Читать книгу La sombra del General - Leonardo Killian - Страница 24
ОглавлениеTOMA 19
A la salida del Vieytes, mientras caminaba por Gaona para San Martín, lo vio llegar al tío Mario. No le dio tiempo a nada, lo abrazó y lloriqueando le dijo:
—Se murió tu viejo. En un par de horas lo van a llevar al velatorio de Forest.
Se lo sacó de encima con delicadeza.
—Primero, no era mi viejo. Y segundo, mañana tengo un examen y me voy a estudiar a casa. No puedo ir, avisale a mamá.
Mario lo miró con bronca.
—No podés hacer eso —intentó seguir, pero él lo paró en seco.
—Lo que no se puede hacer es esto.
Se quitó el saco, se aflojó la corbata y se abrió la camisa. A esa hora, Gaona era un río de gente, de estudiantes que pasaban y lo miraban asombrados. Le mostró las marcas en la espalda, algunas ya muy antiguas. Los moretones en los brazos, las antiguas marcas del dolor que no cicatrizaría nunca. Se abrió el pelo engominado para que el tío pudiera ver la cicatriz que le dejara la hebilla de bronce.
—Esto es lo que no se puede hacer, tío.
Mario lo miró resignado, triste. Se había quedado sin palabras.
Se volvió a vestir y siguió caminando hasta la parada del 105. Escuchó algo que le decía Mario —no entendió qué—, también los comentarios de unos chicos que se habían quedado parados mirando la curiosa escena, pero ya no oía nada. Había entrado en ese túnel que tan bien conocía. Un túnel de furia, ausencia, dolor.
Esta vez no esperó el colectivo. Empezó a caminar por Parral y no paró hasta llegar a San Cristóbal, ya de noche. Era un sonámbulo que no podía pensar en nada. Como flashes, se le cruzaban las imágenes de las palizas, de la vieja siempre llorosa, de las cargadas de los pibes del barrio. La casa estaba vacía. Subió hasta el cuarto y buscó el cinturón y lo roció con el alcohol de quemar del calentador del baño. La hebilla de bronce se salvó del fuego y la guardó en el cajón de las revistas, donde escondía el falso libro con la Smith & Wesson y las anfetas.
Volvió a subir para buscar la botella de Caballito Blanco del verdugo. No quedaba mucho y se lo tomó hasta la última gota, del pico nomás.
Hasta llorar de borracho.