Читать книгу La sombra del General - Leonardo Killian - Страница 17

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TOMA 12

Hacía días que un perro se le había pegado. Lo esperaba en la parada del 60 y lo acompañaba hasta la pensión donde le dejaba algunos huesos o cualquier sobra que quedara en el tacho de la basura.

Esa vez llegó de noche y ahí estaba el animal, que lo había seguido como siempre hasta la puerta. Salió con una bolsa con restos de un puchero y se lo llevó para El Águila, un balneario donde tantas veces había ido a tomar sol con los mosqueteros.

Como a unos cien metros había una parejita cogiendo.

Vació la bolsa con los huesos y el bicho se abalanzó para el festín. Se corrió unos metros y, con cuidado, fue sacando la Beretta del bolsillo de la campera. Tiró la corredera de espaldas. Siempre le habían dicho que los animales tienen un sistema de alerta natural contra las armas. Cuando se volteó, el perro seguía triturando huesos concentrado en lo suyo.

Le apuntó a la cabeza. Al primer disparo, el bicho se sacudió y cayó sin un gemido. Se acercó, le vio los ojos abiertos, la respiración agitada y escuchó un silbido nervioso. Le volvió a disparar a la cabeza. Dos tiros.

Se retiró unos veinte pasos, que contó en silencio, y le apuntó al estómago que era lo más claro que podía ver a esa distancia. Apenas si había algo de luz que llegaba de Libertador. En el fondo, el río era un agujero negro que traía un intenso olor a podrido.

Le vació el cargador.

A lo lejos, la parejita se hacía humo rajando para la avenida.

La sombra del General

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