Читать книгу El cine actual, confines temáticos - Jorge Ayala Blanco - Страница 25

La tragedia soterrada

Оглавление

La mujer que cantaba (Incendies)

Canadá-Francia, 2010

De Denis Villeneuve

Con Lubna Azabal, Mélissa Désormeaux-Poulin, Maxim Gaudette

En La mujer que cantaba, cuarto largometraje del quebequense de 37 años Denis Vileneuve (Un 32 de agosto sobre la Tierra, 1998; Maelström, 2000; Politécnico, 2009), con guion suyo basado en la pieza mundialmente impactante Incendios del poeta dramático libanés en idioma galo Wajdi Mouwad, los gemelos canadienses de origen árabe Jeanne (Mélissa Désormeaux-Poulin) y Simon (Maxim Gaudette) descubren por el testamento de su misteriosa madre Nawai Marwan (Lubna Azabal) que su padre aún vive y cuentan con un tercer hermano, a quienes tienen la obligación moral de buscar para que su madre pueda ser enterrada con regularidad, pero el hermano se rehúsa furioso por el momento, mientras la hermana experta en matemáticas puras viaja al país natal materno para seguir sus huellas. La tragedia soterrada se estructura por segmentos, como un stationendrama, donde cada fragmento equivale a una estación del Vía Crucis, para acompañar el doble periplo de la madre y la hija, primero, y de la madre-hijo, después, por etapas en paralelo geográfico-temporal-histórico que llevan, cada una, cual invocaciones-fetiche, el nombre de personajes presentes o resucitados (los gemelos, Abu Tarek), de alguna ciudad (Daresh), una región (El Sur) y una cárcel (Kfar Ryan), al interior de un devastado país innombrable-imaginario que no puede ser sino Líbano. La tragedia soterrada va enriqueciendo, en exclusiva y par défaut, el intensísimo heroísmo en flashbacks de la madre, enfocada y diversificada a través de sus numerosas condiciones cambiantes: novia preñada para la deshonra familiar y la brutal venganza fraterna, hembra primordial e inextirpablemente ultrajada sólo reivindicable por el estudio, estudiante insurrecta, madre en busca del hijo de orfanato incendiado en plena guerra sin cuartel, activista política homicida a quemarropa, presa número 72 que sigue cantando en un rincón de su celda aunque la torturen o violen y embaracen para vencer su voluntad inflexible, parturienta de dos nuevos gemelos enviada a Canadá para iniciar una nueva vida, secretaria protegida de un generoso notario (Rémy Girard) para descubrir con horror que ha sido preñada por su propio hijo envilecidamente crecido como máquina de matar y torturar, o anciana mártir petrificada por la culpa moribunda. La tragedia soterrada se da el lujo de prescindir y sacrificar todo desarrollo de sus personajes en presente, volviéndolos meras figuras decorativas, cual inmutables estatuas sensibles, con el objeto de volcarse sobre las tremebundas peripecias del pasado y la develación del secreto, el múltiple secreto materno, tribal y nacional, pletórico de sorpresas, revelaciones, golpes de efecto sin pudor ni atenuación y signos-ámpula a la vez neofolletinescos (sobres, herencia, promesa incumplida) y neohelénicos (imposibilidad de entierro normal, línea reivindicadora del honor, dignidad post mórtem) o simple y llanamente superedípicos. La tragedia soterrada reclama de manera tan irritante cuan insistente una profundidad a priori, más lírico-elegiaca que dramatúrgica, más en clave declamatoria y memoriosa que intuitiva o aventurera, más escrita en perfiles recortados sobre backgroungs-contexto que se incendian y sobre torturas o ignominiosos crímenes bélicos en elipsis o en off. Y la tragedia soterrada se aferra finalmente al motivo visual de la piscina sin o con agua que era recurrente a lo largo del film entero, para terminar perdonándolo todo porque a fin de cuentas “nada hay más bello que estar embarazada”.

El cine actual, confines temáticos

Подняться наверх