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MISIONES FRANCISCANAS

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En 1840 el franciscano Unzurrunzaga envió un valioso informe al gobierno, en el cual se daba antecedentes sobre la situación de Chiloé957. Según el franciscano, dicha provincia comprendía 19 mil 991 habitantes, todos católicos, y 94 capillas en los diferentes departamentos. Ellas eran atendidas por cinco misioneros del Colegio de Castro, que vivían en las cabeceras de departamento. Cada misionero tenía un asistente secular, llamado fiscal, que no recibía estipendio. Los misioneros eran financiados por el Estado, y, además, recibían obvenciones de los blancos. Incluso los ornamentos habían sido costeados por el fisco, encargándose los misioneros de su reposición.

El informe proporciona interesantes datos sobre los indígenas hacia los cuales se dirigía la actividad misionera. Hablaban en su “idioma natal” y eran perezosos en acudir a la instrucción religiosa y en llevar a sus hijos al bautismo. En relación a otros hábitos el informe indicaba que vestían poncho y calzón, no usaban camisa ni sombrero y no consumían comida española. Sembraban “lo justo y necesario”, y tenían poco ganado para el trueque, pues no hacían comercio. Como era lo habitual en estas memorias, se subrayaba la embriaguez, la ociosidad y los vicios de los naturales. Se aludía a la práctica de supersticiones “con reserva”, a la falta de un claro sentido de la propiedad, y a la resistencia de los indígenas al matrimonio legal. Entre las causas del estancamiento de aquellos, para los misioneros era determinante la dispersión en que vivían.

Sobre los araucanos el informe es bastante más severo al recalcar que vivían en “completo estado natural”, lo que era explicable, pues no se fundaban misiones desde 1776. El informe proponía avanzar con dos misiones en Villarrica.

En Concepción se organizaron cuatro misiones destinadas a Arauco, Tucapel, Santa Bárbara e Imperial para atender a alrededor de 10 mil indígenas. El informe hacía presente que nada se había logrado con la guerra, y que el gran medio para incorporar a los naturales eran las misiones, por lo cual era necesario restablecerlas, repoblar algunas zonas, introducir blancos, reorganizar los colegios de misiones, como los de Chillán y Castro, e instalar otros.

Las políticas recomendadas por el informe eran mantener las construcciones de los mapuches, instruirlos en el idioma castellano, convertirlos a la fe cristiana, reducirlos a pueblos en sus mismas tierras, e impulsar el establecimiento de habitantes blancos entre ellos.

Las memorias de las misiones anuales de 1842 y 1849, firmadas por el viceprefecto franciscano Diego Chuffa, destacaban que las misiones de Valdivia tenían templos, y que solo dos carecían de ellos (San José de la Mariquina y Quinchilca), que había nueve misioneros y que los tres curatos eran atendidos por los misioneros (informe de febrero de 1842). En noviembre de 1842 Chuffa informó nuevamente sobre el estado de las misiones en Valdivia, La Unión y Osorno. En otra misiva de noviembre del mismo año, Chuffa expuso que algunas misiones no tenían escuelas de indios, que los caciques las solicitaban, y adjuntaba un presupuesto que comprendía las maderas y el valor del trabajo para la construcción de la escuela Juan Bautista958.

Un informe de 1862, del prefecto general de misiones fray Dionisio Pardini, describió la actividad misionera en toda su complejidad y expuso en forma concisa la historia del decenio de 1850, con juicios evaluativos y observaciones varias959. De aquel se desprende que después de la revolución de 1851 quedó en pie la misión de Nacimiento, con dos misioneros, fray Benigno Banise y fray Estanislao Leonetti. La misión de Mulchen fue incendiada por los indígenas y completamente destruida, y la de Tucapel lo fue en su mayor parte. La misión de Lebu, que se principiaba a edificar, quedó paralizada, y sus útiles fueron dispersados por la mencionada revolución.

En 1862 el gobierno juzgó oportuno fundar una misión en Mulchen, y para ello dictó en junio del mismo año un decreto, encargando al intendente de Arauco que escogiera el lugar más a propósito y cediera los terrenos necesarios. En agosto del mismo año el gobierno dio el exequatur al nombramiento de Dionisio Pardini como prefecto. Este se dirigió a la Araucanía, y de acuerdo con la autoridad provincial dio comienzo a la reedificación de la misión de Mulchen. A petición del intendente de Arauco la prefectura encargó a fray Alejandro Manera la dirección de las obras, quedando desde entonces de primer misionero en dicho punto. Un segundo misionero, fray Leonardo Fomati, se incorporó poco después a Mulchén.

A mediados de noviembre de 1862 la prefectura volvió a poner a fray Buenaventura Ortega en la antigua misión de Tucapel, en la que había sido su primer misionero, con el objeto de reedificarla provisionalmente para que a principio del siguiente invierno pudiera volver a dicho punto el segundo misionero, fray Buenaventura Díaz. De todo lo anterior resultaba que al concluir el año 1862 existían en la Araucanía tres misiones observantes, completamente establecidas en lo relativo a lo material de la construcción.

A fines de noviembre de 1862 el intendente de Arauco, con ocasión de ir con el ejército a poblar la antigua ciudad de Angol, le pidió a la prefectura un sacerdote misionero para aquel lugar, haciendo ver que era indispensable fundar ahí una misión, por ser un punto muy avanzado. Fue este fray Apolinar Moretti, a quien se le construyó una casa y un oratorio provisionales.

La prefectura había cuidado de que las nuevas construcciones contaran con “una pieza grande para reunir a los cholitos en clase, debiéndoseles enseñar a leer y escribir, para enseguida iniciarlos en la gramática castellana, y aritmética enseñándoles al mismo tiempo el rezo y la doctrina cristiana”. Esta parte de la enseñanza correspondía al segundo misionero, lo que explica la razón por la cual la prefectura, con el acuerdo del obispo de Concepción, dispusiera que cada misión tuviera dos sacerdotes.

En 1862 el guardián del Colegio de Chillán, fray Victorino Palavicino, envió un informe analítico y político sobre el estado de la misiones. El texto es importante, porque Palavicino centró su análisis en un periodo de 10 años960.

Con 12 años “de frecuente trato con los indígenas”, con publicaciones en la prensa y con la edición de un opúsculo sobre “la conversión y civilización de los araucanos”, el misionero se sentía autorizado para intervenir “en una cuestión que tantas veces ha sido objeto de largas discusiones”, y para evitar “algunos de tantos desastres” que habían tenido lugar.

Para fray Victorino Palavicino uno de los medios de civilizar a los araucanos, estimado inútil en la prensa del país, eran las misiones “dirigidas a desarrollar las facultades morales del araucano”. Observaba que cuando en la prensa se hablaba de la civilización de los indígenas, se consideraba como los únicos medios de llevarla a cabo la conquista, el comercio, la industria, las artes y la filosofía, pero nunca la religión. Tras hacer una descripción de la labor misional en la segunda mitad del siglo XVIII y de sus positivos resultados, subrayó que con la emancipación “fueron todas las misiones abandonadas, pues los misioneros eran en su máxima parte españoles”.

Hizo notar Palavicino que “en la actualidad en todas partes las artes y la industria han progresado, menos en los araucanos”, y agregó que las misiones, después de su restablecimiento, no pudieron desarrollar su acción civilizadora. Creía que las misiones eran establecimientos precarios, “más bien tolerados que admitidos”, que el sistema seguido no era el adecuado y que, por tanto, nada se había podido avanzar con los indígenas.

A juicio de Palavicino el problema residía en el cambio introducido al sistema de misiones, en especial la creación de un prefecto general con jurisdicción sobre este y nombrado por Roma con carácter vitalicio. Hizo notar que el último prefecto, que ejerció entre 1841 y 1857, era “un italiano, que jamás ha conocido los indios, ni ha residido en las misiones, ni siquiera conoce una palabra del idioma y costumbres”.

Un informe de 1865 desde la misión de Nacimiento, del prefecto apostólico franciscano fray Dionisio Pardini, ofrece un cuadro bastante completo del estado material y del trabajo realizado, y agrega los primeros datos estadísticos sobre la política educacional en las misiones961.

Después de aludir a los esfuerzos hechos para “atender mejor [a] las nuevas poblaciones fronterizas de Mulchén y Angol” con una casa misional y una iglesia, y a los recursos económicos dispuestos por el obispo de Concepción para la nueva misión de Angol, el informe también proporciona antecedentes cuantitativos acerca del estado de las misiones de Tucapel, Nacimiento y Mulchén.

En los informes de 1867 y 1869 del viceprefecto franciscano se registraron datos cuantitativos y cualitativos que ofrecen una visión panorámica del desarrollo de la actividad misionera, incluyendo los asuntos escolares962.

Movimiento de las misiones desde abril de 1866

MisionesBautismos Niños /AdultosMatrimonioEducación
Nacimiento16 /146
Tucapel48 / 14110
Angol7 / 418
Mulchen26/ 305
Totales97/ 22= 119629

El informe de 1869 indicó que los bautismos fueron 120, los matrimonios seis y que 51 niños iban a la escuela, y recomendó establecer escuelas para niñas regentadas por monjas.

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