Читать книгу La sombra del General - Leonardo Killian - Страница 11

Оглавление

TOMA 6

Una vez al mes se cortaba el pelo en lo de Macedo. El gallego Macedo era un pelado de bigote anchoíta bastante parecido a Franco. Un tipo que trabajaba callado hasta que le sacaban conversación. Ahí no paraba de hablar hasta que sacudía el pelo de la enorme tela blanca que te colocaba alrededor del cuello, incluso cuando barría con el escobillón, seguía con el monólogo hasta que cobraba.

Alguna vez le contó cosas de la Guerra, en la que había peleado por estar en el servicio militar en el bando Nacional. “Tres años”, decía con amargura. Salvo que le insistieran, evitaba el tema y se notaba que no le hacía ninguna gracia la cuestión.

Por lo que recordaba, había empezado a ir desde muy chico de la mano de su madre, cuando el gallego lo sentaba en una banqueta alta de madera. Como la vieja era también de Lugo lo trataba con especial deferencia y siempre le preguntaba por ella mandándole saludos.

—Don Macedo, usted que estuvo con los nacionales. ¿No me podría enseñar a cantar Cara al Sol?

El gallego, con el guardapolvo impecable y la tijera en la mano se quedó mirándolo desde el espejo. El peine en la mano izquierda quedó suspendido en el aire.

—¿Y para qué quieres tú que te enseñe el himno de los falangistas?

Como le habían dicho tantas veces, “ningún gallego te va a contestar una pregunta sin antes retrucarte con otra”.

—Me dijeron que es una canción muy hermosa.

Estaban solos en la peluquería. El gallego fue a cerrar la puerta y en voz muy baja le canturreó mientras empezaba con el corte:

Cara al sol con la camisa nueva

Que tú bordaste en rojo ayer

Me verá la muerte si me lleva

Y no te vuelvo a ver

Formaré junto a los compañeros

Que hacen guardia

Bajo los luceros…

Allí paró y siguió con su tarea de fígaro.

—¿Eso sólo?

—Esa es la que me sé —le dijo Don Pepe.

—Se dice que la compuso el mismo José Antonio.

—¿Has oído hablar de José Antonio? A ese lo hizo matar Franquito. Mira, yo soy camisa vieja y te la juro por esta, a ese, lo hizo matar Franco. O por lo menos no hizo nada para que no lo fusilaran.

Macedo terminó el corte y mientras le acercaba el espejo a la nuca le susurró, como si todavía estuviera en la España del Caudillo.

—No te metas con esa gente. Hazme caso.

“No te metas en líos con esa gente” —insistió.

—¿Usted lo conoció, don José? —preguntó como si se tratara de un dios.

—Yo era un chico y lo vi pasar entre su gente cuando iba a hablar a un teatro. Una figura imponente —contestó mientras le cobraba. El gallego se había puesto muy serio. Estaba claro que no quería hablar más del tema.

Se fue de la peluquería sin mostrarle su llavero. De un lado la cruz de Malta y del otro las flechas con el yugo de los Reyes Católicos en rojo y negro. Se arrepintió de haber tenido esa conversación. Pensó que no tenía derecho a joder al gallego que la había pasado mal en serio, mientras él jugaba al nacionalismo.

La sombra del General

Подняться наверх