisco. Voy a ver su nave.

Ella se quedó sorprendida, pero asintió.

–Pues vamos.

Él le puso una mano en el brazo para detenerla.

–No, yo voy a ir. Vinnie y tú podéis esperar cómodamente en tu casa y…

–No se me da bien esperar, Joe. Creo que debería habértelo advertido antes.

Él no se molestó en suspirar. Tampoco intentó detenerla cuando se encaminó hacia el callejón. Allí, se detuvo para hablar con el viejo Eddie, el hombre sin hogar que estaba sentado en una caja de madera, junto al contenedor de basura.

Era un verdadero hippie, y se parecía al personaje de Doc de Regreso al Futuro. Llevaba una camiseta tie-dye y unos pantalones cortos que, seguramente, tenía desde los años sesenta. Llevaba toda la vida en aquel callejón y, a pesar de todos los intentos que había hecho mucha gente por darle un techo, él se había mantenido firme.

Decía que estaba hecho para vivir al aire libre.

Estaba jugando a un juego del teléfono móvil que su nieto, Spence, le había comprado el año anterior, y le había obligado a tener consigo. Alzó la vista y le guiñó un ojo a Kylie.

–Hola, cariño.

–¿Cómo estás? ¿No pasas frío? Ha estado haciendo mucho frío por las noches.

–Bueno, no me vendría mal tener dinero para comprarme un jersey nuevo –dijo Eddie con melancolía.

Kylie le dio una palmadita en la mano a Eddie y, con una sonrisa dulce, se puso a rebuscar en su bolso. Joe iba a advertirle a aquella preciosa incauta que no le diera el dinero que tanto le costaba ganar, porque sabía que Spence se ocupaba de que Eddie tuviera todo lo que podía necesitar y porque Eddie utilizaba el dinero que les sacaba con su encanto a las mujeres para comprar marihuana y hacer brownies.

Sin embargo, Kylie les dio una sorpresa a los dos, porque dijo:

–Te di veinte dólares la semana pasada, pero tú y yo sabemos que te los gastaste en marihuana, así que esta vez tengo algo mejor que el dinero…

Sacó una sudadera negra con capucha de su bolsa. Tenía un símbolo de la paz en la pechera.

–Es de tu talla.

Vaya, así que era muy dulce y preciosa, pero no era una incauta. Joe cabeceó; se había quedado impresionado.

Eddie se puso la sudadera y se levantó para darle a Kylie un beso en la mejilla.

–Gracias, guapa. Ven esta semana otra vez. Ya tendré mis paquetitos con muérdago en rebajas, porque la temporada ha terminado.

Sí, claro, muérdago. Joe sabía perfectamente que en esos saquitos había marihuana.

Kylie empezó a caminar de nuevo. Cuando llegaron al coche, sacó una peluca del bolso, que parecía no tener fondo, y se la puso. De repente, tenía una melena morena y ondulada.

–Bueno –dijo–. Ya estoy preparada.

Joe se quedó mirándola mientras ella se ponía un brillo oscuro en los labios, cosa que, combinada con el efecto de la peluca, lo dejó boquiabierto.

–Kylie…

–Preparada –repitió ella.

Sí, pero la cuestión era ¿preparada para qué? Joe movió la cabeza de lado a lado para tratar de despejarse la mente y, sin decir una palabra más, empezó a conducir. Sabía que su silencio sacaba a Kylie de sus casillas, pero ella también lo sacaba a él de sus casillas, así que estaban a la par. Sobre todo, cuando se puso unas gafas de montura de pasta gruesa para completar el disfraz, y adquirió el aspecto de una pícara bibliotecaria, mientras que de cabeza para abajo seguía siendo la vecina de al lado. Era como un regalo de Navidad para sus ojos, así que se obligó a sí mismo a dejar de mirarla mientras recorrían el camino hacia Hunter’s Point, un barrio que había junto al mar en la parte sureste de San Francisco.

–Un barrio interesante –comentó ella.

Él aparcó, y se quedó inmóvil cuando Kylie se inclinó sobre él para mirar a ambos lados de la calle. Asintió sin decir una palabra, porque su pecho le estaba presionando el bíceps y destrozando su concentración mientras trataba de vigilar el entorno.

Normalmente, hacía varias cosas a la vez sin problemas, pero Kylie había dado al traste con todo. Con aquella peluca tenía un aspecto tan diferente que resultaba asombroso. Diferente y muy sexy. Siempre era sexy, increíblemente atractiva. Pero aquello de verla tan distinta cuando seguía siendo ella misma le estaba afectando mucho.

–Bueno –dijo ella–, ¿qué es lo próximo que tenemos que hacer?

Claro. Lo próximo. ¿Aparte de desear ponérsela en el regazo y llevarlos a los dos al orgasmo? Joe carraspeó, y dijo:

–Jayden y Jamal trabajan aquí, en Hunter’s Point. Quiero echarle un vistazo a sus piezas y ver si encontramos algo que se parezca al trabajo del banco que se supone que tienes que autentificar.

Ella se apartó algunos mechones morenos de la cara y él se dijo que debía ser muy cuidadoso. Si aquella mujer tenía la habilidad suficiente para ocultar su identidad, también podría esconder con facilidad otras cosas, como su cadáver.

Aunque la verdad era que no le preocupaba su vida, sino su corazón, un órgano que había creído muerto hasta aquel momento. Kylie era una mezcla de dulzura, encanto y atractivo sexual, y lo desarmaba con cada una de sus sonrisas o sus miradas fulminantes. De hecho, a él le gustaba que le lanzara miradas asesinas, lo cual significaba que estaba perdiendo por completo el control. Y él nunca había perdido el control.

Nunca.

Así pues, estaba metido en un buen lío, y lo cierto era que, aunque lo sabía, no quería alejarse de ella, porque se divertía mucho. ¿No era enrevesado?

–Voy a intentar echar un vistazo dentro –dijo él–. Hazme caso. Conozco esta zona, y no es muy buena, así que deberías…

–Si vuelves a decirme que me quede en el coche, te echo a Vinnie.

Joe miró a Vinnie, que estaba dormido en su regazo, roncando y resoplando plácidamente.

–Sí, tienes razón. Esa rata de dos kilos y medio es terrorífica.

–Te diré que pesa cinco kilos y medio. Pero, bueno, sí, ya buscaré otra forma de vengarme.

–Está bien –murmuró él, y disfrutó al ver que Kylie se ruborizaba. Aquel color brillante de sus mejillas lo distrajo del miedo que sentía. Estaban en el escenario de su pasado, en su antiguo barrio, y era tan duro y tan feo como él lo recordaba. Era el peor sitio de San Francisco, sucio y peligroso, y él hubiera preferido que Kylie se mantuviera alejada de allí.

–Nunca había estado aquí –dijo ella, en voz baja, como si hubiera notado su cambio de humor–. ¿Y tú?

–Yo, sí. Me crie aquí.

Al instante, Joe percibió su preocupación, pero no quería ni necesitaba que ella se preocupara. Así pues, se concentró en aquella noche y en los problemas que podían aguardarlos. El astillero desmantelado que había al final de la calle estaba silencioso. Demasiado silencioso.

La ciudad había hecho esfuerzos por rehabilitar aquella zona y, en algunas zonas, lo habían conseguido. Sin embargo, en otras, no, y la tasa de criminalidad y el tráfico de drogas eran muy elevados.

–No es precisamente un lugar con encanto –dijo Kylie.

No, no lo era. Estaban aparcados enfrente de la nave de los ebanistas. Al norte, delante de ellos, a él lo habían abordado una vez unos amigos suyos que querían entrar en una banda. Para conseguir que les aceptaran, debían robar un coche, pero ninguno de ellos sabía hacer un puente, así que habían intentado que lo hiciera Joe.

Él se había negado y, entonces, ellos le habían robado algo para poder chantajearlo.

A Molly.

Habían tenido secuestrada a su hermana durante tres días, hasta que él había podido rescatarla. Después, se había vengado de ellos y había estado a punto de matarlos. Entonces, un juez le había obligado a decidirse entre la cárcel o el ejército.

Había elegido el ejército y, aunque lo odiaba en aquellos años, con la madurez había llegado a la conclusión de que era lo mejor que podía haberle ocurrido. Había sido la forma de salir de allí. No había sido fácil, por supuesto. Podía decir que le habían metido a palos en el cuerpo la disciplina y la capacidad de control sobre sí mismo.

Y no había duda de que había crecido y madurado. Recordaba perfectamente lo que se sentía allí atrapado, en Hunter’s Point, creyendo que no había escapatoria.

Kylie deslizó su mano en la de él y lo llevó de vuelta al presente que, por suerte, era muy distinto a su pasado. Aunque todavía llevaba armas y era peligroso, así que, después de todo, tal vez no fuese tan distinto.

–¿Tienes algún plan de acción? –le preguntó ella, en voz baja–. ¿Cómo vamos a echar un vistazo en la nave?

Sí, tenía un plan. Siempre lo tenía, desde el día en que había sacado a Molly del zulo en el que la tenían encerrada. Había un plan A, un plan B, un plan C e incluso un plan Z.

En primer lugar, quería vigilar la nave desde allí durante un rato, estudiar su distribución y asegurarse de que estaban solos. No estaba dispuesto a meter a Kylie en algo para lo que no estaba preparado. Ella iba a pensar que estaba siendo excesivamente protector, y tal vez fuese cierto.

Sin embargo, el instinto le había salvado la vida más de una vez y, en aquella ocasión, el instinto le gritaba. Era como si algo amenazara a Kylie, y él no estaba dispuesto a ignorarlo, pensara lo que pensara ella. Aquel asunto había pasado de ser una diversión para él a ser algo mucho más grave.

–Los hermanos cierran el taller a las cinco o las seis todos los días –dijo–. Su nave tiene ventanas. Creo que puedo acercarme, manteniéndome entre las sombras, y echar un buen vistazo sin meterme en un lío.

–¿Cómo? –le preguntó ella.

–Me crie aquí. Conozco la zona como la palma de mi mano.

–Eso es bueno –dijo ella. Claramente, trataba de disimular el horror que sentía al ver todos aquellos edificios ruinosos y las calles sucias que simbolizaban su feo pasado–. Puede que cuando tú eras pequeño esto no fuera tan terrible, ¿no? –le preguntó, esperanzadamente.

Él miró a través del parabrisas, intentando ver el barrio desde su punto de vista.

–Lo han limpiado todo. Entonces era todavía peor.

Kylie le apretó la mano, y él se dio cuenta de que quería consolarlo. Notó que se le hinchaba el pecho de emoción.

–¿Dónde vivías? –le preguntó ella, suavemente.

–Al final de aquella calle –le dijo Joe, señalándola con la barbilla, para no tener que soltarle la mano a Kylie–. Antes, esto era una base de la marina. Entre los antros de las bandas y los grafitis hay casas victorianas antiguas, que antes eran de generales o capitanes.

Ella asintió.

–Me encanta la arquitectura de ese tiempo –dijo–. El trabajo en la madera, las molduras, la atención al detalle. Me habría gustado verlo todo en su momento de esplendor.

Solo ella podría imaginarse la belleza olvidada de un lugar como aquel.

–Deberías estar orgulloso –le dijo–. Saliste de aquí y te convertiste en alguien.

Joe volvió a emocionarse. Aunque sabía que no podía permitirse ese lujo en aquel momento, entrelazó los dedos con los de Kylie, sin poder evitarlo.

Ella sonrió.

–Bueno, entonces, ¿qué hacemos ahora? –le preguntó.

–Vamos a vigilar un rato más para hacernos una idea de cómo son las cosas.

Ella asintió. Sin embargo, comenzó a inquietarse a los diez minutos.

Él la miró.

–Resulta que las vigilancias son aburridas –comentó Kylie.

–A mí me gusta que sean aburridas. Eso significa que, por el momento, no ha ocurrido nada.

Por el momento.

–Me estaba haciendo preguntas sobre ti –le dijo ella–. Tienes muchos secretos.

–Y tú.

–¿Yo? Pero si yo soy un libro abierto…

Él se echó a reír.

–Si es cierto, ¿por qué no me cuentas de qué trata en realidad esta búsqueda del tesoro? ¿Por qué significa tanto para ti ese pingüino?

Ella miró por la ventanilla y se quedó en silencio unos instantes.

–Me imagino que en tu trabajo no tienes muchos momentos tranquilos, como este –dijo, por fin.

–No –respondió Joe. No dijo nada sobre el cambio de tema. Si ella quería seguir guardando sus secretos, él también lo haría.

–Tu trabajo puede llegar a ser muy peligroso –dijo Kylie.

–Solo si me vuelvo estúpido.

Ella lo miró atentamente.

–No creo que tú puedas cometer una estupidez en el trabajo. Eres muy agudo y tienes una gran concentración, y eres el mejor en lo que haces.

–¿Y cómo lo sabes tú?

–Porque Archer habla muy bien de ti. Y Spence. Mucha gente habla de ti, en realidad. Como Molly.

–Molly es mi hermana. Ella no va a hablar mal de mí.

–Claro que habla mal de ti –dijo Kylie, riéndose–. Pero no de tu capacidad en el trabajo.

Él la miró con los ojos entrecerrados.

–¿Y qué dice de mí?

Ella sonrió y se mordió el labio. Después, apartó la mirada.

No, no. Él se inclinó hacia delante e hizo que girara la cabeza hacia él. La observó, y se dio cuenta de que se había ruborizado.

–De acuerdo –dijo Joe–. Quiero escuchar esta historia.

–No es nada.

–Vamos, cuéntamelo.

–La semana pasada salimos todas juntas una noche. Íbamos a ir al pub, pero antes tuvimos que ir a un cajero, porque la mitad necesitábamos sacar dinero. Nos estábamos riendo porque Haley no quería su recibo. Decía que, algunas veces, era necesario decirle al cajero que no queríamos el recibo porque no era necesario recibir esa negatividad en tu vida.

Joe se echó a reír.

–Y, entonces, tanto Elle como Molly tuvieron un ataque al corazón.

–Sí –dijo Kylie, sonriendo al acordarse de la escena–. Bueno, después, volvimos al pub y nos tomamos unas copas. Haley dijo que, aunque no es lo suyo, le gustaría acostarse contigo toda la noche y que, aunque nunca ha estado segura de si cree en la monogamia, a ti sí querría tenerte para siempre a su lado.

Joe no se sorprendía fácilmente, pero aquello hizo que se le enarcaran las cejas hasta el pelo.

–Sí –dijo Kylie–. Y, entonces, Molly le dijo a Haley que iba a tener que ponerse a la cola para acostarse contigo, porque, normalmente, tenías a las mujeres haciendo cola. Pero que, en cuanto a lo de quedarse contigo para siempre, lo habían intentado muchas de ellas, y ninguna había conseguido nada.

Joe dio un resoplido.

–Así que es cierto –dijo ella.

–Estaba hablando de mis tiempos jóvenes y salvajes –respondió él–. Pero ahora soy un adulto, un hombre mayor. He sentado la cabeza.

–¿Crees que tener treinta años es ser viejo?

–Para la gente normal, no, pero yo he pasado por muchas cosas durante estos treinta años, así que, sí, algunas veces me siento viejo.

Lo decía en broma, pero ella lo estaba mirando con seriedad, y respondió en voz baja:

–Sabía que habías tenido una infancia difícil, incluso antes de que me trajeras aquí.

–¿Cómo? Y, si me dices que te has enterado en otra noche loca con tus amigas, voy a tener que ponerle un bozal a mi hermana.

Ella se echó a reír suavemente.

–No, no. Pero, hace un par de meses, algunas fuimos con Molly a la tumba de tu madre a ponerle flores –dijo, mirándose las manos–. Molly nos contó que murió cuando erais pequeños y que tu padre tenía un síndrome postraumático tan grave que, a veces, no podía trabajar. Dijo que tú los cuidabas a los dos.

Joe cabeceó.

–Molly también hizo muchas cosas para cuidarme a mí. No era un chico fácil.

–Vaya, qué sorpresa.

Él la miró a través del coche, a oscuras, y se dio cuenta de que ella estaba intentando animarlo un poco. Tenía una sonrisa en los labios, pero su mirada seguía siendo seria.

–Aunque tu vida haya tenido una parte dura y fea, Joe –le dijo–, al mirarla desde fuera, tenías todas las cosas importantes.

–¿Cuáles?

–Aceptación y amor.

Había muy poca gente que pudiera superar las dificultades de la vida y encontrar pequeñas y necesarias dosis de verdad. Kylie había pasado por su propio infierno y, aun así, era optimista y no tenía una visión desencantada de las cosas, como él.

Era luminosa, en comparación con su oscuridad.

Joe le tomó una mano, entrelazó sus dedos con los de ella y le dio un beso en los nudillos. Después, salió del coche. Tuvo que apretar los dientes para no soltar una letanía de advertencias mientras Kylie salía también.

–Sé cuidarme –le recordó ella, en voz baja.

Sí, eso era exactamente lo mismo que había dicho Molly hacía muchos años, justo antes de que ocurriera la pesadilla. Tal vez Kylie supiera cuidar de sí misma, pero, de todos modos, él no iba a correr ningún riesgo.

–No te apartes de mí.

–Claro que no –dijo ella, con una enorme sonrisa, a pesar de que él le había soltado un gruñido–. Haré todo lo que tú digas.

Y, con eso, consiguió que él se echara a reír.

–Ojalá fuera cierto –dijo Joe, y tuvo el placer de verla ruborizarse otra vez.

E-Pack HQN Jill Shalvis 1

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