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Capítulo 22 #TontoEsElQueHaceTonterías

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A Joe se le hizo interminablemente largo el resto del día. Después de la visita sorpresa de Kylie a la hora de comer, había tenido que solucionar varios problemas en el trabajo. Aquel día había empezado la jornada a las cinco de la mañana, y no salió hasta las siete de la noche. Pensó en comprar algo de comida para llevar e ir a buscar a Kylie para investigar al último aprendiz.

Sin embargo, Archer apareció en la puerta de su despacho, preparado para salir.

Preparado significaba armado hasta los dientes.

Y Joe supo que no había terminado de trabajar.

–Te necesito –le dijo Archer.

Por ese motivo se vio también armado hasta los dientes y saliendo a una misión con el resto de sus compañeros. El cliente era un gran contratista que había contratado a Investigaciones Hunt porque estaban desapareciendo piezas de un equipo muy caro en el proyecto de reforma de un edificio situado en el distrito financiero. Hacía una semana, Joe y Lucas habían escondido un transmisor en cada una de las piezas que corrían más riesgo de ser robadas.

Aquella noche, el transmisor había lanzado el aviso de que una de aquellas piezas estaba en movimiento, cuando no debería ser así. Llegaron a la obra del edificio y todo sucedió rápidamente; sin embargo, no fue una operación limpia. Era el capataz de la obra quien cometía los robos de la maquinaria y, en aquella ocasión, estaba robando una pequeña excavadora por el sencillo método de llevársela conduciendo. Lo sacaron de la máquina pero, en el último momento, debió de darse cuenta de que aquel era el final para él, así que sacó un cuchillo y estuvo a punto de destriparlo a él. Al ver que no conseguía zafarse de ellos, sacó una granada.

Una granada de mano.

Joe y Lucas se lanzaron por ella. Lucas lo apartó de un empujón y abrió un contendor de basura. Joe pudo atrapar la granada al vuelo y la arrojó al contenedor; gracias a eso, la explosión fue bastante contenida. Sin embargo, ni Lucas ni Joe se libraron y salieron volando. Atravesaron una placa de yeso y cayeron sobre una pila de madera.

Todo aquello tuvo que ser explicado a las autoridades, y eso les llevó unas cuantas horas más.

Después, Joe se sentó sin camisa en la mesa de la sala de empleados de su oficina para que Archer pudiera examinar la herida de arma blanca que tenía en el costado.

–Necesitas puntos de sutura –le dijo en un tono áspero, y no fue especialmente suave a la hora de limpiarle la herida con un algodón impregnado en alcohol.

–Ponme una tirita y valdrá –respondió Joe.

Archer pasó un minuto limpiando la sangre. Después, dijo:

–No habría sido el fin del mundo que fueras al hospital.

Sí. Joe se había pasado muchas horas en los hospitales. Su trabajo era peligroso, y había tenido que ir de vez en cuando, pero eso no era lo que realmente le causaba angustia. Lo que le angustiaba eran las salas de espera. Cuando era pequeño, había visto marchitarse a su madre y, después, había tenido que pasar muchas horas allí con la esperanza de que su padre se recuperara de las operaciones. Más recientemente, por las operaciones de Molly. No quería poner nunca más los pies en un hospital.

–Cóseme tú, como hiciste la última vez.

Archer soltó un juramento en voz baja.

–Sería mejor que te lo hiciera Lucas. Tiene mejor pulso.

–O Reyes –dijo Lucas, desde el sofá. Tenía unos cuantos arañazos y magulladuras, pero nada grave, porque era indestructible y, quizá, un superhéroe–. Reyes tiene las manos más pequeñas.

Reyes estaba sentado junto a la ventana, jugando a un juego en el teléfono, moviendo los pulgares a la velocidad de la luz. Se tomó un instante para enseñarle a Lucas su dedo corazón estirado. Reyes también estaba cubierto de sangre. No de la suya, sino del malo. Dejó el teléfono en la mesa, se acercó a Joe y le echó un vistazo a su herida.

–Yo podría hacerlo, pero te dejaría una buena cicatriz.

–No quiero que lo haga él –le dijo Joe a Archer–. Es capaz de darme los puntos en forma de corazón, con tal de fastidiarme.

Lucas sonrió, pero se levantó cuando Archer le hizo un gesto. Él también observó a Joe.

–Sí. Claramente, necesitas puntos.

–Ya lo sé –dijo Joe con un suspiro–. Vamos, hazlo ya.

Lucas exhaló con un gesto de exasperación y tomó el botiquín de la oficina, que era más completo que los botiquines de muchas consultas de urgencias, y se puso a coserle el corte del costado a Joe.

Molly entró en aquel momento, y se quedó inmóvil.

–¿Qué ha pasado?

–Nada. Estoy bien –dijo Joe, aunque estaba sudando, porque, demonios, aguantar las puntadas era muy doloroso.

–¡No, no estás bien! –exclamó Molly, y fulminó a Lucas con la mirada–. ¿Qué le estás haciendo a mi hermano?

–Archer –dijo Lucas–, sácala de aquí.

–Ni se te ocurra intentarlo –dijo Molly.

Sin embargo, Archer se puso delante de ella.

Ella lo esquivó y se acercó a Joe.

–Oh, Dios mío –murmuró al ver la herida.

Agarró a Lucas por la pechera de la camisa. Solo medía un metro sesenta centímetros, pero no estaba para bromas. Lucas medía más de un metro noventa, pero tuvo que agacharse para ponerse a la altura de su nariz.

–Ten mucho cuidadito con él –le advirtió.

Dios Santo.

–¡Estoy bien! –exclamó Joe.

Ni Lucas ni Molly lo miraron. Se estaban mirando el uno al otro, de una forma rara, aunque Joe percibió cierta química entre ellos, una química que no supo descifrar.

–¿Me has oído? –le preguntó Molly a Lucas.

–Molly, te han oído hasta en China.

–¿Necesita ir al hospital? –preguntó ella.

–No –dijo Joe.

Archer le pasó un brazo por los hombros.

–Se va a recuperar perfectamente, te lo prometo. Solo es un arañazo. Quiero que esperes fuera…

–Tengo que quedarme aquí.

–Archer –dijo Lucas otra vez.

Archer asintió y habló mirando a Molly.

–Lo que necesitas tú, y todos nosotros, es la botella de whiskey que tienes guardada en el último cajón del escritorio. ¿Puedes traérmela?

Molly miró a Joe, y él pudo esbozar una sonrisa y asentir. Entonces, ella miró a Lucas.

Nadie dijo ni una palabra, pero hubo una pulsación inexplicable. Al final, Molly exhaló una bocanada de aire y se marchó.

Lucas dejó de coserle y la miró mientras se alejaba.

–Eh, tú –le dijo Joe–. ¿Le estás mirando el culo a mi hermana?

Lucas pestañeó.

–¿Qué dices? No.

–Sí, claro que sí.

–Entonces, ¿para qué lo preguntas?

–Lucas nunca se atrevería a mirarle el culo a mi asistente personal y hermana tuya, ¿verdad, Lucas? –le preguntó Archer.

Como aquello no era una pregunta, en realidad, y Lucas lo sabía, se limitó a asentir, y siguió cosiendo la herida.

Fueron necesarios doce puntos y, cuando terminó, sacó la bolsa de hielo de la caja y se la entregó. Joe se la puso en el costado y rezó porque sirviera para bajarle la hinchazón. Tenía planes para aquella noche.

–¿Vais a contarme lo que ha pasado? –preguntó Archer.

Joe se encogió de hombros. O empezó a hacerlo, más bien, porque aquel movimiento le causó un terrible dolor.

–Lo que ha pasado es que hemos hecho el trabajo.

Archer cabeceó.

–No había visto a nadie sorprenderos de esta forma desde hacía años.

Joe sabía que Archer tenía razón. Él estaba distraído y había perdido la concentración, tanto, que el tipo pudo sacar un arma y hacerle daño. Ni siquiera recordaba la última vez que había ocurrido algo así.

Archer lo miró pensativamente.

–¿Te acuerdas de cuando me pegaron un tiro?

–Sí, el año pasado –dijo Joe–. Lo recuerdo perfectamente, porque Elle casi nos mata a todos por permitir que te hirieran.

–No estaba pensando en el trabajo. ¿Cuántas veces más ha ocurrido eso?

–Nunca –dijo Joe.

Archer esperó a que Joe captara lo que le estaba diciendo.

–Mierda –dijo Joe–. ¿Crees que la he fastidiado porque estaba pensando en Kylie?

–Ahí lo tienes –respondió Lucas–. Estaba empezando a preocuparme por si tenías una conmoción cerebral.

Joe exhaló una bocanada de aire.

–Mierda –dijo de nuevo.

Archer soltó un resoplido.

–Tío, Elle estaba empeñada en que iba a suceder esto. No tenía que haber hecho la apuesta con ella. Me ha sacado cien pavos.

Reyes empezó a canturrear Another One Bites the Dust en voz baja.

Lucas tenía cara de horror al pensar en que Joe había perdido la concentración por una mujer.

–Ah, tío. Deberías haber dejado que el tipo te acuchillara en el costado. Habría sido menos doloroso.

Joe ignoró a su compañero y miró a Archer.

–No volverá a ocurrir.

–Espero que sea cierto –dijo Archer–. Supongo que sabes que le rompiste dos costillas después de que te hiciera esa herida.

Y le habría roto el resto si no llega a ser porque Lucas lo había apartado de él.

–Me cabreó.

Archer sonrió.

–Vete a la cama, tortolito. A dormir.

Una idea muy inteligente. Sin embargo, había quedado demostrado que con respecto a Kylie, él no tenía inteligencia. Por ese motivo, subió al coche y no fue a su casa. Fue a la de Kylie.

Aparcó y se levantó la camiseta para mirarse la herida. La hinchazón era mínima, y la fila de puntos diminutos y perfectos que le había dado Lucas no era demasiado visible, si se dejaba la camiseta puesta, claro. Inclinó la cabeza hacia atrás y tomó una bocanada de aire. Después, lentamente, la exhaló.

Era la una de la mañana, y estaba agotado. Y, por una vez, no tenía plan A, ni B. Ningún plan. Tal vez se quedara allí y mirara su casa, como un adolescente enamorado, durante el resto de la noche.

Sin embargo, la pasividad no era una de sus características, así que, como ella tenía las luces encendidas, decidió ir a verla.

Kylie le abrió la puerta al oír su llamada. Estaba un poco sudorosa y tenía la respiración entrecortada, y llevaba ropa deportiva.

–Eh, ¿qué haces?

–Eso te pregunto yo a ti –dijo él.

–No podía dormir.

–Entonces, ¿estabas ocupándote de tus asuntos? –preguntó él, esperanzadamente–. ¿Con tu sable de luz, tal vez?

Ella puso los ojos en blanco.

–¿Por qué los hombres vais inmediatamente a eso?

–Porque solo somos adictos al sexo que buscamos nuestra siguiente dosis –respondió él. La apartó de un empujoncito y entró. Entonces, vio la colchoneta de yoga en el suelo, delante de la televisión, que estaba detenida en la imagen de una serie. Aquella imagen le arrancó la primera carcajada del día.

–¿Las chicas de oro?

–Es lo único que no he visto completo todavía –dijo ella. Apagó la tele, y la sonrisa se le apagó un poco–. ¿Estás bien? Tienes cara de estar muy cansado.

–Trabajo –dijo él, y se pasó una mano por la cara–. Ha sido una noche muy larga.

–¿Todo el mundo está bien?

–Sí. Bueno, salvo el malo. No le apetecía ir a la cárcel.

Ella se quedó boquiabierta.

–¿Y qué…?

–Intentó volarnos a Lucas y a mí por los aires con una granada de mano. Pero lo único que voló fue un contenedor. Ah, y él se llevó lo suyo.

–Oh, Dios mío –dijo ella con espanto.

–Una noche interesante, sí.

Entonces, ella entrecerró los ojos y se le acercó, mirando su camisa.

–Eso es… ¿sangre?

Él se miró la pechera. Se le había pegado la camisa al lugar donde había sangrado. Mierda.

–No es nada. Un arañazo.

Ella palideció y comenzó a subirle la camisa.

–De verdad, solo necesitaba una tirita, pero…

–Quítatela –le ordenó ella, y ¿quién era él para contradecir a una mujer autoritaria que quería que se quitara la ropa?

Con cuidado, sacó el brazo y se quitó la camisa. Al instante, se vio sentado en una de las sillas de la cocina, con una mujer sexy y cálida inclinada sobre él.

–Oh, Dios mío, ¿cuántos puntos te han dado?

–No demasiados.

–¿Fuiste a urgencias y te dejaron con toda esta sangre?

Antes de que él pudiera responder, ella le estaba limpiando la piel y haciéndole mimos.

–Qué descuidados los enfermeros –dijo.

–Sí, bueno, Lucas no es exactamente protector y gentil.

Ella alzó la cabeza de golpe.

–¿Lucas? ¿Tu compañero de trabajo? ¿Te ha dado él los puntos?

–Sí.

–Pero ¿qué te pasa? ¿Por qué no has ido al hospital?

–No me gustan los hospitales. Pero, eh, Lucas era médico. Siempre nos está cosiendo a alguno. Es muy bueno.

Ella movió la cabeza, murmurando algo sobre los machos alfa y su terquedad. Se miraron y, como si pudiera leer en sus ojos el motivo por el que odiaba los hospitales, a ella se le suavizó la expresión, y continuó limpiándolo.

La cocina estaba caliente y sus manos, también, y él estaba cansado. Muy cansado. Se apoyó en el respaldo de la silla y cerró los ojos, deleitándose con su cercanía, con su respiración cálida en el cuello y con su olor.

Cuando ella terminó, se inclinó y le besó la piel, justo por encima de la gasa blanca de la herida. Joe abrió los ojos y la miró.

–¿Mejor? –preguntó.

Él le acarició la mano.

–Mucho mejor.

–Y ahora, ¿qué? –le preguntó en voz baja–. ¿Qué necesitas ahora?

Eso era fácil.

–A ti.

A ella se le cortó la respiración.

–De acuerdo. Entonces, ven.

Lo tomó de la mano y lo llevó hacia la cama. Y, tal vez, con suerte, lo estuviera llevando también hacia su corazón.

E-Pack HQN Jill Shalvis 1

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