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Capítulo 19 #AgitadoNoMezclado

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Mientras Joe sacaba las cosas de la nevera, Kylie esperó pacientemente. Después, la tomó de la mano y la llevó a la casa de al lado. No hacía ni diez minutos estaba tumbada en el suelo, desnuda, a su lado. En otra ocasión como aquella ya habría salido corriendo, porque habría necesitado tiempo para reflexionar y asimilar lo que le había sucedido. Y para tomar distancia.

Así pues, el hecho de que siguiera allí y estuviera a punto de conocer al padre de Joe, la había dejado pasmada.

–¿Y no le va a parecer raro a tu padre que yo esté contigo a estas horas? –le preguntó.

–Mi padre no tiene noción del tiempo, a no ser que yo llegue tarde o que necesite algo –respondió Joe–. Pero tengo que decirte una cosa: es alguien… diferente.

Kylie sonrió.

–¿Y tú no?

–Listilla –dijo él con una sonrisa. Después, vaciló un instante, y añadió–: Mira, si te dice cualquier cosa extraña, no le hagas caso, ¿de acuerdo? No lo hace con mala intención.

–¿Qué tipo de cosa rara?

–No siempre está en el presente. Volvió herido de la Guerra del Golfo, y no solo con heridas físicas.

A ella se le encogió el corazón, y lo miró a los ojos.

–Y Molly y tú cuidáis de él.

–Sí. Y a él no le cae bien nadie más, nunca, así que no te ofendas si te ignora –dijo Joe.

Llamó a la puerta; cuatro golpes fuertes, una pausa y otro golpe más.

–¿Papá? –dijo–. Soy yo.

Abrió con llave los tres cerrojos y volvió a llamar de la misma forma, mientras abría la puerta.

–¿Papá? ¿Me oyes?

–Pues claro que te oigo. No estoy sordo –dijo su padre en un tono irritado.

Joe no atravesó el umbral.

–Y no estás armado, ¿no?

Kylie miró a Joe con preocupación.

Joe sonrió para calmar su inquietud.

–No te preocupes. Ya no tiene balas.

Ah, bueno. Así se sentía mejor.

–Pero le gusta tener el arma a mano –le advirtió Joe, suavemente–. Ignora eso también.

Kylie asintió. Creía que estaba disimulando muy bien su nerviosismo hasta que Joe le apretó la mano.

–¿Por qué has tardado tanto? –le gritó su padre.

Joe entró primero, asegurándose de que Kylie fuera detrás de él. Observó con atención la sala, que estaba en penumbra, y debió de ver algo que ella no podía ver, porque suspiró.

–Papá, ¿dónde están tus pantalones? –le preguntó y encendió la luz.

Era una habitación pequeña muy limpia y ordenada. No había nada fuera de su sitio. Bueno, salvo el hombre de la silla de ruedas, que iba vestido solo con una camiseta de tirantes y unos calzoncillos.

Ah, y que tenía una escopeta apoyada en las rodillas.

A pesar de que tenía el pelo canoso y los ojos oscuros, rodeados de arrugas, el padre de Joe se parecía mucho a él, y era mucho más joven de lo que ella pensaba. La Guerra del Golfo había ocurrido hacía casi treinta años, así que su padre debía de tener unos cincuenta.

–Los pantalones son una estupidez –dijo.

–Sí –respondió Joe–. Y, también, recibir a las visitas con una escopeta y sin ropa, y tú lo haces. Deja la escopeta, vamos.

El padre de Joe miró más allá, hacia Kylie.

–¿Quién es?

Joe se giró hacia Kylie.

–Te presento a…

–No, tú no –le dijo su padre–. Le he preguntado a ella.

Kylie sonrió.

–Me llamo Kylie Masters.

–Umm –dijo él–. En mi sección había un Masters. Jeremy Masters. Era un gilipollas como una casa. ¿Es tu padre?

Joe cabeceó.

–Por favor, papá…

–No pasa nada –dijo Kylie, pero siguió mirando a su padre–. Mi padre también es un gilipollas como una casa, señor Malone, pero no estuvo en el ejército. Por lo menos, eso creo.

–¿No lo sabes con certeza? ¿Y eso?

–Porque se marchó cuando yo era muy pequeña, y no siempre hemos tenido contacto.

Joe la miró fijamente. Después, asintió.

–Te puedes quedar –le dijo y se giró hacia Joe–. ¿Qué hay de cenar?

–Nada, si no vas a ser agradable.

–Yo siempre soy agradable.

Joe soltó un resoplido y entró en la cocina.

–Se cree que sabe cocinar –le dijo su padre a Kylie.

–¡Claro que sé cocinar! –le gritó Joe desde la cocina.

El padre de Joe levantó el dedo índice y el pulgar con dos centímetros de separación.

Joe asomó la cabeza por la puerta.

–Si mi comida está tan mala, ¿por qué no llamas para pedir algo?

–Y es tan sensible como una niña –dijo su padre.

–Los niños son tan sensibles como las niñas –dijo Kylie–. Puede que más. Así que, probablemente, debería usted decir que es tan sensible como un niño.

El padre de Joe se echó a reír con ganas.

–Hijo, esta vez sí que la has hecho buena –le gritó a Joe–. Esta te va a plantar cara.

Joe no respondió a aquello, pero Kylie lo oía moviendo los cacharros en la cocina.

Trató de convencerse de que no le importaba que él no estuviese de acuerdo con su padre con respecto a lo de que le iba a plantar cara. Porque en lo que sí estaban de acuerdo era en que aquello solo era una amistad y una relación laboral con algo de sexo como ventaja adicional. Y eso estaba bien; aunque tal vez, en el fondo, ella estuviera empezando a sentir algo diferente por él. Como no sabía lo que eran aquellos sentimientos, ni qué hacer al respecto, no tenía importancia.

Pero no podía negar que una pequeña parte de sí misma se habría alegrado si Joe le hubiera dado la razón a su padre, en vez de quedarse en silencio.

Su padre pasó por delante de Kylie y comprobó que todos los cerrojos de la puerta estaban echados. Comprobó cada uno cuatro veces, hizo una pausa y los comprobó una vez más. El mismo número de veces que había utilizado Joe para entrar.

Kylie lo observó y, de repente, se le formó un nudo en la garganta, porque se dio cuenta de lo mucho que se preocupaba Joe por su familia, y de la gran capacidad de amar que tenía.

El padre de Joe terminó sus comprobaciones de la puerta principal y, con un gruñido de satisfacción, fue a las ventanas y las comprobó también cuatro veces y, después, una quinta. Una de las ventanas era demasiado alta para él, así que ella se acercó y comprobó la cerradura. Lo hizo cuatro veces. Después de una pausa, hizo una quinta comprobación.

Cuando se dio la vuelta, el padre de Joe asintió con satisfacción.

–Sí –dijo–. Vales.

Ella alzó la vista y se dio cuenta de que Joe los estaba observando con una expresión indescifrable.

–A la cocina –dijo, y desapareció.

Su padre y ella se miraron.

–Seguramente va a tener el período –dijo su padre.

Hubo un golpe en la cocina, y su padre sonrió.

–Sí, claramente, va a tener el período. A lo mejor deberíamos comprarle algún analgésico. ¿Cómo se llama? Midol.

Otro golpe en la cocina.

El padre de Joe se echó a reír.

–Para ser un tipo tan duro, es muy fácil molestarle.

Kylie se mordió la mejilla por dentro.

–Le está tomando el pelo.

–Bueno, por supuesto que sí.

–¿Por qué?

Su padre se encogió de hombros.

–Le he engañado y acabo de terminarme una temporada de Pequeñas mentirosas sin él. Me aburro.

Joe se asomó por la puerta de la cocina.

–Eh, se supone que Pequeñas mentirosas era un secreto que teníamos los dos.

Kylie estaba sonriendo.

–¿Veis Pequeñas mentirosas?

Joe frunció el ceño y desapareció de nuevo por la puerta de la cocina.

–Te lo dije –afirmó su padre, sonriendo–. Es tan sensible como un… niño.

–Comida –gritó Joe –. Venid a buscarla, o me la como toda yo.

Ellos entraron en la cocina, y el padre de Joe fue directamente al fregadero y señaló con un dedo las cazuelas y sartenes sucias.

–¿Qué es eso?

–Vamos a cenar primero –dijo Joe–. Después friego los platos.

–Aquí se friegan los platos primero.

–Esta noche no, papá.

–¿Desde cuándo?

–Es medianoche, estoy cansado y tú estás siendo un idiota. A propósito –dijo Joe, y le señaló la mesa con el dedo–. Vamos, siéntate.

–Ya estoy sentado –dijo su padre, con irritación. Sin embargo, cuando Joe se dio la vuelta, le guiñó un ojo a Kylie.

Joe sirvió pasta con salsa y una ensalada. Kylie sonrió al ver que la pasta eran las letras del alfabeto.

–Eh –dijo su padre–. Esto no es del chef Boyardee.

–No –dijo Joe.

Su padre apartó el plato.

–Ya sabes que yo solo como espaguetis de lata. Así es como me gustan.

Joe volvió a ponerle el plato delante.

–Ya hemos hablado de esto. Las cosas de lata que comiste durante los ochenta tienen demasiada sal. Tu médico ha dicho que tienes que reducir la sal. Y sería mucho más fácil darte de comer si quisieras algo que no fuera pasta.

Su padre tomó un tenedor.

–¿Sabes lo que eres? Eres un lleva–pantalones y un comunista que odia la sal.

Joe asintió.

–Vaya, impresionante. Has conseguido insultar sin utilizar palabras malsonantes.

–Mi fisioterapeuta y mi enfermera me amenazaron con que dejarían el trabajo si no dejaba de decir palabrotas –confesó su padre–. Me regalaron un libro para aprender a insultar sin juramentos. No me importa lo que diga la enfermera Ratched, pero mi fisioterapeuta tiene razón.

–Vaya, aprendiendo a ser sociable –dijo Joe.

Su padre soltó un resoplido y empezó a pinchar la comida.

–Papá, pruébalo.

–Está bien –dijo y tomó un bocado con exagerada precaución.

–¿Y bien? –le preguntó Joe.

–Eh… –su padre masticó, tragó y tomó otro bocado. Y, después, otro–. No es nada de lo que puedes ver en Iron Chef, pero está bien.

Joe puso los ojos en blanco.

–Vaya, gracias. ¿Te acuerdas de esa vez que se fue la luz y tuvimos que calentar latas en una hoguera que hicimos en el patio?

Su padre tomó otro bocado.

–No se fue la luz. Nos la cortaron, porque esos desgraciados no me dijeron que habían devuelto el recibo. Y, como tú no encontrabas un abridor de latas, tomaste una atornilladora de baterías del garaje e hiciste agujeros para abrir las latas. Y también te hiciste uno en el dedo. Sangrabas como una manguera. Y fue una pena que no pudiéramos distinguir la salsa de la sangre.

–Necesitaba puntos de sutura –dijo Joe, recordando con afecto el momento, como si se sintiera orgulloso–. Utilizamos Superglue, ¿te acuerdas?

–Claro que me acuerdo. Nos ahorramos cientos de dólares en facturas de médicos.

Kylie los miró mientras ellos se reían de aquel recuerdo tan horroroso. Estaba empezando a darse cuenta de que Joe tenía una tremenda responsabilidad todos los días. Y de que siempre la había tenido, desde muy joven, porque había tenido que cuidar de su hermana pequeña y de su padre.

Ella no había tenido a sus padres, pero había tenido a su abuelo, que siempre la había cuidado. Nunca había sentido todo el peso del mundo sobre los hombros, como debía de sucederle a Joe desde niño.

Cuando su padre terminó el plato de comida, Joe asintió y se levantó. Recogió los platos y le revolvió el pelo a su padre al pasar a su lado. Fue un gesto pequeño y rápido, pero era una señal de amor y de aceptación, y a Kylie se le formó un nudo de emoción en la garganta.

Joe recibió un mensaje en el teléfono. Lo abrió, y su expresión se volvió seria.

–¿Qué pasa? ¿Trabajo? –le preguntó su padre.

–Sí. Tengo que volver. Hay que hacer algo esta noche.

–Vaya –dijo su padre.

Joe abrió un cajón lleno de medicinas, sacó un cuaderno y se puso a revisar las tomas.

–He estado tomándomelas todas –dijo su padre–. Por Dios, no soy un niño.

–¿Te las has tomado o las has tirado al retrete?

–Ya no las tiro al retrete. Son demasiado caras.

Joe asintió, guardó la libreta y miró a Kylie.

–No te preocupes por mí –le dijo ella–. Puedo irme en taxi a casa.

–Yo te llevo.

Kylie no se molestó en discutir con él. Esperó a que estuvieran en su coche para decirle:

–Tu padre es genial.

Joe soltó un resoplido.

–Sí –dijo, finalmente.

Después, tomó la mano de Kylie y se la llevó a los labios para darle un beso.

–Gracias. Lo has manejado muy bien, así que gracias por eso también.

–No he tenido que manejar nada. Ha sido muy agradable conocerlo.

Él la miró de un modo que ella no supo interpretar.

–¿Qué? –le preguntó.

–Ya te dije que normalmente no habla con nadie, salvo con la gente que conoce y con la que está cómodo. Pero contigo sí ha hablado. Le has caído bien.

–Yo le caigo bien a mucha gente –dijo Kylie.

Joe se echó a reír, y ella tuvo un sentimiento de calidez, porque le parecía que él necesitaba reírse, y le gustaba haber sido la persona que le provocara aquella risa.

Al día siguiente, después del trabajo, Kylie fue al pub y encontró a parte de su pandilla al final de la barra, en su sitio acostumbrado. Pru, Elle, Willa y Molly. Ella se sentó en un taburete e hizo una pausa al ver que todas se quedaban mirándola.

–¿Qué ocurre? –preguntó, mirándose a sí misma–. ¿Voy arrastrando un trozo de papel higiénico con el zapato o algo así?

–Sí, tienes razón, Willa. Se está acostando con él –dijo Pru, y puso un billete de diez dólares en la barra–. Tiene el brillo postcoital.

Molly hizo un gesto de pesar.

–Yo no puedo hacer esa apuesta.

–Yo, sí –dijo Elle, y puso su billete de diez dólares–. Kylie sonríe enseñando demasiados dientes. Además, todas sabemos que Joe está buenísimo. Y esos abdominales…

–Eh –dijo Molly–. Te recuerdo que estás hablando de mi hermano. Y, de todas formas, lo que importa es el interior, no el aspecto físico de las personas.

–Al principio, no –dijo Elle–. Sé sincera. Al principio lo más importante es el impacto visual y la química.

Molly negó con la cabeza.

–No siempre.

–Dame un ejemplo –le pidió Elle– en el que durante los dos primeros segundos tenga más importancia el interior que el exterior.

–Eh… –murmuró Molly. Suspiró y negó con la cabeza–. Caramba…

–El refrigerador –dijo Sadie mientras llegaba y se sentaba con ellas.

Elle se echó a reír.

–De acuerdo, me rindo ante la evidencia.

–Tú no puedes hablar –le dijo Molly–. Tú estás con Archer, que te mira como miro yo una pizza completa. Si un hombre me mirara así, yo no me preocuparía en absoluto por las primeras impresiones.

Mientras estaban hablando de aquello, Willa se volvió hacia Kylie.

–Entonces, ¿te estás acostando con él, sí o no? –le preguntó en voz baja.

Kylie se mordió el labio, y Willa se echó a reír.

–Lo sabía. ¿Cómo ha sido?

«Mágico…».

–Bueno, no estamos juntos –dijo ella–. Solo somos amigos –añadió. Más o menos–. Es complicado.

–Cariño, ¿por qué quieres ser amiga de un espécimen perfecto de humano como Joe?

–Es que… no es mi tipo.

–¿Acaso no te gustan los tíos sexis y guapos?

Kylie se dio la vuelta y se encontró a todo el mundo escuchando. Magnífico.

–Bueno –dijo, pensando febrilmente–. Es prepotente. Y arrogante. Y… –listo. Sexy. Y le gustaba besarlo todo. Esas cosas no eran precisamente defectos…

Molly la estaba observando y enarcó una ceja.

Kylie tragó saliva y cabeceó.

–Y es autoritario –dijo–, y bueno, sí, también, es sexy y guapo –añadió, y se dio cuenta de que todas sus amigas la estaban mirando con una cara rara–. Y está detrás de mí, ¿verdad?

–Sí –dijo Willa, alegremente.

Kylie cerró los ojos un instante, antes de hacer girar el taburete hacia él. Efectivamente, Joe estaba allí, frente a ella.

–Yo no diría que solo somos amigos.

–¿Qué dirías tú? –preguntó Willa–. Solo por curiosidad.

Él tomó de la mano a Kylie y respondió:

–Aunque solo sea por curiosidad, no es asunto tuyo.

Willa suspiró mientras Joe se llevaba a Kylie hacia la salida.

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