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La burbuja clasista

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Zona sur

Bolivia, 2009

De Juan Carlos Valdivia

Con Ninón del Castillo, Pascual Loayza, Juan Pablo Koria

En Zona sur, opus 4 del autor total boliviano reinventándose como cineasta formalmente radical en la cuarentena con actores no profesionales Juan Carlos Valdivia (Jonás y la ballena rosada, 1995; American visa, 2005; El último evangelio, 2008), la opulenta mujer ajada y sin marido Carola (Ninón del Castillo) vive en el ocio más acosado, clausurado y de fortuna menguante, al interior de una gran casa ultramoderna con inmenso jardín en la exclusiva zona sur de La Paz, al supuesto cuidado indiferente de su encantador hijo pequeño obsedido con remontar el vuelo añorante desde los tejados Andrés (Nicolás Fernández) y de sus bellos ociosos hijos adolescentes en bella crisis de malestar invisible, la lesbiana tolerada Bernarda (Mariana Vargas) siempre empiernada con su amiga despreciable por clasemediera Érika (Glenda Rodríguez) y el erotizado universitario proclive a continuar sus estudios en el extranjero Patricio (Juan Pablo Koria) siempre encima de su demandante novia idéntica a mamá hasta en el nombre Carolina (Luisa de Urioste), todos auxiliados por la servidumbre indígena aymará fiel a rabiar compuesta por la dócil jardinera Marcelina (Viviana Condori) y el estoico madurón cocinero o vestidor milusos e innombrable padre-esposo putativo asexuado Wilson (Pascual Loayza) que tolera seis meses sin paga porque aprovecha las ausencias familiares para ducharse, encremarse y perfumarse en el baño de los señores, hasta que la burbuja clasista-racista revienta cuando el hombre es acompañado por el niño para enterrar en el lejano pueblo a su propio hijo y un buen día la aborigen adinerada Comadre Remedios (Juana Chuquimia) se presenta para comprarle generosamente la mansión a su dueña que apenas duda en empacar y largarse de ese suntuoso reino fuera de la realidad. La burbuja clasista plasma e interpreta tan acerba cuan plásticamente la realidad cambiante boliviana sometida a las reivindicaciones de Evo Morales (omnipresente en La Prensa) y la mudanza de poderes y élites, a modo de un multívoco réquiem decadente pero fervoroso, interpretado al unísono por una prodigiosa música mutable-disonante-metafolclórica de Cergio Prudencio, una deslumbrante dirección de arte de Joaquín Sánchez y una flamígera fotografía virtuosística aunque pálida y blanda de Paul de Lumen, en todo momento protagónica, plena de alardes aéreos y figuras petrificadas tras las ventanas. La burbuja clasista lee lo real maravilloso urbano como un retablo en el que, más allá de la zona áurea pictórica y demás, cada rincón de cualquier imagen puede ser activada, recorrida, y significa en sí, pues la cámara presa de su propio movimiento perpetuo, en un suave arrebato indetenible, efectúa una surte de frenética deambulación dulcificada e interminable, por encima de cualquier fotogenia, hurga el espacio y crea espacios laberínticos sin parar ni contemplar ninguno en especial, a fuerza de pannings a la derecha y envolventes travellings circulares (en ocasiones más allá de los 360 grados), vuela por los aires desde el techo-refugio del niño como si flotara con sus alitas artificiales, excluye figuras, detalla objetos / aspectos / rincones / visiones de la regia mansión cual si se tratara de un magnificente ámbito apacible, una cuna blanquecina con modorra, una ciudad-ectoplasma en virtual estado de sitio, un gran vientre nutricio en fúlgida descomposición, un omphalos sin cesar reinventado por una verdadera metafísica del panning lateral a la derecha. Y la burbuja clasista ha percibido los enfrentamientos interfamiliares y la condición anómala de la servidumbre aborigen como amenazas latentes pronto virulentas que, tras desatarse con grúa bajo el estacionado cielo gris del ancestral sepelio nativo y al cambiar el giro de la cámara hacia las izquierdas, desembocarán en una crónica del derrumbe de la clase parásita, con íntima (y a la vez épica) tristeza reaccionaria.

El cine actual, confines temáticos

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