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HACIA UN NUEVO MARCO JURÍDICO
ОглавлениеLa historia de la Iglesia Católica en Chile en el siglo XIX está marcada por la dinámica generada por la independencia del país de la Corona española, que en materia religiosa se caracteriza por la separación de la Iglesia del mundo secular.
Entre los años 1828 y1878 se produjeron procesos de gran importancia. Así, las diócesis de Santiago y Concepción, y desde 1840 las de La Serena y San Carlos de Ancud, transitaron desde las concepciones eclesiásticas y jurídicas de impronta hispánica hacia una más universal, orientada por Roma. Las cuatro diócesis debieron derivar hacia otro marco jurídico. La Iglesia, como institución supranacional, debió forjar una nueva relación con la incipiente república. En el periodo en estudio se observan dos proceso que se desarrollaron casi al unísono: en las primeras décadas ambas esferas, religiosa y civil, se regularon dentro el marco del sistema jurídico patronal ampliado de base hispana, pero a la vez se aceleró la instalación del estado moderno, administrativamente secular, y neutro en materia religiosa, lo que generó otra forma de convivencia entre ellas. Esos esfuerzos originaron fuertes tensiones, pues el estado profundizó el establecimiento de las instituciones civiles, pero sin abandonar a la Iglesia; a su vez, esta persiguió la autonomía institucional sin perder los privilegios que le aseguraba el estado.
Los límites del periodo en estudio se han fijado entre 1828 y 1878, hitos marcados por el nombramiento de Manuel Vicuña Larraín como vicario apostólico de Santiago en 1828, y el deceso del arzobispo de Santiago, Rafael Valdivieso Zañartu. A este hito interno se debe agregar uno externo, la muerte de Pío IX. Ambos decesos, del arzobispo y del Papa en el año 1878, marcaron la historia de la Iglesia chilena: el primero puso de manifiesto en Chile el nuevo escenario político-religioso, esto es, el paso hacia un país aconfesional; y el nuevo pontificado movió a la Iglesia hacia una inserción internacional.
Las relaciones arriba indicadas se expresaron de manera concreta en la reorganización de la Iglesia, en el fortalecimiento de la red parroquial, en la restauración de las misiones, y, desde 1840, en la organización de las dos nuevas diócesis ya nombradas.
En estos procesos las estrategias se dirigieron a poner en marcha la restauración de los seminarios y a fundar otros en las nuevas diócesis; a incorporar otras congregaciones religiosas, tanto masculinas como femeninas; a participar en el sistema de educación de la república, incluyendo la educación superior, con la fundación de la Universidad Católica en 1888, y, en forma sostenida, a encarar el desplazamiento de una comunidad política confesional hacia una aconfesional, proceso que culminó con la separación de la Iglesia y el estado en 1925.
En la relación de los obispos con Roma cabía la posibilidad, como se examinó en el tomo I de esta obra, de que se instalaran tendencias galicanas que desembocasen en una Iglesia nacional908; y la participación de los fieles en los asuntos de la república tenía el desafío de encaminarlos de tal forma que la pertenencia a la Iglesia no se fracturara.
Para seguir los procesos históricos se propone el uso del concepto fase, con lo que se evita tratar este tiempo con el concepto clásico de periodo; después, dentro de las fases se describirán las dimensiones de la vida de la Iglesia.
La primera fase, entre 1828 y 1840, está marcada por la reorganización de las diócesis según las nomas patronales dadas a la Corona española por la Santa Sede, y acogidas de manera oficiosa por Roma. La fase que va desde 1840 hasta 1869-1870, con el Concilio Vaticano I, tiene como punto de partida la creación de la Provincia Eclesiástica chilena. En esta fase la orientación de la práctica organizacional continuó apoyada en códigos patronales con el nuevo gobierno, pero buscando su propia libertad, sin renunciar al apoyo del estado. A partir del decenio de 1870, que consideramos como una subfase, se instaló en la autoridad eclesiástica y en los fieles la concepción de que la Iglesia era libre e independiente de cualquier poder externo, aceptando entre tensiones las reformas constitucionales y administrativas que anunciaban la separación de la Iglesia y el estado. Esta subfase se cierra con el deceso del arzobispo Valdivieso en 1878, para entrar en una fase de franco desarrollo del proceso de separación.
La celebración del Concilio Vaticano I, en 1869-1870, representó un cambio en el comportamiento del episcopado, no solo nacional sino universal909. Desde el regreso de los obispos del Concilio Vaticano I hasta la muerte de Valdivieso se observan nítidamente las tensiones entre la Iglesia y el estado, producto de la aplicación por este de las normas de un patronato ampliado —al modo de regalismo, porque se arrogaba el derecho de administrar la institución eclesial—, y de una Iglesia que aspiraba a la plena autonomía sin renunciar a la amplia protección del Estado.