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TOMA 15

Estaba buscando algo de plata entre las cosas de la madre.

Odiaba pedirles dinero y prefería robárselos. El viejo lo escondía, pero la gallega siempre dejaba algún vuelto por ahí. Lo que encontró fue un manojo de cartas. Estaban atadas con una cinta y eran de fines del 40. Todas a España. Todas con el mismo sello “El domicilio del destinatario no existe o no ha podido encontrarse”. Habían vuelto cerradas.

Eran las primeras cartas que la gallega escribía contando su llegada a la Argentina. Entonces fue deshilvanando la madeja. El viaje a Vigo para ver a Evita en un camión de la Falange. El regreso por la noche y el drama de la violación. “Tres chicas entre las que estaba yo”, le escribía a una tal Carmencita.

El embarazo.

La vergüenza.

La cobardía familiar y el viaje a la Argentina como se expulsa a un leproso.

En las primeras contaba, entre asombrada y feliz, la propuesta de casamiento “de un argentino que gentilmente se hacía cargo de todo”. “Un agente del policía muy correcto”.

Primero el asombro, luego la euforia: “No soy hijo de ese tipo. Soy el hijo de un auténtico falangista. Tal vez de varios. Soy hijo de la Falange Española”.

Esa noche en la cena era él quien canturreaba: “Cara al sol, con la camisa nueva…”.

La madre le pidió que se callara. El crápula los miró a ambos sin entender.

—Callate la boca y comé —ordenó— dejá de cantar boludeces que estamos comiendo.

Se levantó de la mesa y, mientras caminaba para su pieza, le dijo en voz baja:

—Vos no sos mi viejo bufarrón… te casaste con esta infeliz para salvarte vos, no a ella.

Apuró el paso y se encerró.

Escuchó el ruego de la madre, las puteadas, los golpes y los gritos apagados. El verdugo entró con la correa en la mano y se encontró con un 38 que le apuntaba directamente a la cara. Vio como amartillaba y el tambor que giraba letal a cuarenta centímetros de su frente.

—Bufarrón hijo de puta, me tocás y te vuelo la cabeza.

Era la voz de un hombre.

El viejo estaba pálido. Inmóvil. Sorprendido y aterrado se volvió para la mesa en silencio. Por la mañana se fue a lo del Turco que le prestó las llaves de la casita en el Tigre. Como a la semana, sin guita, se pegó la vuelta. La madre lo recibió deshecha en lágrimas, pero la evitó con suavidad.

Las palizas se habían terminado.

La sombra del General

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