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La servidumbre exaltada
ОглавлениеHistorias cruzadas (The Help)
Estados Unidos, 2011
De Tate Taylor
Con Emma Stone, Viola Davis, Octavia Spencer
En Historias cruzadas, opus 2 del creativo actor-realizador cuarentón Tate Taylor (corto previo: Fiesta de pollos, 2003, y primer largo: Gente bonita muy fea, 2008), con libreto expropiadoramente suyo adaptando una exitosa novela de Kathryn Stockwell, la recién graduada periodista espantagalanes por su inteligencia Skeeter Phelan (Emma Stone) consigue en el pueblaco de Jackson en el hiperracista Mississippi de los años sesenta un empleo en el diario local dando consejos para el hogar que la pone en relación de dependencia con la avezada aunque trágica humillada sirvienta negra de una vecina Aibileen (Viola Davis en oscareable pathos constante), devota nana y madre efectiva de una nenita blanca que le servirá a la escritora novata para acometer en pleno clandestinaje cómplice la redacción de su primer libro reporteril, prometido a un éxito de escándalo, ya que construido a base de una treintena de catárticas entrevistas-vaciadero con otras sirvientas afroamericanas, empezando por la redondita rebelde socarrona Minny (Octavia Spencer picaresca) que alguna vez le hizo comer un pastel cocinado con su propia mierda a su cruel patrona retrógrada Hilly (Bryce Dallas Howard) y hoy debe fungir como única compañía auxiliadora de la rubia repudiada comunitaria multiabortada Celia (Jessica Chastain). La servidumbre exaltada despliega un panorama evocativo y reivindicador de cómo pudo haberse vivido desde su interior el movimiento por los derechos civiles de la población afroamericana de Martin Luther King, a través de los excesos del racismo establecido (mingitorios sólo para negros para evitar presuntas enfermedades específicas), resaltando la estupidez / egoísmo / banalidad dependiente de las amas de casa deliberada o inconscientemente tiránicas, incluyendo con sorna la necesidad mutua, pasando del delirio por la aceptación social de las mujeres blancas a la temerosa revuelta muda de las mujeres negras, y culminando en animados retratos de arpías y sus víctimas (esa viejilla enviada al asilo por las risotadas burlonas contra su hija furibunda) o al sensible goce con acciones alucinantes de sátira aguda, como esa recolección de inodoros inundando el jardín. Y la servidumbre exaltada ha considerado de manera aberrante, ilusoria, ensimismada, ensoberbecida por su propia acción narrativa (infraliteraria, cinechantajista) que el único camino viable para luchar contra la esclavitud decimonónica o actual es la palabra, la valerosa denuncia verbal de atrocidades padecidas en carne propia, el reconocimiento público / velado / transferido de la propia condición subsumida y humillada, el reclamo del derecho a la ancilaridad consciente, al volverse la cronista denunciadora tanto como la entrevistada denunciante en escritoras profesionales, dignas de aplauso comunitario en la iglesia aún segregada del pueblaco o de jugoso contrato con Harper’s Bazaar, facultando una alegre fuga a Nueva York o el despido liberador, para redondear el sermón sensiblero según su raza.